Quien tiene un abuelo tiene tesoro

Hoy quiero homenajear a mi yaya, porque se lo merece, porque los abuelos son esa roca sólida que aporta a la familia su sabiduría y experiencia

Los abuelos son  esos héroes silenciosos que tanto han hecho  por nosotros sin quejarse.
Los abuelos son esos héroes silenciosos que tanto han hecho por nosotros sin quejarse.
Verónica Díaz
01:00 • 10 feb. 2017

Mi yaya nació el mismo día que estalló la Guerra civil española, cualquiera diría que su madre se puso de parto por el susto de lo que se venía encima. Y como si esa coincidencia fuera una profecía, se ha pasado su vida luchando de una u otra forma por salir adelante, eso sí, siempre con el optimismo por bandera. Porque si algo ha caracterizado a mi yaya es el buen espíritu con el que se ha entregado a sus hijos, a su trabajo, a las circunstancias, a las alegrías y a las penas de la vida. El lema que le acompaña y que nos transmite es: “Si puedes puedes, y si no puedes, puedes”. Un chiste que ha transformado en su realidad.




Ya bien pequeña apuntaba maneras, no tenía ni seis años cuando llevaba a guardar las ovejas y se entretenía comiendo algarrobas del árbol. Trabajó cuidando el campo para los señores, llevando su casa hacia adelante. Cuidó de sus hijas a la vez que trabajaba durante los cinco años que duró la emigración de su marido a Alemania. Y con el dinero que trajo éste desde las tierras germanas compraron un tractor, empresa que resultó no dar los frutos que esperaban. Sin embargo, nunca tiraron la toalla ni les faltó ánimo para buscar un nuevo modo de salir hacia adelante.




Y es que mi yaya no solo trabajaba por obligación, sino que lo hacía con gusto y dedicación. El mismo gusto con el que acompañó a su hija mayor a Francia cuando a ésta le tocó emigrar, cumpliendo así en parte uno de esos sueños que le quedan pendientes, el de viajar y ver el mundo.




Cuando me habla de su vida, no lo hace con pena por las dificultades que le tocó vivir, ni siquiera con nostalgia por todo lo bueno que se quedó en el camino, sino con ilusión por compartir sus vivencias y así rescatarlas del olvido.




Me cuenta que iba cantando a trabajar, que le encantaba verse guapa y era muy presumida, que tenían un horno en el que preparaban y cocían su comida o que adoptó un gatito a escondidas, le hizo una cama con una caja y cada día le visitaba y cuidaba. Pero si hay un tema que hace que los ojos le irradien luz, es su padre, el que tanto la quería, y que tan gran hombre era. A su padre le apasionaba leer, escribir, y cuentan, que cada vez que un nuevo bebé llegaba al mundo, podía interpretar el cielo y las estrellas para saber cómo serían su personalidad y su vida.




Bajo el techo de su casa guardo los mejores recuerdos de mi infancia, al lado de las personas que ella crío y dentro del territorio que con el sudor de su frente construyó.




Nunca me olvidaré de cómo mis tíos eran mis mejores amigos y las personas con las que más me divertía; de cómo mi yaya llenaba el congelador lasañas, canelones y demás guarrerías que me encantaban a pesar de que mi madre no lo consintiera; de cómo mi columpio favorito era el que mi yayo me hacía improvisando con un trozo de madera y una cuerda; de cómo mis tíos desarrollaban nuestra creatividad entre ceras blandas, arcilla y dibujos; de cómo me hacía mis meriendas caseras amasando con la harina del saco que siempre había guardado debajo de la escalera; de cómo disfrutaba del tiempo entre gallinas, cabras, conejos, tortugas, caballos… o de cómo aprendía por las malas qué tipo de hierbas eran las ortigas y que con barro se calmaba el sarpullido que me dejaban en la piel al rozarlas…




Los abuelos son esos héroes silenciosos que tanto han hecho por nosotros sin quejarse. Que nos consienten y nos colman de amor gratuito cuando somos pequeños y que les rezan a todos los santos para que guarden nuestras espaldas cuando ya andamos bien lejos de mayores.


Desde que soy madre, y veo a mis padres desenvolviéndose en su nuevo papel, me doy cuenta de cómo todo ese cariño, compañía y amor que dan a sus nietos me salpica de lleno. Es una habilidad o un superpoder que solo ellos pueden tener, el de cuidar a sus hijos indirectamente cada vez que cuidan a sus nietos. Y eso mi yaya lo hacía muy bien.


El rol que los abuelos desempeñan ha ido cambiando con los años y con las circunstancias que en cada época se han vivido, pero en esencia, su papel es de suma importancia. Se dice que los abuelos no educan, sino que consienten, pero detrás de esa frase hay muchos más matices que se esconden, como el cariño desorbitado y la compañía relajada que suponen.


Los abuelos son esa roca sólida que aporta a la familia su sabiduría y experiencia, porque no existe crisis que ellos ya no hayan pasado; quienes paran nuestro tiempo, nuestro ritmo frenético y estresante para jugar, compartir, escuchar y vivir el momento; quienes de verdad se interesan por la respuesta cuando te preguntan cómo estás; quienes enseñan los más profundos valores, lo más importante de la vida o las más deliciosas recetas.


No sé vosotros, pero yo lo tengo claro, quien tiene un abuelo tiene un tesoro. Y a mí el tesoro que me queda se llama Ana, tiene los ojos verdes como el trigo verde y es mi yaya.


Verónica Díaz es psicóloga y escritora (ww.veronicadiaznar.com)


para ti

en destaque