Almería recuerda al gran artista Rafael Gadea

Cuando se cumple un año de la muerte de Gadea, el crítico y poeta Ramón Crespo le dedica este artículo

Gadea poseía una capacidad para crear mundos imaginarios extraordinaria.
Gadea poseía una capacidad para crear mundos imaginarios extraordinaria.
Ramón Crespo
22:21 • 19 ene. 2018

La madrugada del día de Reyes, de 2017, fallecía Rafael Gadea, uno de los artistas más interesantes y originales de la Almería del siglo XX. Una enfermedad que sufriría en silencio junto a su mujer, Cristina, como si quisiera así alejarnos a todos del dolor, terminaría con su vida de forma inesperada. Tras un año de ausencia, muchos de sus amigos seguimos pensando que Rafael Gadea no ha muerto. Quizás porque su recuerdo, el del hombre, incluso antes que el del artista, sigue presente. 




Con Rafael compartí muchos momentos, muchos años de juventud, esos que jamás se olvidan. Lo conocí poco después de llegar yo a Almería, en abril o mayo de 1986. En aquellos días Pedro Gilabert preparaba su exposición en el Patio de Luces de la Diputación, y creo que él le ayudaba en esas tareas. Una noche, en el Casablanca, uno de los locales de moda de la época, Armando Gómez, pintor colombiano afincado entonces en nuestra ciudad, me presentó a Rafael. Su naturalidad y su bondad destacaban entre las luces de neón y los ritmos modernos de la música de “la movida”. Días después nos vimos con sus amigos, Ginés Cervantes y Javier Huecas (y más tarde también con Manolo Contreras) forjándose una amistad que continúa desde entonces.




Rafael era una persona intuitiva, un artista autodidacta capaz de plasmar sobre el papel lo que imaginaba con una libertad y una naturalidad que sólo poseen los grandes artistas. En sus dibujos, concluida ya una primera etapa naif, se acercaba al universo de las vanguardias artísticas, en una evolución vertiginosa. Su capacidad para crear mundos imaginarios era extraordinaria, y muy personal. En los años 80 creó todo un repertorio plástico donde encajaban por igual imágenes que recordaban a algunos pintores de la Escuela de la Figuración Madrileña, y del pop art, y también esos otros mundos oníricos de un Klee o un Miró. Su obra fue decantándose hacia una visión post-picassiana, en un camino que recorrió sin pausa, pero con ese ritmo que él necesitaba, sin sentirse sujeto a ninguna regla, horario o servidumbre. Eligió cómo vivir su vida, a su manera, disfrutando sobre todo de las pequeñas cosas, ajeno a las formalidades e imposiciones de esta sociedad de consumo. Vivió con una dignidad, sencillez, y honestidad admirables. Su obra es el espejo donde se miraba, guiñándole un ojo al arte y otro a la cotidianeidad.    




Ojos abiertos
Como artista era atrevido, aventurándose por caminos desconocidos, a la búsqueda de eso que tantas veces resulta inalcanzable. Extraño a cualquier teoría estética fue, sin embargo, un inventor de mundos. Algo, dentro de él, lo llevaba hacia una experimentación consustancial al artista moderno. De pintor “figurativo” pasó a la abstracción, siempre con un lirismo que lo distinguía, y que surgía de su personalidad creadora. Rafael era un hombre con los ojos abiertos a todo lo que le rodeaba. Lo que veían sus ojos  -que nunca era lo que veíamos nosotros-  lo reinterpretaba de una forma maravillosa, a veces mágica, a veces lúdica, con sus lápices de color, o con lo primero que tuviera a mano. Su obra se singulariza en el gran laberinto de imágenes que es el arte contemporáneo por su condición de artista único, alguien tocado por una gracia especial que nos enseña a ver la realidad de otra manera. Un artista  capaz de crear mundos propios porque Rafael subvertía la perspectiva y los discursos plásticos ya conocidos, transformándolos en algo personal, y siempre cercano. Los personajes que viven en sus cuadros deambulan en un imaginario quimérico dialogando sobre el amor y la amistad, ajenos a las normas establecidas. En sus dibujos, en su lienzos, el color se desparrama con la intensidad que tienen los días luminosos porque Rafael amaba la luz y el color. Su espíritu era el de un hombre bueno, alguien frágil y al mismo tiempo fuerte y seguro, que vivió al margen de lo que mueve al mundo, convencido del camino elegido, y de su arte. Su obra es su legado y el testimonio del hombre que fue. 




No dejen de visitar la exposición de Rafael Gadea, ‘Dormido en el recuerdo’, en el Centro de Arte Museo de Almería, y la exposición de grabados, recientemente inaugurada, en la Diputación Provincial. Varias conferencias recordarán al autor y su obra, actividades organizadas por la Fundación Ibáñez-Consentino, incluidas en el Homenaje que nuestra ciudad le rinde a uno de sus mejores artistas.







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