El santuario de los camareros

Venían con la ilusión en los ojos por hacerse hombres de provecho, a esa Escuela de Hostelería

El profesor Francisco Adorna con un grupo de alumnos de distintas especialidades en los años 60 perfectamente uniformados.
El profesor Francisco Adorna con un grupo de alumnos de distintas especialidades en los años 60 perfectamente uniformados.
Manuel León
19:28 • 26 nov. 2016

Venían de pueblos tan remotos entonces como Chirivel o Serón a hacerse hombres de provecho, con las mudas marcadas con sus apellidos por las manos primorosas de la madre; venían, con los ojos muy abiertos, a estudiar para camareros, recepcionista o cocineros y a encontrar la ansiada colocación.




Aparecieron esas primeras promociones de adolescentes, con su acné y sus  14 años recién cumplidos, por la Escuela de Hostelería, y era como si ingresaran en un flamante mundo para ellos, de disciplina casi militar y de compañerismo a ultranza. Como el niño José Vique, el hijo del dueño del bar Puente Verde de Laujar, que intuyó que además de servir chatos de vino, para ser un buen profesional, había que saber de química.




La Escuela de Hostelería de Almería, que cumple ahora sus bodas de oro,  surgió en  1966 en la finca de La Pipa  de Pérez Manzuco, junto al barrio de Los Molinos, como resultado de ese imparable negocio del turismo, con 15 millones de extranjeros, que empezaba a gravitar por toda esa España de la tecnocracia regando de divisas el rancio tardofranquismo.




Almería se subió con prestancia  a ese carro de abrir los primeros hoteles turísticos, las primeras urbanizaciones, en Aguadulce y Mojácar, al tiempo que menguaban las faldas y aparecían los biquinis,  en connivencia con el misal y la adoración nocturna.




Fueron años frenéticos, sobre todo entre el 64 y el 68, para esta provincia que salía del blanco y negro, con el gallego Fraga engolfado en visitarnos: hasta en cuatro ocasiones se dejó ver el más enérgico de los ministros de Franco y Carmen Polo por esta seca tierra, inaugurando la Urbanización de Máximo Cuervo en Aguaduce, las instalaciones de Entursa en Cabo de Gata, el  aeropuerto, el Parador de Mojácar, el Mesón Gitano o el proyecto para un hotel de Artés de Arcos en el Quinto Pino.




Fraga y sus zancadas
La estética, que después aparecía en el Nodo, era siempre la misma: Fraga dando zancadas de pastor con un traje a rayas y detrás, en comitiva, el Gobernador Gutiérrez Egea, el alcalde Verdejo, el delegado de Turismo Martínez de los Reyes y Monseñor Suquía con su túnica encarnada.




En ese enjambre de fuerzas vivas, resplandecían los flashes de Ruiz Marín y Mullor Escamilla, mientras Fraga, siempre con prisa, daba orden al chófer de reemprender marcha a Málaga o Granada, saltándose el protocolo y haciendo caso omiso del refrigerio que había preparado el Imperial o el Rincón de Juan Pedro o los bailes de los Coros y Danzas y la guitarra de Richoly.




Barman y maitre
Fue un lunes 14 de noviembre de 1966 fue cuando don Manuel inauguró la Escuela de Hostelería. Nacía para dar respuesta a esa incipiente demanda de especialización en el gremio - un buen barman, un buen maitre o jefe de cocina- que cada vez exigían más los clientes alemanes o  belgas que empezaban a invadir nuestras costas, cuando aún no había llegado el low cost y primaba la carta, no el buffet como ahora. La  Escuela, una de las primeras de España, costó 12 millones de pesetas y fue construída por la empresa madrileña Copasa.


Era una instalación modélica, con servicio de archivo, vestuario, bodega, carbonería, lavandería, sala de lectura, servicio sanitario y un gran patio central, donde los alumnos tomaban el sol de invierno y divisaban el mar, cuando aún no existía El Puche.


Allí iniciaron su formación esa primera promoción de 120 intrépidos aprendices, aunque había capacidad para 200. 90  alumnos eran internos en la residencia, que se distribuían en habitaciones con tres camas y mesas para estudio. El primer director fue Pedro Oliver,  que conducía la institución con disciplina espartana: las clases teóricas y prácticas, se iniciaban a las 9, entre el fragor de los camiones que acudían a llenar los depósitos de agua,  y terminaban a las 6 de la tarde incluidos los sábados.


Entre los primeros profesores estaban Paco Adorna, Marcelino, Angel Brú, que daba francés,  la primera mujer Elisa Ortiz, que daba lengua  y el inolvidable conserje Juan Ibáñez, que lo mismo arreglaba un enchufe que localizaba nidos de gorriones.


Eran los propios alumnos también  los que se encargaban a diario de elaborar aquellos proteicos desayunos de mantequilla americana, los almuerzos  y las cenas.


Por la Escuela pasó Santisteban, el fundador de las cafeterías Habana, José Luis Aguilar, que fue también profesor y director, Julián Martínez Frías, Juan Sierra, el fundador de Bayyana, Miguel Díaz -ahora Jefe de Estudios- o  Pedro Pérez Maestra.


Al principio había más oferta que demanda y se hacían llamamientos en la prensa y en la radio “Joven Almeriense, la Escuela de Hostelería te llama”, y los profesores iban por los colegios ofreciendo becas y reclutando futuros alumnos.


Chaqueta y pajarita
Esa primera promoción tuvo el premio de un viaje a Madrid, a visitar El Escorial y el Valle de los Caídos, e ir a los estudios de Televisión Española donde les hicieron una entrevista antediluviana. Fueron esos primeros camareros elegantes, con chaqueta y pajarita, los que sirvieron langosta y champán francés a las primeras estrellas del cine que aparecieron por Almería. 


Después fueron pasando jóvenes que han ido abriendo brecha en la hostelería provincial: Antonio Gázquez, Juan Moreno, José Torrente, Antonio Carmona o Tony García . Durante 25 años el edificio de La Pipa fue sede de esa gran escuela de hosteleros, hasta que empezó a dar señales de aluminosis y se trasladó al lado de Santa Isabel con el nombre de Almeraya donde aún sigue con 500 alumnos y la misma ilusión por las cosas bien hechas.



Temas relacionados

para ti

en destaque