Perera y Ponce abren la puerta grande

Miguel Ángel reivindicó su toreo supremo y Ponce dio lección de clasicismo 

Ponce y Perera han abierto la puerta grande este viernes.
Ponce y Perera han abierto la puerta grande este viernes.
Jacinto Castillo
01:00 • 29 ago. 2015

Qué grande es el toreo cuando los toreros se lo toman en serio, como Perera, que quiere ser el más grande y torea para eso. Debió llegarle noticia de la apoteosis de rodillas de Talavante el día anterior y saludó a su primero con unas verónicas rodilla en tierra, a cada lance más comprometidas. 

No quiso picar al toro apenas, porque había venido a esta Plaza impelido por esa sed de gloria que diferencia a las figuras del resto de compañeros. Puede que se equivocara al dejara al toro sin picar, pagando su decisión al ser arrollado en el ajustadísimo quite por gaoneras alternadas con cordobinas. Pero no importó: Perera se levantó y repitió las suertes en el mismo sitio como si no hubiese pasado nada. Y así también, clavando las zapatillas, inició una faena suave en los toques pero firme y precisa en el aire de la muleta. Los ayudados por alto presagiaron lo que iba a venir después. Derechazos largos y sentidos, profundos, cargados de sentimiento. Poderosos, sin quebrantar al toro más de la cuenta. Como quiera el animal no se tragó los naturales, Perera quiso reafirmar su nombre metiéndose entre los pitones a buscar el sentido de la Tauromaquia allí donde duerme entre faena y faena. 

Perera quiere ser un torero de Almería y ayer entregó rellena la solicitud. Por si le faltaba algún membrete sin rellenar, Perera cuajó una segunda actuación magistral. Se dejó el Garcigrande para cerrar plaza y se encontró a un animal con fondo de casta admirable, pero que no regalaba embestidas fáciles. Ni siquiera se dejó en un quite que el extremeño porfió por chicuelinas. La pelea quedó para el último tercio. 

Miguel Ángel le pudo colocar a este sexto los naturales que no se dejó el tercero pero, sobre todo, puso sobre la arena su acendrado oficio de muletero, eligiendo el terreno y la distancia más favorables en las tandas de derechazos, cada uno más limpio que el anterior. Con más sabor. Y aún quedaba el delirio de la serie a pies juntos, sin rectificar con el toro ya embrujado por la muleta de un torero que no quiere ser el segundo en ninguna parte.




Enrique Ponce
El maestro de Chiva parece llevar escrita su tauromaquia en un pentagrama. Elegante con el capote armonioso, equilibrado como si la técnica que atesora fuese una especie de canon aún por escribir. Con esas trazas abrió la faena, sin olvidarse de sus doblones que parecen un ejercicio de ballet. En los tendidos sus detractores insistían en que esta faena era la de siempre pero el poncismo militante se entregó a sus derechazos serenos y medidos y a su prestancia de torero que se sabe ya a otro lado de la historia. El ejemplar de Garcigrande había salido con casta y nobleza y se llevó una buena dosis del toreo de Ponce, que remató con esos circulares genuflexos tan suyos. Y de propina, sus abaniqueos citando a toro. Su parsimonia de torero por encima de las tertulias.  

Al de Núñez del Cuvillo que le entró en el lote lo probó en distintos terrenos y se dedicó a sumar derechazos con la cadencia que parecía necesitar el animal exhausto desde los primeros muletazos. Poco toro para tener ya ganada la Puerta Grande.  




Manzanares
A Manzanares le salió un buen toro de esos que exigen un buen torero, pero José María dejó que el animal tomara las decisiones desde el primer momento y se centró solo en las posturas. Al toro hay que citarlo con toques precisos desde el principio, porque si no lo único que queda es acompañar la embestida cuando tiene a bien arrancarse.  

Su segundo, que se caía, tampoco, le sirvió, como era de esperar. Los tendidos que estaban de su parte fueron cambiando de parecer, en tanto que Manzanares diluía su prestigio en la grisura delos mantazos y los desencuentros.
 









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