Cuevas del Almanzora

A vida o muerte

La historia de Mamadi Mandjian y su aventura para dar de comer a su familia

Mamadi Mandjian hace seis años (izquierda) y a día de hoy (derecha). Fotos: Ricardo Alba
Mamadi Mandjian hace seis años (izquierda) y a día de hoy (derecha). Fotos: Ricardo Alba La Voz
Ricardo Alba
22:00 • 17 jun. 2018

Ha sido el run run de estos últimos días. Y no, no es el fútbol. Tampoco lo es la generosidad caritativa, ni el roznido tuitero de alto rango negligente. Ni el encierro de quien habiendo podido ser ilustre ha prosperado a recluso. No, el asunto va de la vida y de la muerte de centenares de miles de personas que quieren comer. Así de simple. Sin demagogias, sin todopoderosos con el tablero del Monopoly en la mesa jugándose el mundo a quien tiene más grande el proyectil.




Cuando escribo estas líneas habrán llegado al puerto de Valencia o estarán a punto de hacerlo las seiscientas veintinueve personas abandonadas a su suerte en mitad del mar. La mayoría de estos seres humanos acogidos en nuestro país han salido del suyo en busca de un futuro con comida al día siguiente y al otro. A estos huidos del hambre les seguirán más y más y más, sin sumarles los que escapan del horror fanático, de la guerra inmisericorde. Los grandes organismos internacionales se zurran entre sí con ahínco. Proponen proyectos de acogida a sabiendas de su incumplimiento, el caso es quitarse el peso de encima. ¿El gesto del Gobierno español es la solución?




En este punto, me tomo la confianza de rescatar el testimonio vivido/sufrido en primera persona por uno de tantos inmigrantes, tan solo con el objeto de poner negro sobre blanco qué piden, qué necesitan aquellos que con toda la incertidumbre se la juegan a vida o muerte en el Mediterráneo. Esta es la primera parte de la historia de Mamadi Mandjian:




Pasó todo el miedo del mundo en el cayuco, en la patera, durante las doce horas eternas de la clandestina travesía nocturna de Marruecos a España. Mamadi Mandjian no sabía nadar “pero qué más da dónde morir, lo único que pierdes es la vida porque allí no hay nada”. Ocho años atrás, en Farico, su pueblo en Guinea Bissau, la familia de Mamadi decidió que él había de salir para sacar a todos de la pobreza, a sus padres y a sus cuatro hermanos “yo, si estoy aquí, es luchando por la familia. Si tuviéramos algo en nuestro país yo no habría salido, pero cuando no tenemos nada hay que salir a buscarlo, lo que sea y dónde sea”. Las emociones son universales, las lágrimas son incoloras, aunque los ojos centelleen en la piel negra del rostro de un ser humano.




Primero fue Libia. Allí, Mamadi Mandjian subsistió un año. Trabajaba y enviaba dinero a la familia. Las cosas se pusieron mal, así que, con lo puesto, a Argelia, país sin trabajo como tampoco lo encontró en Marruecos. Puso el ojo en la orilla de enfrente de la mar; no la veía, la intuía, la deseaba; tal vez, sólo tal vez, rumiaba Mamadi, en la otra costa encontraría distinta fortuna. Se la jugó a todo o nada y le salió Fuerteventura, el primer territorio español que pisó y pasó por la sala de espera del centro de internamiento de inmigrantes.




Después de aquello, Mamadi Mandjian tomó el hilo de Barcelona sin lograr empleo. Se corrió la voz de que en Andalucía había trabajo. Mamadi se subió al tren de la resignada esperanza en clase angustia preferente, terminó el viaje en Cuevas del Almanzora que no tiene ferrocarril, pero tenía jornales para dar y tomar en aquel entonces. Los malos tiempos llegaron a las lechugas, al brócoli, o sea, menos trabajo, más lunes, miércoles y viernes sin tajo. “De lo poco que gano envío dinero a mi familia, es el compromiso de los que salimos de nuestra tierra, lo que pasa es que si no tienes no puedes mandar”. Mamadi Mandjian es noble mendigo del mundo, no limosnea por comida o por dinero, abre la mano para una limosna de maquinaria agrícola con la que trabajar los campos de Guinea Bissau, de África, “si no tienes material agrícola no se puede hacer nada, este es el gran problema. Si quieren ayudar a África, a sus pueblos, lleven máquinas que podamos trabajar, tractores que ya no se usen aquí, lo que sea”.




Los recortes le son indiferentes a Mamadi, no tiene de dónde recortarle, por un decir él mismo es un recorte. Cuenta que en su pueblo se puede plantar maíz, patatas, “y si no se venden, se pueden comer y si se puede comer se puede vivir. En África hay zonas con épocas de lluvia, seis meses, tres meses, y en ese tiempo se planta y cosecha bastante. Necesitamos maquinaria agrícola”. Mamadi Mandjian quiere meterle recortes de surcos a la tierra, que la lluvia engorde las semillas, que las semillas revienten, que los tallos broten verdes, que esos sí son brotes. “Si no tienes dinero no pasa nada si tienes comida, pero si no tienes ni comida ya verás como sales a buscarla”. Mamadi saluda a un amigo que se cruza en la conversación. Hablan el ‘mandinga’, lengua usada igualmente por nigerianos y senegaleses. “Está como yo, buscándose la vida para su familia”. La familia es el estímulo, el empujón a atravesar fronteras, a cruzar mares, a emigrar al vacío incierto. Mamadi Mandjian, además de padres y hermanos, dejó en Farico a su mujer y a su hijo, “yo sufro para que no sufra mi hijo, para que mi hijo pueda trabajar la tierra, para que no tenga que sacar pasaje en una patera”.




Seguramente Mamadi Mandjian no sepa, ni falta que le hace, quién es Confucio al que se le atribuye aquello de ‘si te doy un pez comerás un día, si te doy una caña de pescar podrás comer siempre’. Mamadi y miles y miles y miles de Mamadis piden cañas de pescar tipo remolques, cosechadoras, tractores, motocultores, desbrozadoras. Da igual si están muy usadas, si hay que repararlas, todo tiene arreglo. Lo que tiene difícil arreglo es dar con Confucio.


De lo anterior a hoy en día, la segunda parte de la historia de Mamadi Mandjian es tal que así: Continúa residiendo en Cuevas del Almanzora ya con ‘papeles’; sigue trabajando en el campo; envía lo que puede a la familia que aún no ha podido traer de Farico, su pueblo en Guinea Bissau. Y no, no ha conseguido un tractor “aunque sea viejo, destartalado, ya lo arreglaré”. De la primera a la segunda parte de la historia de Mamadi Madjian hay seis años de por medio. Como si no hubiera pasado el tiempo, Mamadi me repite que “si tuviéramos algo en nuestro país yo no habría salido, pero cuando no tenemos nada hay que salir a buscarlo como sea, lo que sea y dónde sea”. ¿Por qué es tan difícil, complicado, terrible, que los omnipotentes del planeta Tierra entiendan esto?


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