El paisaje interior

Mar Verdejo
01:00 • 22 abr. 2017

Tengo eso que llaman “miedo al folio en blanco”: al empezar una historia, un poema o un artículo, y también al iniciar un jardín, parque o paisaje en un plano lleno de líneas topográficas o de estructuras, pero vacío o yermo de vegetación. La seguridad, de las palabras o del trazo firme, la encuentro en la lectura y relectura de textos o en las mil imágenes que me trasladan a lugares imaginarios que habitan en mí; y las plantas seleccionadas van conformándose en ese espacio en cuatro dimensiones, porque el tiempo también juega a la hora de plasmar el espacio en una hoja en blanco. Las diferentes civilizaciones han tenido siempre una necesidad de crear jardines, aunque fuese al principio para cultivar alimentos o recrear la idea del Paraíso donde equilibrarnos emocionalmente. El jardín, es el lugar para el optimismo, para el encuentro, para la contemplación o para alimentar el cuerpo y el alma. 
La tenacidad y planificación jardinera ante la promesa de una jugosa maduración, una vistosa floración o de un juego de sombras, se puede ver frustrada por una mala gestión o porque es imposible predecir en el tiempo las fuerzas naturales, pero la diversidad de aromas, colores y texturas durante el crecimiento de la vegetación constituyen en sí ya una recompensa. Es estos espacios tridimensionales, a lo largo del tiempo,  se encuentran la mano del ser humano, que intenta domesticar, y los instintos indómitos de la Naturaleza y que con frecuencia ambos confluyen en armonía. Los jardines ofrecen un foro para la combinación perfecta del Arte de la jardinería: una mezcla única de diseño y habilidades artísticas, de Ciencia y Naturaleza. Y en el tsunami que es la ejecución de una obra con prisas, ruido, barullo y caos, se va modelando la tierra, las rocas, el agua, la madera, los ladrillos, el cemento, el metal, vidrio, etc. en equilibrio entre escala y proporción. Acentos y contrastes. Ritmos y movimientos. Así que no es de extrañar que cuando estoy en el estudio o voy a alguna reunión, y tengo que explicar lo diseñado a lápices de colores o en llamativas perspectivas en 3D, utilice palabras sobre el ritmo en la música, el compás y los acentos musicales. En el lugar en el que trabajo siempre hay música de fondo, al principio la diferencio, pero a medida que me sumerjo en el jardín imaginado todo es silencio, como cuando te sumerges en el mar en apnea. La misma melodía, compás o movimiento puede estar sonando el tiempo que dure el diseño. Tan sólo el silencio al parar la música me vuelve a la realidad, de la mesa de dibujo o a la pantalla del ordenador, de un caos ordenado. Y ahora recuerdo de niña que mi abuelo materno, que también proyectaba lo hacía con la radio o el tocadiscos de fondo.  El Bosque Habitado, para mi cumpleaños, me regaló una mochila con una mariposa y en ella está escrito: “El secreto no es correr detrás de las mariposas, es cuidar el jardín para que vengan a él”. A medida que el jardín va tomando forma, entras en una dulce incertidumbre sobre si el jardín va a funcionar. Sus sombras, sus paseos atractivos, el equilibro entre los materiales y perspectivas y, tras la plantación, en cuanto viene a visitarlo la primera mariposa, sé que el jardín está en el camino acertado. 
Me gusta verlos en esa evolución años después. Observar las especies imperantes, las que han quedado relegadas a un segundo plano y antes eran las protagonistas, la fauna a la que cobija, junto a las risas y confidencias, el reposo y los juegos, los besos y canciones. El jardín siempre está en continuo proceso de cambio: es el centro de nuestros sueños y también el de nuestras angustias, pero también es un símbolo único de nuestra relación con la Naturaleza, sin importar en esa relación sus dimensiones. Dijo el pintor francés impresionista Claude Monet: “Mi jardín es mi más bella obra de arte. Todo lo que he ganado ha ido a parar a estos jardines. Todo el mundo discute mi arte y pretende comprender, como si fuera necesario, cuando simplemente es amor”. 


 







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