La ultima familia del Cortijo La Mezquita

Tras la entrega del lunes, el agente cultural del Museo de Arte Doña Pakyta concluye la historia acerca de este cortijo que hasta 2002 se alzaba en Los Molinos. Esta vez se escribe sobre su

El Cortijo, a principios de los 70.
El Cortijo, a principios de los 70.
Antonio Jesús Sánchez Zapata
22:13 • 24 feb. 2017

El pasado 20 de febrero publiqué en estas mismas páginas de LA VOZ un artículo sobre la historia del Cortijo La Mezquita. Al día siguiente recibí por sorpresa la visita de doña Encarna Vicente, muy disgustada por la imagen que había ofrecido del cortijo, en especial todo lo referente a la historia más “negra” y el hecho de que no mencionase para nada a su familia, que fue la última propietaria de aquella finca, y cuya imagen pensaba que sería dañada por todos aquellos sucesos que yo relaté en aquel artículo. Nada más lejos de mi intención, y para demostrarlo ante los lectores, la propia Encarna y su familia, espero sirvan estas líneas.




La historia del Cortijo La Mezquita, también llamado ‘Cortijo El Ángel de la Guarda’ tal y como figura en la escritura que tuvo a bien mostrarme doña Encarna, es centenaria. En el interior había una placa con su año de fundación, que por desgracia ni se conserva ni hay quien se acuerde de la fecha, pero que sospecho debe andar cerca de mediados del siglo XIX. 




En todos esos años de historia ha conocido muchos habitantes de los que ya di cuenta en el anterior artículo, todos ellos documentados en el censo municipal y cuyas historias aparecen en la hemeroteca. Pero es de justicia separar a todos estos anteriores arrendatarios de la familia Vicente.




El padre de Encarna, don Luis Vicente, heredó el cortijo de su padre Francisco Vicente García en el año 1941, donde se fue a vivir recién casado con su mujer Encarna Martínez. Ella nació en aquella casa e hizo toda su vida allí, hasta que se casó. Tras fallecer su padre en 1982, doña Encarna, al ser hija única, se lleva a su madre del cortijo, donde volverán solo en periodos vacacionales, como los veranos en los que disfrutaban bajo el frescor de sus árboles, hasta los años 95-96 cuando dejan de ir definitivamente.




Parte de la finca se la expropian para hacer la carretera que va hacia el Estadio y el Aeropuerto, y finalmente deciden venderla. La compraría una empresa de sanitarios y materiales de construcción que tenía ya una nave en las cercanías, y que acabó tirando el cortijo haciendo un solar donde ahora se almacenan dichos materiales.







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