Cuando la Feria se hacía en la Plaza Vieja

Carlos Jover Fuentes, dueño del balneario, organizó la tramoya de la Feria en 1879

Antes de dedicarse  a lugar de recreo y descanso con sus bancos y jardines, la Plaza Vieja fue el escenario del Mercado diario y durante la Feria de
Antes de dedicarse a lugar de recreo y descanso con sus bancos y jardines, la Plaza Vieja fue el escenario del Mercado diario y durante la Feria de
18:52 • 27 jul. 2016

A finales de 1878 se firmó en el Ayuntamiento el contrato de arriendo para la instalación de la Feria de la ciudad por el periodo de veinte años a favor del industrial don Carlos Jover y Fuentes, propietario del balneario el Recreo. “Principiando en el año económico de 1879 a 80 y terminando en el de 1898 a 99, teniendo presente que en los cinco primeros años no ha de pagar nada el señor Jover al municipio, y sí en  los quince restantes, a razón de doscientas cincuenta pesetas cada uno”, especificaba el acuerdo.





Don Carlos Jover, que ya gozaba de una fama reconocida en la ciudad y provincia por sus constantes iniciativas para mejorar las instalaciones del balneario del puerto, quería poner en valor una Feria de escaso realce hasta entonces, que tenía serias dificultades de mejora debido al precario escenario en el que se desarrollaba: la Plaza Vieja y sus alrededores, que para agosto se quedaba libre de los tenderetes del Mercado para que allí se instalaran los feriantes.
El señor Jover se comprometió, para la Feria de 1879, a construir casetas de madera adosadas contra los arcos de la Plaza de la Constitución, y a colocar las armaduras de todas las tiendas que fueran necesarias para aquellos feriantes que no tuvieran sitio dentro del recinto de la plaza. A cambio, el empresario recibiría un anticipo de dos mil pesetas del Ayuntamiento, a razón de doscientas cincuenta pesetas mensuales, y adquiría el derecho de cobrar a los feriantes a razón de veinticinco pesetas por cada una de las tiendas de la plaza; dieciocho por las que se levantaran en las calles adyacentes sin techo y ocho pesetas por las tiendas sin respaldo ni techo destinadas a hojalatería y juguetes. También tenía el derecho de cobrar dos pesetas por vara cuadrada por los sitios sin ninguna armadura que ocuparan los puestos de venta de quincalla, turrones, dulces, avellanas y garbanzos, y sesenta céntimos para los puestos con ollas, muebles y repostería.





Don Carlos Jover se quedó con la exclusiva de la Feria de tal forma que nadie podía instalarse en el Real sin su permiso. Si cualquier feriante necesitaba más metros o trataba de instalar tablas, barrotes o cualquier otra obra de carpintería para  colocar el género, tenían que pedírselo al señor Jover, que era el encargado también de suministrar el material.
En las primeras semanas del mes de agosto de 1879, siendo alcalde don Juan de Oña y Quesada, se iniciaron los trabajos en la Plaza de la Constitución para montar las nuevas casetas y el sistema de alumbrado de gas para dar mayor realce al recinto. Aquel año, el Real de la Feria empezaba en la Plaza de la Constitución y se extendían por las calles de Mariana, Tiendas, Real hasta la esquina de la calle de la Marquesa (hoy Emilio Ferrera), Puerta de Purchena y la primera parte de la calle de Granada.





La Feria comenzó con grandes novedades en sus instalaciones y más comodidades para los feriantes que montaban sus puestos ambulantes. Abundaban las tiendas de ventas de zapatos con vendedores llegados de la zona de Levante, y los tenderetes de abanicos adornados con elegantes ilustraciones. Había jugueterías de Valencia, puestos de turrón de Jijona y vendedores de garbanzos tostados, dulces y avellanas. Al día siguiente del inicio de los festejos, la prensa local contaba que: “Con escasa animación ha comenzado la Feria. La plaza presenta un bonito golpe de vista y las nuevas casetas son sencillas y elegantes. El alumbrado en el centro de la plaza nos parece escaso y los músicos que tocaron se mostraron perezosos, por lo que parece normal que la paga ande atrasada”.





Uno de los acontecimientos más destacados de aquella Feria de 1879 fue el castillo de fuegos artificiales montado por pirotécnicos llegados de Guadix, que se quemó en el Paseo del Malecón, y que llevó a miles de almerienses a las inmediaciones del puerto. También fueron muy celebradas las “dos corridas de toros a muerte”, para las que se contrataron a dos diestros José Campos, ‘el Cara Ancha’ y Manuel Carrión, ambos de Sevilla. Los toreros con sus cuadrillas, así como el ganado que se lidió en la Plaza de Toros, llegaron a Almería en un barco de vapor que congregó a cientos de aficionados en el muelle en el momento del desembarco. Los precios de las localidades para asistir a los espectáculos taurinos oscilaban entre los doscientos reales que costaban los palcos con seis asientos, y los diez reales que se pagaban por una entrada en  la grada de sol.







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