La OCAL traza el camino al Nuevo Mundo en ‘Viaje al Wild West’

Casi 4.000 personas asistieron el jueves al concierto de Feria en el que participaron 74 músicos

Marta Rodríguez
13:59 • 25 ago. 2017

Una pareja de colonos cabalga alegremente en un carruaje desvencijado. Ella borda y él azuza a los caballos casi a cámara rápida. Al ritmo que marca On the trail, la suite del Gran Cañón de F. Grofé. La primera parte suena a comedia, a una escena de dibujos animados. Y cómicas son las situaciones que protagonizan. Sin decir una palabra. Solo la música.




Se avecina el peligro. Ella se oculta en la parte trasera del carromato y él, como buen vaquero, sale armado a defender a su familia. Uno lo imagina llegar a casa, poner los pies encima de la mesa, escupir en el suelo y preguntar Mujer, ¿qué hay de cenar esta noche? 




De pronto, al fondo, una luz, símbolo del progreso. Quizá un rancho donde iniciar una vida juntos. E incluso oro. El gran sueño americano. Felices, espolean a los caballos y emprenden el camino al Nuevo Mundo. 




El camino al Nuevo Mundo, el camino que recorrió Estados Unidos hasta encontrar una música con la que sentirse identificado, fue el que trazó la Orquesta Ciudad de Almería (OCAL) este jueves en el Parque de las Almadrabillas en su concierto de Feria, Viaje al Wild West, con los actores y bailarines del Oasys MiniHollywood como genuinos figurantes. De la Suite Billy el Niño a Hoe Down, ambas de Copland. De los sonidos de los pueblos indígenas a las bandas sonoras de los westerns, muchos rodados en esta tierra.




“En Nueva York, profesores de Conservatorio pensaron que sería bueno tener una música para la comunidad; tarea que encomendaron a un importante compositor que acabó en un campamento indígena, donde descubrió que América ya tenía una música”, contó el director de la OCAL, Michael Thomas,  y dio paso al primer movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak.




Una sinfonía en la que detrás de los acordes de los 74 músicos de la OCAL, si las cerca de 4.000 personas que llenaban el recinto hubiesen cerrado los ojos y abierto bien los oídos, habrían percibido un susurro que decía América, américa. O la voz de los indios americanos diciendo a los nuevos pobladores: “Este país no es vuestro, es de los que vivíamos antes”.




Con una puesta en escena encuadrada por un saloon y el carro de aquella pareja que nos hizo creer de nuevo en el amor, la formación ofreció un recital con el que consiguió superar, y era difícil, Guerra y paz, programa de la Feria del año pasado. Un espectáculo en el que los tiroteos de cowboys y las coreografías teatralizadas de las vaqueras del MiniHollywood se intercalaron con los fuegos artificiales en un despliegue de pólvora de tirar la casa por la ventana.




Copland, Dvorak y Grofé se sucedieron como un viaje a lomos de un caballo por una llanura. Con momentos de cabalgar animado y de un sosegado trote. En una atmósfera intimista que no consiguió romper ni la señora que, cigarro tras cigarro, se dedicó a quejarse por no haber conseguido una silla a quien quería escucharla y a quien no (los chistidos predominaron sobre la mirada de los curiosos). Las plazas se agotaron más de media hora antes del inicio.


Cuando los primeros asientos empezaron a quedarse libre y los más despiertos se hicieron con uno, hubo quien vio a una Mercedes Oliver embelesada -ella es al alma máter de la OCAL junto a Paco García- en el instante más mágico de la velada: la Nana Mexicana, compuesta por Thomas, que con toda su acidez british se la dedicó a Trump. Mientras sonaba, una joven con poncho acunaba a su bebé en una imagen que era todo ternura.


Aún hubo tiempo para cuatro bises. Para que los músicos se pusieran sus sombreros de vaqueros y el público puesto en pie se uniera, sin remedio, a la música de cancán.



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