La Iglesia y las periferias

Fausto Romero Miura
22:42 • 20 ene. 2018

Durante el viernes y el sábado se han celebrado las “II Jornadas Católicos y Vida Pública.- La Presencia pública y social de la Iglesia Católica: Retos, Horizontes y Apremios”, (de las que La Voz está dado amplia referencia), en las que, por delicadeza cordial del Sr. Obispo, participé en la Mesa Redonda sobre “La presencia de la Iglesia en las periferias sociales y existenciales”. 
A mi juicio, la vida debería resumirse en armonía y proporcionalidad. Y cuando no se dan, la vida chirría, que es lo que viene haciendo desde que el mundo es mundo: chirría el roce de las periferias, cada vez más amplias, masivas, con el centro, cada vez más pequeño y blindado. Es un chirrido permanente, que la Iglesia católica se esfuerza en evitar y, desde luego, mitiga. 
No me gustaría ser tenido por heterodoxo pero me atrevo a decir que la vida pública de Cristo se desenvolvió en las periferias, hasta el momento mismo de su muerte: murió con dos ladrones y hasta en ese instante dramático trató de redimirlos.
Desde el principio, pues, la gran misión de la Iglesia fue impedir las periferias. Y en ello sigue, dos mil años después, fiel a los mandamientos de su Fundador, que resumió en amar al prójimo: las periferias han de ser, para un católico, para todo hombre, el prójimo más próximo, un prójimo global.
En el discurso a los Cardenales en el pre-cónclave, lo reafirmó el Papa Francisco: “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las existenciales...”
Y no tenemos que salir de España para encontrar las periferias. El artículo 1 de la Constitución, que define a España como un “Estado social y democrático” que propugna como valores supremos “la justicia y la igualdad”, no puede entenderse sin otros varios: sería una mera y vacía declaración de intenciones.
Y, así, el artículo 9, consagra la dignidad de la persona y el libre desarrollo de la personalidad; el 14 impone –sí- la igualdad; el 15, el derecho a la vida –no a la malvida periférica- y a la integridad moral; el 27, a la educación; el 33, a la propiedad privada; el 35, el derecho-deber al trabajo y a una remuneración suficiente para atender a las necesidades familiares; el 43, a la protección de la salud; el 44, a la cultura; el 47, a una vivienda digna; el 138, en fin, consagra el deber de solidaridad.
Impedir que haya periferias, sociales y existenciales, no es, pues, sólo un deber moral. Antes que un acto de caridad cristiana, es una obligación legal, un imperativo político.
Podría resumirse diciendo que en un Estado social y democrático –del pueblo, de los ciudadanos- todos hemos de tener la misma efectiva igualdad de oportunidades. Y no es verdad que la tengamos y, muchos, ni siquiera oportunidades, lo que mata la esperanza. Si se cumpliese la Constitución no podrían existir las periferias, ni sociales ni existenciales.
Y lo que digo de España, vale para el mundo “civilizado” en el que no siempre se hacen realidad los derechos humanos. De ahí, quizá, que Benedetti hable de “izquierdos humanos”. 
Las periferias, tanto las sociales como las existenciales surgen –al margen, algunas voluntarias- por la no inclusión inicial o por la exclusión. Tanto las individuales –falta de educación, por diversas causas- como las sociales e, incluso, urbanísticas: barrios que se proyectan ya marginados, no marginales. Y no hablo necesariamente de ghetos, de favelas. En Almería tenemos ejemplos.
Y es ahí, en el momento en que falla el Estado –que no pone al hombre como fundamento de su acción- cuando la Iglesia Católica se va a las periferias civiles para tratar de que se haga verdad que cada ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios, que no hay periferia humana  posible. 
La Iglesia, religiosa, muchas veces a través de los laicos, cumple funciones civiles que el Estado, aconfesional, no atiende.
Pero, ojo, la Iglesia no es subsidiaria ni suplente de nadie sino, proactiva; como ha dicho el Papa Francisco, la “Iglesia samaritana”, pero la antítesis de una Iglesia concebida como ONG piadosa. El Papa insiste: “En lugar de ser solamente una Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas abiertas, busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos...”   Es la Iglesia en “salida”, que va al encuentro de las periferias existenciales.
Por eso, en la sociedad de hoy, deshumanizada, cada día es más urgente fomentar lo espiritual, el contacto humano, la fraternidad. De manera simpática, lo ha dicho el Papa: “una mamá no se comunica con su hijo por carta”. Hace falta el testimonio personal, de carne y hueso, el calor humano, el ejemplo, no tanto la palabra.







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