El delirio del gol cien

Giménez y Saúl marcaron en acciones de pizarra y Torres sentenció en el descuento

Los colchoneros celebrando la victoria.
Los colchoneros celebrando la victoria.
AS
18:33 • 06 feb. 2016

La imagen del partido es la última. Un futbolista corre al fondo norte y busca a un hombre de pelo cano, anorak gris y gafas y le entrega su camiseta. Esa con la que acababa de marcar el gol cien con el equipo de su vida. Ese que llevaba tanto, una vuelta entera, resistiéndose. El hombre mayor se llama Manolo Briñas. El futbolista, Torres. El primero descubrió al segundo. El Calderón acababa de vivir una foto histórica. De fondo, 52.000 gargantas cantaban un “Torres, Torres, Torres” cuyo eco aún podría escucharse en el barrio de Arganzuela.




Fue su gol la frase final perfecta para cerrar una tarde inolvidable. Y eso que no había comenzado demasiado bien ni para el Atlético, con una defensa de circunstancias (Gámez, Giménez, Saúl y Lucas) por las lesiones y las sanciones cuyo miedo a cometer un error marcó los primeros 45 minutos. El pelotazo era la solución ante todo y eso convirtió la primera parte del Atlético-Eibar en un absoluto despropósito. Un aburrimiento. Observar pasar las nubes resultaba mucho más entretenido que mirar al césped.




Sobre la hierba, fútbol no había. Sólo pelotazos, balones divididos y dos equipos que repelaban el balón, como si éste fuera una bomba a punto de estallar que hay que quitarse de encima como sea. No lo quería el Eibar pero tampoco el Atlético. El resumen de la primera parte lo cuenta: ningún tiro a puerta, dos chispazos de Correa, otra de Enrich, un frío que pelaba, cero fútbol que llevarse a la boca y un runrún:Jackson se había ido dejando a todo el mundo con la sensación de que nunca había terminado de llegar del todo, pero no se había llevado con él la maldición del 9. En el minuto 33, la grada, aburrida, harta, aterida, ya silbaba.




Y la cosa se puso peor tras el descanso. Mucho peor. Sacaba Gámez de banda un balón fácil que acabó en los pies de Saúl que se hizo un lío… ante Enrich. Si perder un balón en el centro del campo (el sino de Saúl) es normalmente nivel naranja de peligro, hacerlo ahí, cuando eres el central que cierra, es rojo intenso, gol del rival seguro. Así fue. El delantero del Eibar la rebañó y se la sirvió a Keko para que marcara a placer que no lo celebró. El chaval, que aún es el debutante más joven en la historia rojiblanca (16 años y 307 días), sólo se quita el sentimiento rojiblanco 180’ minutos al año, cuando le toca jugar contra él.




El gol despertó al Atlético, que empezó a triangular como no lo había hecho en los 47 minutos restantes. Carrasco buscaba a Griezmann y a Correa y el Atlético recuperaba sus señas de identidad, el pundonor, la lucha y el balón parado. Era el minuto 53 cuando, por primera vez, el sol salía en el Calderón. Fue una señal.Tres después Giménez igualaba. Antes la ausencia de Godín estaba llamado a ser el jefazo de la defensa e igualó a Godín en todo: votó Koke un córner y llegó el central, como un obus, para mandar el cabeza el balón a la red. 1-1. El Atlético acababa de entrar en el partido. Y de ahí al final no dejó de mejorar.




Y lo hizo porque Simeone inmediatamente después sacó a Correa y Thomas para meter a Vietto y Óliver. Si le faltaba fútbol, nadie mejor que el último para ponerlo. Óliver hizo suyo el partido, con sus giros inesperados, con esa capacidad única que tiene para templar el tiempo y ver pasillos donde los demás sólo encuentran piernas. No llevaba ni tres minutos en el campo cuando Saúl hacía el 2-1. También a balón parado, también asistencia de Koke, también de cabeza. De héroe a villano en 50 minutos. Hasta el 75’, la grada no cantó otro nombre que no fuera el suyo.




Pero en el 75’ se fue Carrasco y el Calderón le despidió en pie. En el 75’ entró Torres y el Calderón sólo coreó un nombre, el de El Niño. De aquí al final, el partido dejó de ser el Atlético-Eibar para convertirse en el partido del gol cien. Algo había en el ambiente que decía que hoy sí, que hoy era el día. Electricidad. La zancada segura de Torres. El ímpetu con el que salió al campo. Tres veces lo acarició antes. La primera, dos minutos después de salir al campo, tras un pase en profundidad exquisito de Óliver: se fue en velocidad de Lillo para quedarse solo ante Riesgo. Pero llegó demasiado forzado, disparó y el balón se fue muy desviado a la izquierda. La segunda fue poco después, con Óliver, otra vez asistente: le puso el balón atrás en el corazón del área, Torres remató con la izquierda, pero rechazó el defensa. La tercera fue en el 84’, un trallazo con la izquierda desde fuera del área que se fue alto. La cuarta fue la última. Y la definitiva. El reloj ya marcaba el 90’. Vietto ganó la línea de fondo, pase en profundidad al corazón del área y allí estaba Torres que remató con todo, tirándose al suelo y viendo como el balón entraba, al fin. Su golpe en el pecho silenció durante unos instantes 52.000 gargantas. Piel de gallina. Brazos al alto de Simeone que le entregó una camiseta a Giménez para que Torres se la mostrara a la grada desde el centro del campo. Detrás ponía 100. Su regalo 99 con esa camiseta. Él que decía que con uno sólo se conformaba. Fue el 3-1. El broche a la remontada. El Atlético volvía a ganar cuatro partidos después. Media hora después, en los alrededores del estadio su nombre no se había apagado. “Fernando Torres, lalalala, Fernando Torres”, cantaba la afición, feliz, camino a casa.





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