Remacho, el corazón del Trafalgar

Tenía el corazón de Bahamontes y una fortaleza que le permitía subir y bajar la banda sin parar durante noventa minutos. Remacho fue de aquellos jugadores que dejaron una huella profunda en varias generaciones de aficionados. Un futbolista total que a su fuerza unía la nobleza absoluta de su espíritu. Se había formado como deportista en el Granada, club de su tierra natal, pero acabó jugando en Adra, donde llegó en el mes de agosto de 1957 para reforzar un club que esa temporada iba a competir mano a mano con el equipo representativo de la capital, el Atlético de Almería. 

Por primera vez en la historia del fútbol almeriense, dos equipos de la tierra figuraban encuadrados en categoría nacional. La rivalidad animó a los dirigentes del club abderitano, el Trafalgar, a hacer un gran esfuerzo económico para formar una plantilla de garantías. Su presidente, Joaquín Vázquez, reunió un grupo donde estaban nombres como los de Infante, Requena, Miguel, López, Jorge, Miñi, Quesada, Paquito, Rojas, Lopera, Joaquín, Marcos, Acosta y un joven defensa, Remacho, que venía del Recreativo de Granada. Para completar el plantel se trajo también del filial granadino, al entrenador Antonio Carmona. 

El gran advesario a batir esa temporada, el Atlético de Almería, también había construido un gran bloque en torno a la figura de su técnico, Antonio Bescos, que llegaba con la vitola de ser el primer preparador con título de la escuela de entrenadores que dirigía a un equipo almeriense.

Remacho no tardó en convertirse en una pieza fundamental en la defensa. Sus excelente condición física le permitía incorporarse con frencuencia al ataque, subir y bajar, hacerse omnipresente. Estuvo siete meses siendo titular indiscutible del Trafalgar, hasta que en febrero de 1958 tuvo que abandonar el club al ser llamado a filas para cumplir el servicio militar en Zaragoza. Antes de marcharse, la junta diretiva del club abderitano organizó un almuerzo para homenajear a un futbolista que en poco tiempo ya había dejado una huella profunda en todos sus compañeros y en la afición.

Haciendo la mili siguió jugando al fútbol en el Arenas de Zaragoza, para regresar al Trafalgar en 1959, formando parte de otro equipo histórico donde también estaban: Manolo, Coloma, Miguel, Saura, Molina, Poza, Bernardo, Lechuga, Aniceto y Soriano, entre otros. 

Remacho ya era un abderitano más. Estaba integrado en el pueblo y había conocido a una muchacha, Marina, con la que se había comprometido para siempre. Cada temporada, su presencia en el equipo se hacía imprescindible, llegando a convertirse en uno de los grandes pilares del club y en capitán del Trafalgar. Su mejor temporada llegó en el año 1964. Remacho había dejado de ser un defensa tradicional para convertirse en un lateral con vocación de extremo, como los que una década después puso de moda el fútbol moderno.  Fue un año inolvidable. El dos de febrero, en el partido jugado ante el Atlético Cordobés, consiguió dos de los tres goles de su equipo, y el uno de marzo, unas semanas después, fue el héroe de Miramar al anotar cuatro goles en el triunfo frente al Elcano. Aquel domingo la afición lo sacó a hombros del estadio. 

Sus éxitos le abrieron las puertas del Linares CF, que en aquella época era un club con gran potencial, aunque no tardó en volver a Adra para cubrir su última etapa como futbolista y retirarse cuando tan sólo tenía 27 años. Estaba casado, tenía dos hijos, y el fútbol ya no daba para sacar una familia adelante.

A partir de entonces se colocó en una empresa de distribución de bebidas. Trabajó con la familia Nache, propietaria de la famosa bodega de El Patio, que tenía una sucursal en Adra. José Luis Remacho iba con su furgoneta DKW cargado de leche, zumo y cerveza, repartiendo por los pueblos y dejando esa estela de gran hombre que a lo largo de su carrera deportiva había dejado en los campos de fútbol.