Los condenados

Óscar Fábrega, autor de `Pongamos que hablo de Jesús`, inaugura una nueva sección semanal en LA VOZ

Charles Fort, autor de ‘The Book of Damned’, publicado en 1919.
Charles Fort, autor de ‘The Book of Damned’, publicado en 1919.
Óscar Fábrega
23:38 • 24 abr. 2017

En 1919 se publicó, afortunadamente, un libro extrañísimo titulado The Book of Damned (El libro de los condenados). Se trataba de una extravagante recopilación de noticias y sucesos que desafiaban, rozando el delirio, lo que hasta entonces conocía la ciencia. 




Exploradores lunares, piedras con caracteres chinos encontradas en Irlanda, misteriosos eclipses inexplicados, aerolitos procedentes de bancos de hielo aéreos supergeográficos, gigantes venidos desde el universo Monstrator, Enanos de Elvera; lluvias de sustancias amarillas ―y negras, y rojas―, de trozos de carne, de pájaros y ranas; planetas oscuros que no reflejan la luz del Sol, huellas de extraterrestres en un prado de Michigan o en un campo de avena de Devonshire; objetos voladores no identificados, en ocasiones tripulados por ángeles que habitan en los espacios interplanetarios; lunas y niños azules, monedas del pleistoceno y ooparts por doquier, poltergeists y cosas que se mueven solas; islas flotantes del Supermar de los Sargazos, civilizaciones desaparecidas y dioses venidos de las estrellas…




Sorprendentemente, fue todo un éxito; pese a que tuvo que ser el libro más raro que jamás leyeron muchos de sus lectores; pese a la polémica que despertó entre los académicos y científicos, que lo consideraron un delirio y una aberración. Tampoco debería extrañarnos. 




Su autor, un tal Charles Hoy Fort, había nacido cuarenta y cinco años antes, el 9 de agosto de 1874, en Albany, una localidad del estado de Nueva York, y sin duda se trata de uno de los Homo insolitus más interesantes y curiosos que van a pasar por este espacio. Sus padres, los humildes dueños de una tienda de ultramarinos, en la que el propio Fort trabajó durante años, incluso cuando ya había comenzado a desarrollar su labor como periodista, no debieron dar crédito cuando, un buen día, lo abandonó todo y, tras plantearse escribir alguna novela, se dedicó a una actividad sorprendente: comenzó a coleccionar noticias y relatos sobre hechos extraños e inexplicables. Y así pasó unos veinticinco años. 




Finalmente, tras reunir cerca de cuarenta mil casos, decidió publicar los mejores en aquel libro, El libro de los condenados




No fue su única obra. Le siguieron New Lands (1923), Lo! (1931) y, póstumamente, Wild Talents (1932), libros en los que continuó exponiendo su fascinante y extensísimo catálogo de anomalías. Había fallecido un tiempo antes, el 3 de mayo de 1932, en Nueva York. Un año antes, el 26 de enero de 1931, se fundó la “Fortean Society”, con el objetivo de difundir sus obras y sus teorías, pero también con la ambición de continuar la búsqueda de fenómenos forteanos. Varias décadas después, en 1973, Bob Rickard creó la maravillosa revista Fortean Times, con la intención de continuar con la labor de nuestro excéntrico protagonista.




Se definió en alguna ocasión como “realista ultracientífico” y no dudaba en reconocerse como defensor del monismo. Tenía la firme convicción de que toda la creación está constituida por una misma sustancia primaria, material y espiritual a la vez, que une y relaciona a todo con todo. Y de alguna forma, esto está detrás de su obra. Fort, interesado por los extremos de la realidad, terminó presentando una nueva concepción del mundo que nos rodea tan fantástica y delirante como maravillosa y sincera.




Se enfrentó abiertamente contra la mal llamada ciencia oficial, convencido como estaba de que esta solamente aceptaba los hechos que le convenían, dejando a un lado las anomalías que no podía explicar, los condenados, que, según Fort, solo podían ser explicados si creamos una nueva forma de ver la realidad en la que el todo sea mucho más que la suma de las partes. De hecho, para poder abarcar y estructurar todo lo que quería contar llegó a crear una docena de nuevas ciencias… 


No se trataba de buscar rarezas, sino de resolver enigmas. Que conste.


Pero, sobre todo, fue un pionero, algo ingenuo, de una serie de temas que con los años acabaron siendo tremendamente populares y que han cautivado ya a varias generaciones de curiosos, unos más crédulos que otros, pero todos interesados en los límites del conocimiento, en considerar que lo imposible, a veces, no lo es. Y en parte fue gracias a Fort, ilustre fundador de una corriente que años después explotó con otra obra indispensable, El retorno de los brujos: una introducción al realismo mágico, publicada en 1960 por Louis Pauwels y Jacques Bergier


Gracias a estos libros, decenas de autores de medio mundo comenzaron a interesarse por lo misterioso, por lo desconocido, por aquellos temas molestos que no acababan de encajar en el paradigma de lo científicamente correcto. Vallée, Fulcanelli, Charroux, Andrew Thomas, Jiménez del Oso, Benítez, entre tantos otros. Unos se equivocaron, otros fueron demasiado más allá, y otros mintieron, pero algunos acertaron y provocaron que nosotros, pecadores, décadas después, continuemos sintiéndonos intrigados por todo aquello que aún no ha podido explicar la ciencia ni la razón. Quizás algún día el misterio deje de serlo, pero ese día habremos perdido parte de esa inquietud que produce saber que, aunque sepamos mucho, quizás, no sepamos nada. 


Gracias, Mr. Fort.


Por condenados, entiendo a los excluidos. Tendremos una procesión de todos los datos que la Ciencia ha tenido a bien excluir. Batallones de malditos, dirigidos por los descoloridos datos que yo he exhumado, se pondrán en marcha. 
(Primeras palabras de El libro de los condenados)



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