La plaza de los juegos infantiles de Lorca

Escondida en el casco antiguo, la casa que preside esta coqueta plaza tuvo un ilustre inquilino, el maestro republicano Antonio Rodríguez Espinosa, a quien confiaron la

La plaza del Maestro Rodríguez Espinosa con el busto de Lorca.
La plaza del Maestro Rodríguez Espinosa con el busto de Lorca.
Marta Rodríguez
21:11 • 03 sept. 2016

Un pequeño busto en el centro de la coqueta plaza despierta la curiosidad del caminante. Su rostro le es familiar y su ubicación allí debe de esconder, como casi todo en la vida, una buena historia.




Vista desde fuera, desde la calle Hospital, la Plaza del Maestro Rodríguez Espinosa arroja una imagen de armonía y equilibrio. La vivienda que la preside se asemeja a una casa de muñecas, a una tarta nupcial blanca y rosa de tres pisos. Los otros dos edificios que la enmarcan parecen ser el reflejo el uno del otro, con sus fachadas blancas y ocres resguardadas por sus arbolitos verdes y sus bancos.




Escondido en un recoveco del casco antiguo de Almería, se trata de “un espacio que está invitando al diálogo y a la poesía”, indica el escritor y maestro Juan José Ceba, habitual de sus bancos y sus sombras por razones que el lector en breve entenderá.




La fisonomía de la plaza, antes llamada Balmes, ha cambiado con el tiempo. Según explica Ceba, tenía una gran verja que se podía cerrar por la noche. “Estaba abierta a los juegos, a las canciones y a las risas  de los niños del Hospicio (alumnos de Rodríguez Espinosa), las cuatro hijas del maestro y a cuatro alumnos de la vega granadina. Era un lugar de conversación de las personas mayores, creo que con un jardincito y una fuentecilla. Los juegos se extendían a la calle Hospital y al Parque. Ahora el busto de Federico García Lorca nos recuerda un fondo de infancia, que es clave y fuente de su teatro y su poesía”, cuenta a LA VOZ y desvela así la identidad de la escultura.




La casa
La vivienda que preside la Plaza del Maestro Rodríguez Espinosa se conocía como ‘La casa de los duendes’. “Sabemos que Lorca desarrolló, en una espléndida conferencia, su ‘Teoría y juego del duende’. Dice que del duende ‘nos llega lo que es sustancial en el arte’. La casa, que era el número 2, tenía unos lavaderos en la parte de abajo. La familia del maestro y los niños granadinos ocupaban el piso primero, el principal”, señala Juan José Ceba.




Aunque el edificio ha sido habitado por distintas familias hasta nuestros días (como atestigua la cuerda con ropa tendida del balcón central), su más ilustre inquilino, el que da nombre a la plaza, es don Antonio Rodríguez Espinosa. “Republicano y socialista (fue suegro del diputado Gabriel Pradal), era un enseñante apasionado por las corrientes pedagógicas de la modernidad. La Escuela Nueva promovía que grupos de discípulos vivieran en la misma residencia de su maestro. Por esta idea educativa, por su categoría como enseñante, y como ayuda para su economía, hubo familias granadinas de la Vega que confiaron a Espinosa la formación de sus hijos”, detalla el autor albojense.




Entre esas familias granadinas estaba la de Federico García Lorca. “Don Antonio y su mujer, doña Mercedes, tuvieron cuatro hijas, una de ellas (de la misma edad que Federico) había nacido también en Fuente Vaqueros. Allí el maestro había sido compañero de la madre de Lorca. Y firmó como testigo del nacimiento del poeta”, expone.




Federico en Almería
El escritor Juan José Ceba es un gran especialista en Lorca, y probablemente la persona que más a fondo conozca los detalles de su estancia en Almería.


En base a sus propias averiguaciones, Rodríguez Espinosa llegó aquí en 1903 como maestro del Hospicio (que estaba en el actual Hospital Provincial). “El rastro de la presencia del niño lo seguimos gracias a diversos documentos escritos. Sabemos que no fue fácil para Federico dejar su casa familiar gracias a un haiku que dedica a su madre años después: ‘EVOCACIÓN/ Sean para ti/ mis lagrimitas,/ las que lloré de niño/ -al marchar a Almería”, cita.


“Don Antonio dice que Lorca tenía ‘seis añillos’ cuando su padre lo trae a nuestra ciudad. El poeta afirma: ‘A los siete años fui a Almería’. Sin embargo, por algunos documentos encontrados, creo que llega con ocho años, en el curso 1906-1907; vuelve al curso siguiente e interrumpe su estancia, por una enfermedad en la boca, en 1909, pero eso ya ocurre en la Casa Escuela del Barrio Alto, donde escribe su primer poema. Todo indica que estuvo dos cursos y medio”.


Esos dos cursos y medio fueron trascendentales en la educación sentimental de Lorca. “Federico nos dice que inicia sus estudios de música en Almería. Posiblemente en la Academia que había en el Hospicio, con un espléndido piano, frente a la casa donde vivía. Se encuentra con el mar por vez primera (‘no me recuerdes el mar/ que la pena negra brota’).  Recibe clases y educación continua en la casa y acude al llamado Colegio de Jesús y al cine y al teatro en el Apolo. Al volver, subido en la mesa del comedor y disfrazado con los vestidos de las niñas, improvisa escenas divertidas”, cuenta.


Tensión dramática
La tierra del indalo tiene su reflejo en la obra de un Lorca ya adulto. Tal y como mantiene Ceba, en el ‘Romancero Gitano’ aparece Almería en ‘La monja gitana’, y el ambiente y el paisaje de ‘Thamar y Amnon’ tienen la impronta de esta provincia, según afirmaba su hermano Francisco. “Yerma’ hay que entenderla ‘en clave de tierra’ como una personificación del desierto. Y de ‘Bodas de Sangre’ y de los sucesos que la originan llevamos hablando media vida”, sostiene en alusión al crimen de Níjar y el Cortijo del Fraile.


“Para Francisco, Almería tiene en el universo lorquiano una tensión dramática. Pero insisto en la fuente de los juegos y canciones populares, en las ‘raíces del limo’ de su niñez que aparecen en sus poemas, en su teatro y en su música”.


Los usos del pasado y propuestas de futuro
“Esta plaza ha dejado de escuchar las canciones, los juegos y romances tradicionales y que forman parte esencial de la obra literaria y musical de Lorca”, manifiesta el maestro y poeta Juan José Ceba en referencia al uso que tenía la Plaza del Maestro Rodríguez Espinosa cuando el niño Federico habitó allí.


En su opinión, uno de los recuerdos más hermosos que puede tener Almería con el poeta es que en la placita vuelva a jugar la chiquillería, que se lean poemas o se organicen recitales, se programen títeres o teatro con frecuencia. “Hace bien poco se ha celebrado aquí un intenso homenaje a Federico, en el ochenta aniversario de su muerte. Y en otras ocasiones hemos escuchado al poeta Luis Rosales o a la deslumbrante Sensi Falán”, confiesa.


“En la plaza hace falta un panel informativo mayor, pero, sobre todo, estos y otros espacios están reclamando la atención de las personas creativas y las instituciones. Estamos llamados a llenar de sueños, de belleza y misterio, estos lugares fascinantes que tiene esta ciudad”, pide.



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