Cuando se cruza el río de los 100 años

Emilia Moreno Martínez (Suflí 1911) cumple hoy 104 años en compañía de sus hijas, de sus siete nietos y de sus cinco biznietos. Todaví

Eduardo D. Vicente
14:56 • 28 nov. 2015

Al otro lado del río existe un camino de regreso en el que la vida te va llevando otra vez por lugares reconocibles  que ya recorristes a lo largo del tiempo. Es un viaje de vuelta en el que es posible rescatar algunas de las emociones que ya creíamos olvidadas, pero que estaban ahí, aguardando como un amante insatisfecho a que cruzáramos a la otra orilla para sacarnos a bailar de nuevo.


Al otro lado del río, donde muy pocos llegan, se vuelve a andar hacia atrás hasta llegar al último meandro donde bajo una sombra profunda y placentera uno puede volver a descansar como cuando era un niño. En ese remanso reposan también los recuerdos de una larga vida: las caricias de la madre, las voces de los hermanos a la hora de los juegos, el vestido de novia que tanto esfuerzo costó, el llanto del primer hijo.


Emilia Moreno hace tiempo que cruzó al otro del río, y ahora, cuando sus hijas le lavan la cara y luego la peinan, o cuando con paciencia le dan el plato de comida, cucharada a cucharada, vuelve a ver la mano de su madre cuando corría tras ella con la zapatilla en la mano para que se tomara aquella yema de huevo disfrazada en vino dulce que era mano de santo para las ganas de comer.   




A sus 104 años recién cumplidos, Emilia recorre feliz ese camino de regreso arropada en todo momento por su familia y sin salir de su casa. A veces, mientras le dan de comer, o en medio de una tertulia, se le escapa el nombre de un ser querido que se fue o sonríe con un gesto de picardía, como si estuviera huyendo de su madre cuando la perseguía después de una travesura. 


A Emilia le gusta sentir la compañía de los que la rodean y cada vez que una visita entra a su casa, ella saca a relucir sus modales exquisitos, la invita a sentarse, le pregunta quién es, le regala un gesto y si coge confianza le cuenta alguna historia o le reza el rosario. 




Detrás de su mirada llena de ternura, detrás de esa sonrisa que no cesa, hay una vida intensa donde no faltaron los sufrimientos desde que en 1911 vino al mundo en el pueblo almeriense de Suflí. La muerte prematura del padre, cuando ella tenía cinco años, marcó sus primeros años de infancia. Se crió con su madre y con sus tres hermanos, pudo ir a la escuela y sobrevivir con las tierras hasta que la guerra civil se lo quitó todo: las huertas, la casa y la vida de su hermano que murió represaliado. 


Su familia tuvo que vender la finca y al terminar la contienda, como el dinero de la República no tenía validez, se quedaron sin nada. Emilia se casó con Antonio Sánchez Vidal, un muchacho de su pueblo que se colocó en el Banco de España, pero del que enviudó al poco tiempo por culpa de la tuberculosis cuando acababa de nacer su hijo. 




En los primeros años de la posguerra, la familia dejó Suflí y se vino a Almería a regentar el estanco de la calle Real que se lo habían concedido a su madre. Allí, en el estanco, Emilia conoció a José Antonio Pérez López, un joven municipal que la rondó hasta que se casó con ella, el 13 de agosto de 1949 en la iglesia de San Pedro. Su segundo marido era un trabajador incansable que cuando se quitaba el uniforme de municipal se ponía el mono y se iba a ganarse un sobresueldo a la fragua de Oliveros. 


‘Resucitado’
De él se decía que tenía varias vidas como los gatos porque siendo mozo, cuando estaba destinado en Aragón en el frente de batalla, fue apresado al intentar cambiarse al bando nacional. El castigo fue morir fusilado: lo pusieron delante de un pelotón, le dispararon, pero no llegaron a matarlo. El tiro le entró por el escroto y le salió por el vientre, y cuando estaba inconsciente en el suelo, lo remataron con un disparo en la cara que no fue suficiente.


Creyeron que estaba muerto y cuando mandaron a un grupo de cortijeros del lugar a que lo enterraran, descubrieron que todavía respiraba. “Ha sido un milagro”, decían los hombres cuando volvió a abrir los ojos y cuando el ‘resucitado’ se sacó del bolsillo de la guerrera una estampa de la Virgen de Monsalud, Patrona de Alfarnate, a la que le adjudicó todos los méritos de aquel milagro.


De aquel percance le quedó la certeza de que ya nunca podría tener hijos al tener el escroto perforado por una bala. Por eso, el día que Emilia le dio la noticia de su embarazo él no se lo creía. Después llegarían dos hijos más. 
Aquel fue un tiempo feliz. El esposo trabajando sin descanso y ella sin parar de trajinar en su casa. A veces, el municipal regresaba a las seis de la mañana después de un servicio, y se encontraba a Emilia durmiendo sobre un plato de lentejas que acababa de limpiar. “Que vas a enfermar”, le decía el marido, pero ni enfermó ni dejó de trabajar.
 
Activa
Sus hijas cuentan que ha seguido trabajando siempre, y que hasta los cien años, fue Emilia la que llevó su casa sola: hacía la comida, lavaba, planchaba, salía a la calle a dar una vuelta y estaba pendiente de la vida de sus hijas y de sus nietos. Después tuvo una caída, la operaron de las dos caderas y cuando pensaban que no se volvería a levantar de la cama, echó de nuevo a andar por la casa. Y allí sigue, con su sonrisa permanente, y sus preocupaciones de madre, alerta para que sus hijas, que ya no son unas niñas, no estén por la calle a deshoras y no tengan malas compañías. 


Hoy, con 104 años, ha dejado de trajinar, pero se da todavía sus paseos por la casa y los domingos, sin falta, acude a misa a la iglesia del Espíritu Santo. Su refugio ahora es el sillón del comedor y los auriculares que le hacen compañía para escuchar la emisora de Radio María, donde disfruta con la misa, con el ángelus, con las vísperas y con el santo rosario de todas las tardes.  En este proceso de vuelta, Emilia necesita tener a Dios a su lado y así lo siente en cada oración que va  recitando al pie de la letra.


Cada día que pasa en su vida es un regreso, un volver a andar el camino. El tiempo sólo es un cambio de apariencia, y desde el otro lado del río ya no se ven las arrugas ni se entienden los almanaques. Ahora, en su vida, sólo mandan las emociones, los gestos de cariño de sus hijas, los recuerdos que van llegando a borbotones, el pequeño disfrute de mirarse al espejo y volver a encontrarse con la niña que fue.



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