La trepidante vida en Tánger de la primera médica almeriense

Elena Gómez Spencer fue quizá la mujer almeriense que más corsés rompió en su época, más desconocida que Colombine, pero con una existencia ta

Elena  Gómez Spencer fue la primera mujer almeriense que se licenció en Medicina en 1930.
Elena Gómez Spencer fue la primera mujer almeriense que se licenció en Medicina en 1930.
Manuel León
01:00 • 14 may. 2017

Elena Gómez Spencer -la primera mujer almeriense que consiguió terminar los estudios de medicina en 1930- vivió una vida de leyenda bajo la luz de Tánger. Allí, en esa metrópoli de intrigas y espías, esta hija de la buena sociedad almeriense de principios de siglo, fue una de las mujeres españolas y quizá europeas más adelantadas a su tiempo: allí ejerció como médica y la defensa de un aborto le costó su puesto de trabajo; allí conoció a escritores malditos como el tangerino Angel Vázquez, a Paul Bowles, al que curó de una apendicitis, a Truman Capote, a Juan Goytisolo y a Jean Genet; allí abanderó una tertulia de artistas cosmopolitas, escondidos del mundo en esa suerte de protectorado, en ese Tiempo entre Costuras que era entonces Tánger, con una almeriense de protagonista, con fonendo en vez de aguja.
Pero la historia de esta Elena -no troyana sino almeriense- comenzó mucho antes de abrigarse a la  costa tangerina.Nació en la calle Gerona en 1894, hija de Bernabé Gómez Iribarne, ingeniero de minas, y de María Spencer Rabell, descendiente por línea directa de ese primer Joseph Dufell Spencer,  inglés que llegó Almería en el XIX y que revolucionó, junto a los Roda, la actividad comercial de la exportación de los pámpanos de uva, arrebatando el protagonismo a los próceres malagueños.




Era el segundo matrimonio de su padre, que antes se había quedado viudo de una hermana mayor de su madre llamada Elena Spencer Rabell. La que iba a ser la primera doctora almeriense tuvo tres hermanos Gustavo (del primer matrimonio de su padre), militar y respetado jinete, Alejandro, que fue un legendario piloto de aeroplanos y Virginia, que se desposó en 1924 con Antonino Zobaran, arquitecto bilbaíno.




Elena, junto a otras jovencillas almerienses como Carmen Rubira, Fernanda Roda, Lolita Cassinello, Luisa Galetti o Ana Cordero, era una asidua de los bailes del Casino y también de las regatas en El Recreo, pero también una obcecada lectora de clásicos que devoraba en la biblioteca de su padre. Con solo 18 años se casó en Santo Domingo con el abogado Luis Pardo de la Torre Ayllón, hermano del  secretario  de la Audiencia de Granada y un año después nacería Elena, su única hija.




El joven matrimonio vivió entre la ciudad de la Alcazaba y la de la Alhambra, con algunas escapadas a sus posesiones en el Marchal de Enix. Pero Elena no se conformaba solo con quedarse en casa y tomar té con pastas en el Suizo o con colaborar en la suscripción de la Tienda Asilo, o con montarse de copiloto en el primer aeroplano que sobrevoló Almería en 1921, que acabó con la vida, en trágico accidente, del joven Baltasar Díaz, hermano del célebre Ulpiano.




No, Elena quería algo más en la vida. Por eso, y con un matrimonio prontamente naufragado, terminó el Bachillerato en solo año y medio, lo que le impulsó a estudiar una carrera universitaria.




Se fue a Madrid con su hija y tras matricularse en 1926 en Filosofía y Letras en la Universidad Central, decidió cambiar para estudiar Medicina. Residía la estudiante almeriense en la Residencia de Señoritas de la calle Fortuny, dirigida por María de Maeztu y dependiente de la Institución Libre de Enseñanza. En la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científica, la almeriense aparece, entre carreras, apuntes y tranvías, asistiendo al laboratorio de Anatomía Microscópica, dirigido por Santiago Ramón y Cajal.




También se afilió al Lyceum Club Femenino, una asociación cultural que funcionó en Madrid- muy criticada por Carmen de Burgos- del que formó parte también Victoria Kent, Clara Campoamor y Zenobia Camprubí.




Acabó los estudios Elena y se especializó en pediatría en la clínica Medinabeitia bajo la tutela del insigne doctor Jiménez Díaz. Volvió a Almería en 1930, como una de las mujeres pioneras de los estudios de medicina en España, y el doctor Eduardo Pérez Cano le organizó un homenaje en el salón de fiestas del Balneario Diana, otro en la Terraza del Casino, y el Pleno Municipal aprobó rotular una calle con su nombre, aunque nunca llega a materializarse. Se afilió al Partido Socialista y llegó a ser candidata a diputada en 1931, antes incluso de que las mujeres pudieran votar, pero no obtuvo ni un solo sufragio, frente al triunfo del arquitecto Gabriel Pradal. Los siguientes años de esta pionera trascurrieron como pediatra en Granada, divorciada ya de su marido, trabajando con el equipo del doctor García Duarte, a quien fusilaron.


El ambiente político se fue enrareciendo y nada más ver los abusos que se van cometiendo en uno y otro bando, Elena decide volar a Tánger antes del 18 de julio, lo que le salvó la vida. Su hija ya se había emancipado y casado con Gonzalo Ferry, médico masón almeriense que fue represaliado tras la Guerra. Allí, en Tánger, fue donde el espíritu de Elena voló alto, donde hizo realidad sus sueños de niña, sus pasiones incendiadas por tantas lecturas.


Allí, en esa ciudad  más europea que africana, se hospedó junto a otros europeos en el bungalows Farhar, allí cocinaba croquetas para el periodista Eduardo Haro Tecglen y ejercía de médica de Tennessee Williams, que luego la recrearía en Un tranvía llamado deseo. Allí es en los años 40, donde, por defender un aborto, Carlos Sirvent, director del Hospital Español y el Gran Rabino de la ciudad, movieron cielo y tierra para impedirle ejercer la medicina.


No lo lograron y siguió con su consulta privada, curando las heridas del cuerpo y del alma, en ese rompeolas tangerino que, en esos años de plomo, era uno de los pocos lugares del mundo donde se podía vivir sin dar explicaciones.



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