Un colono de primera generación

Los ojos de Manuel Martínez Galafat han visto nacer el milagro agrícola almeriense desde que llegó a Roquetas con 9 años

Manuel Martínez Galafat, pionero de la agricultura almeriense
Manuel Martínez Galafat, pionero de la agricultura almeriense
Manuel León
18:09 • 07 mar. 2015

Su padre, Manuel, era de Pechina y su madre, Araceli, de Benahadux. Él, uno de los precursores de la agricultura intensiva roquetera, tiene clavados sus primeros recuerdos en un cortijo de Huércal donde su padre labraba como aparcero de un señorito de la capital.
 Manuel Martínez Galafat, se acaba de jubilar, tras muchos soles y vientos que han hecho surco en su frente y en sus ojos gastados, aunque, con 67 años, conserva aún figura de bailarín de bachata.
Manuel forma parte de la historia agrícola almeriense, como el Piloto, como don Bernabé, como don Leandro, por ser uno de esos colonos del génesis hortícola del Poniente que irrumpieron en carromato desde el arrabal almeriense, como aquellos primeros soñadores que llegaron a la California americana.




El año del frío
Era 1956, el año del frío siberiano que mató los olivos, y la familia de Manuel, con dos varones y dos hembras fueron agraciados con el primer lote del Instituto de Colonización: una parcela de tres hectáreas en el Sector 1 de Roquetas, con una casa de labranza donde se crió junto a sus hermanos entre sabañones y olor a alfalfa.
 El estado también dotaba a cada colono con un ajuar agropecuario formado por una vaca suiza,  dos cerditos, dos conejos (macho y hembra) y media docena de gallinas. “Era una casa campesina, aún existe, en lo que hoy es el pueblo de Roquetas, entonces todo eran secanos. Tenía cuadra, portón, todas eran iguales,  yo tenía entonces 9  años y al poco tiempo pusieron la luz con cable trenzado” - recuerda el agricultor. El día que vino Franco en su Dodge Dart a  darle brillo a  esa nueva tierra de promisión, a Manuel lo vistieron de azul falangista y salió en el Nodo en todos los cines de España agitando una banderita rojigualda. Fue a la escuela de don Epifanio hasta los 12 años, justo para aprender las cuatro reglas. “Con todos esos animales y lo que daba la tierra, no pasábamos falta, aunque no teníamos para vestir de marca. Mi padre sembraba guisantes, habas, alcachofas, con el agua del Pozo de los Motores, aún no se había descubierto el enarenado”.




Segador de alfalfa
Manuel se hinchaba a trabajar cortando hierba con la hoz para los animales, solo paraban los domingos por la tarde para oir en la radio los partidos de Di Stéfano, Kubala y Manchón.
Recuerda que los ingenieros de colonización intentaron poner fresa, pero no cundió, por la salinidad. Hasta que dieron con la alquimia del plástico y la arena, que traían  de la playa en carros con yeguas. “Empezó todo en 1964, si no hubiera sido por la arena, el Poniente hubiera fracasado. Después empezaron las corridas, los camiones, nos fuímos haciendo grandes, recuerdo que mi padre vendía pimiento California a ¡160 pesetas el kilo! en 1969, un dineral”.
Manuel, que tiene un hijo ingeniero agrícola, fue uno de los fundadores de Hortamar, la primera cooperativa de Roquetas. Hoy, no puede pasar sin ir al campo con cerca de 70 años y es de los que piensa  que lo que ha ocurrido en el campo ha sido una verdadera revolución económica.




Fundador de la cooperativa Hortamar
En 1977 un grupo de agricultores roqueteros pertenecientes a las asociaciones de El Olivo y Las Lomas, que compraban juntos abonos, se agruparon para crear Hortamar. Construyeron una nave modélica en su época junto a Las Salinas, las misma que aún da servicio a esta compañía a la que pertenecen 200 socios, con 360 hectáreas, y que factura por encima de los 30 millones de euros con tomate, pepino y una especialidad marca de la casa: melón cantalup,  enano, de corazón naranja, que se vende íntegramente a supermercados franceses.
Antes solo existían las primeras corridas o alhóndigas como la de Poveda, la de Pepe Negocios, la de Amat Ayllón, la del Lechero que era la Estrella, la  Diana que era de Luis Cañadas. Después llegó Agroparador y el obispado montó una cooperativa.
En El Ejido estaba el Merco, una especie de cooperativa pública, y también Camposol, de Jesús Alférez, que abandonó la uva y se adaptó a los productos de la huerta. También Frusol, El Porvenir, Ejidomar y también la subasta de Góngora, entre otras.
Se fueron abandonando los isocarros en las cunetas y las furgonetillas Ebro fueron sustituidas por camiones que recorrían Europa con las hortalizas de la despensa  almeriense.
Manuel compró entonces en Tierras de Almería a diez millones la hectárea. “Nunca le he tenido miedo a entramparme, si no lo hago, no estoy tranquilo”, llevo 40 años debiéndole a los bancos”, dice sin complejos, este colono nacido y crecido en el campo.








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