Las gafas del buhonero y las fiestas de toda la vida

José Luis Masegosa
23:41 • 21 ago. 2017

Nuestros pueblos y ciudades vibran de fiesta. En cada comunidad, en cada ciudad, en cada pueblo o aldea la tradición manda y como una rueda gira  y nos trae en cada edición agosteña los divertimentos y juegos  de siempre, las alegrías de toda la vida.
A veces se detienen  los relojes en estos rincones y quedan náufragos en un tiempo que muchos quisieran perpetuar, un tiempo donde nada habita más que la dicha de sentirse en paz con uno mismo y con los demás.
Acaso sea esta de las fiestas una de las expresiones más primitivas de la felicidad, esa inusual sensación de saberse formando parte de un mundo donde prima el espíritu alegre.
Una miscelánea de estampas acaparan la actualidad festiva por toda la provincia, por todos los rincones. Con paso ligero y constante, como quien se siente apremiado por la pérdida de un tren o de una cita decisiva, cada día se dejan entrever por las calles de los núcleos feriados  los buhoneros de la feria que acuden prestos al recinto en donde ofrecen su variada y colorista mercancía.
Estos vendedores de ilusiones exhiben en sus abigarrados carrillos una amplia y multicolor batería de productos que  activan las pupilas a velocidad de vértigo. 
 Una interminable relación de sueños plastificados discurren a diario en un viaje de ida y vuelta para colmar ilusiones y, de paso, para ayudar a sobrevivir a estos nómadas comerciantes de fiestas patronales.
Conforman parte imprescindible del paisaje humano de los reales de feria, en donde brilla el mestizaje. En mi  pueblo dicen que cuando la luna copa el firmamento festivo se canturrea el misterioso pregón de un buhonero que vende gafas mágicas para ciegos, que ven paisajes oscuros pero ciertos.
Tal vez debía usar la otra noche una de esas lentes un sesudo paisano, a quien, según cuenta, invitó a bailar una apuesta doncella que le portó del brazo hasta el centro de la verbena y, ¡oh sorpresa¡, cuando el mozo se dispuso a iniciar la danza, sin encontrar causa racional alguna la bella dama había sido diluida entre el melódico ritmo de la orquesta.
Frustrado, preso del desconcierto, el pretendido galán busca aún por los rincones del pueblo a la misteriosa criatura que tuvo a bien  cortejarlo.
 Este caso de las mágicas gafas del buhonero, que no son de realidad virtual, no es el único. En una de las carreras de cintas a caballo celebrada ayer me relataron la historia de un joven jinete que se vio sorprendido con el último trofeo: una cinta blanca, sin firma ni identidad.
No hubo chica que se atribuyera el anónimo obsequio. El joven se ha prometido no volver a competir jamás con las gafas que vende el buhonero. 
Me cuentan que  el corredor agraviado busca sin éxito  a la moza de la cinta blanca en el convencimiento de que es la mujer de su vida. En el pueblo ya le llaman el loco de las cintas.


 







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