El cerebro del atraco del siglo rompe su silencio en su casa de Vera

Ha pasado medio siglo desde el golpe al tren correo que conmocionó a Europa. El ladrón de 2,5 millones de libras esterlinas, que tiene 85 años y salud precaria, vive en un corti

Gordon Goody en su cortijo de Vera
Gordon Goody en su cortijo de Vera
Manuel León
10:49 • 01 oct. 2014


Gordon se ha hecho viejo en el Levante almeriense. Se han gastado sus ojos, que vieron millones de billetes amontonados con la efigie de la Reina Isabel sobre un tapete de hule, como un trofeo de caza.
El otro día fue al cementerio de Mojácar, a despedir a un compatriota, ayudándose con bastones, casi irreconocible, el hombre de brazos tatuados que servía pintas de cerveza en los años 80 en el Kontiki de Mojácar, el peluquero inglés que llevaba metido en sus neuronas el croquis del robo del siglo.
Douglas Gordon Goody, de 85 años, ladrón de guante blanco, cerebro del Atraco al tren de Glasgow, ha roto su silencio más de medio siglo después de aquella épica noche de agosto de 1963 en el que él con catorce compinches se llevaron en sacas 2,6 millones de libras esterlinas (47 millones de euros en la actualidad) del tren correo Glasgow-Londres.
Ha hablado Gordon para el Daily Mirror, desde su cortijo de Vera, acompañado de María y sus cinco perros, cansado, quizá, de que otros hayan hablado tanto por él, incluidos sus secuaces colaboradores.
Vive ahora en ese ambiente agreste almerienses, tras estar avecindado durante años en un apartamento de Mojácar. Allí en ese cortijo veratense es como si volviera a sus raíces rurales cuando hacía contrabando de ganado en la frontera de Irlanda.
Pero ahora el rolex que rodeaba su muñeca cuando se repartieron el botín ha sido sustituido por un swatch y el Jaguar y el traje blanco con el que fue arrestado por los agentes de Scotland Yard, se han esfumado.
A Gordon le tocaron en el reparto unos tres millones de euros de los de ahora, en ese asalto de caballeros en la madrugada en el que no se derramó ni una chispa de sangre. No los disfrutó demasiado tiempo: a los pocos meses del golpe, un par de zapatos con pintura de la granja guarida le delataron y fue capturado por la policía en Leicester, donde estaba viviendo con una ex miss Gran Bretaña.




Garganta profunda
Goody fue condenado a 35 años, aunque lo soltaron a los 12. En la cárcel, en vez de quedarse llorando en su celda, se dedicó a muscularse en el gimnasio y a aprender español. En su cabeza rondó la idea de escaparse, como hizo su cómplice, Ronnie Biggs con unas sábanas por la ventana.  Pero no lo hizo. Aguantó  el tipo y al salir del zulo se vino a Mojácar. Era 1975 y se quedó con el chiringuito Kon Tiki frente al Parador de Turismo, donde contaba su historia entre la bruma de la cerveza, como un marinero relata sus amores en cada puerto.
No se arrepiente de nada, a lo hecho pecho, lo único que lamenta es que el conductor del tren postal resultase herido, según sus declaraciones a la prensa británica en Londres, donde volvió el año pasado para conmemorar el 50 aniversario del mayor robo de la historia de Inglaterra: un mazazo en plena mandíbula para la poderosa policía británica.
Durante años un código de silencio envolvió a los ladrones. Pero poco a poco fueron hablando y hablando. Todos menos Goody. Ahora lo ha hecho, desde su casa almeriense, tocado con un sombrero de paja, colorado como una manzana de Covent Garden,y ha revelado el secreto mejor guardado del golpe maestro al tren: que la garganta profunda del grupo, conocido con el pseudónimo de Ulster, el hombre que les dijo qué día iría el tren forrado de sacascon miles y miles de libras fue un empleado de correos nacido en Belfast llamando Patrick McKenna.
Gooddy, ladrón y caballero como El Dioni, como un personaje de las canciones de Sabina, recuerda que su padre lo quiso obligar a ser  fontanero, “yo prefería ser delincuente, uno no tiene que trabajar duro para ser delincuente”.
Cuando salió de la cárcel, la mayor parte del dinero, que encomendó en custodia a un amigo, había volado. Aún se le humedecen los ojos cuando recuerda las montañas de dinero apiladas en la mesa de la granja donde se refugiaron. “Era un espectáculos digno de ver”. Pero a él solo le quedó lo justo para agarrar un avión  y plantarse en aquella Mojácar turística de los 70 y 80.










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