Carlos Puigdemont, un independentista catalán con raíces almerienses

Los bisabuelos maternos del presidente de la Generalitat eran José Ruiz, de Dalías, y Joaquina Toledo, de Cuevas de Almanzora

Carles Puigdemont, en una imagen de archivo
Carles Puigdemont, en una imagen de archivo
Emilio Ruiz
23:48 • 13 sept. 2017

Suele ‘alardear’ el presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, para mostrar su apego genético a la comunidad que dirige, que tras su nombre aparecen seis apellidos catalanes. Y es cierto, al apellido que estos días se ha hecho tan popular en todos los medios de comunicación, el de Puigdemont, el “president” puede sumar los de Casamajó, Padrosa, Oliveras, Galceran y Ballart.
Como se puede observar, faltan dos apellidos para conformar los ocho que ilustran su árbol genealógico familiar más inmediato. Puigdemont no puede presumir, si es que eso es motivo de presunción alguna, que obviamente no lo es, de “ocho apellidos catalanes”, sino solo de seis. Le faltan dos. Precisamente los que le faltan son dos apellidos andaluces de Almería, y más concretamente de Dalías y de Cuevas del Almanzora.
Una de las abuelas de Carlos Puigdemot, la materna, era Manuela Ruiz Toledo, nacida el 12 de abril de 1905 en La Carolina (Jaén). Era jiennense de nacimiento, pero almeriense de raíces por varias generaciones. El padre de Manuela –y, por tanto, bisabuelo de Puigdemont- era José Ruiz Valdivia, un joven de Dalías que, cuando apenas llevaba unos meses casado, abandonó su pueblo natal en busca de nuevos horizontes laborales. El único oficio que José conocía para buscarse la vida era el de minero. La madre y bisabuela de Puigdemont era Joaquina Toledo Valero, de Cuevas del Almanzora. El matrimonio tenía 30 y 27 años, respectivamente, cuando fueron padres de la niña abuela del hoy tan popular nieto. Tenían también otra hija mayor que Manuela.
El matrimonio almeriense de los Ruiz Toledo emigró a Cataluña con sus dos hijas cuando la menor tenía diez años. A principios del siglo XX las minas de La Carolina empezaban a dar síntomas de agotamiento y las de la vecina Linares no presentaban mejores horizontes. José y Joaquina no lo dudaron y, como tantas otras familias de andaluces, subieron en el popular tren conocido como “El Catalán” –este medio de transporte se dedicada casi de forma exclusiva a llevar emigrantes andaluces a Cataluña- y se plantaron en Barcelona, una provincia que tenía por delante nada menos que el incentivo económico de la Exposición Universal de 1929.











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