El éxodo de la familia Nieto Ropero

Emigraron a Melilla en tiempos de Primo de Rivera buscando un porvenir

Francisco Nieto  y Leonor Ropero eran adolescentes cuando con sus familias se fueron a Melilla desde el Cabo de Gata.
Francisco Nieto y Leonor Ropero eran adolescentes cuando con sus familias se fueron a Melilla desde el Cabo de Gata.
Eduardo de Vicente
19:02 • 12 sept. 2019 / actualizado a las 07:00 • 13 sept. 2019

Los descendientes de la familia Nieto Ropero han organizado un encuentro para mañana en Almería. Vienen de Alicante y de Melilla para reunirse con el resto de la saga y contarse las viejas historias de los abuelos que un día tuvieron que dejar sus tierras buscando un porvenir.



Allá por los años veinte, dos familias de Cabo de Gata decidieron emigrar al norte de África. Una era la familia Nieto Cerdán, asentada en la barriada de los Nietos, y otra la familia Ropero Hernández,  que en el barrio próximo al cementerio disponía de casa y huerto. Las dos familias sobrevivían con el escaso trabajo que iba saliendo en un tiempo en el que el cierre de las minas empujaba a cientos de obreros a coger el camino del exilio. Vivían de las faenas que salían en la industria salinera y de las cosechas que les daba la tierra. Los Ropero, cuando la huerta era generosa, solían venir andando hasta Almería para vender los tomates en el mercado.



La subsistencia era el eje de la economía. Se trabajaba para comer, sin ninguna posibilidad de labrar un presente mejorable ni de tener un futuro lleno de esperanza para los hijos. Ante este panorama las dos familias decidieron probar fortuna y siguieron los pasos de tantos almerienses que cruzaron el Mediterráneo para instalarse en el norte de África. Eran los años de la dictadura de Primo de Rivera, cuando la paz había vuelto a instalarse en la zona después del desastre de Annual (1921). La guerra obligó a reconstruir las infraestructuras dañadas y hacía falta mano de obra: albañiles, peones, carpinteros...



Las dos familias procedían de Cabo de Gata, pero apenas se conocían. Fue en Melilla donde empezaron a tener contacto. Como solía suceder entre los emigrantes, la gente del mismo lugar de origen se buscaba y acababa compartiendo sus sentimientos. 



Los Nieto Cerdán y los Ropero Hernández coincidieron en los andamios de Melilla, de obra en obra, ganándose el sueldo con jornadas de  diez horas diarias, forjando una relación que desembocó en una nueva familia cuando dos de sus hijos se enamoraron. Él, Francisco Nieto, era un joven apuesto que nada más llegar a Melilla se hizo famoso por su afición a las fiestas y su habilidad para manejar la guitarra. Ella, Leonor Ropero, era una muchacha entregada al trabajo de su casa, que no tardó en enamorarse de su pretendiente. No fue un noviazgo fácil, ya que doña Josefa, la madre de la novia, hubiera preferido un mejor partido para su hija, y se empeñaba en llevarle la contraria diciéndole: “Leonorcica, ese hombre no te conviene, no ves que es muy flamenco”. 



Es verdad que era flamenco: desenvuelto para el baile y con manos rápidas para manejar las cuerdas, pero también sabía lo que era trabajar duro y sacar una familia adelante. Se casaron y empezaron a tener hijos: Rosa, Francisco, Ana y Josefa, que vivieron sus primeros años en Melilla, antes de que el golpe de estado del  18 de julio de 1936 les cambiara la vida. 



La guerra les hizo temer lo peor ante la posibilidad de que el padre pudiera se movilizado, pero la suerte estuvo de cara y el ser “muy flamenco”, como decía la abuela Josefa, le permitió librarse del frente. En los años de la contienda, Francisco Nieto fue contratado por la emisora de Radio Nacional en Melilla para que tocara la guitarra y animara a las tropas a fuerza de pasodobles. 



Cuando terminó la guerra encontró una colocación como aparcero en el cortijo llamado del Valenciano, a los pies del cerro del Gurugú. Allí, la familia regresó a sus orígenes, al contacto directo con la naturaleza, a la tierra fértil del huerto, al perfume de la fruta. Aquel escenario era un paraíso: árboles de todas clases, hortalizas, frutas y el mejor café importado que ellos mismos se encargaban de tostar. Fueron catorce años de felicidad, al margen del mundo, aislados en aquel cortijo donde las penurias de la posguerra pasaron de largo. Hubieran estado toda la vida cultivando la tierra en aquel paraje, pero los buenos tiempos terminaron y cuando el cortijo fue embargado tuvieron que volver a emigrar. Podían haber vuelto a la península, pero la situación en España, a comienzos de los años cincuenta, no era demasiado halagüeña para que una familia de seis miembros saliera adelante. Entonces tomaron la decisión de marcharse a Argelia y viajar a Orán, donde ya existía una gran colonia de almerienses. 


Francisco Nieto volvió a los andamios y mientras hubo trabajo la familia vivió holgadamente. En Orán, un obrero ganaba en una semana el sueldo de un mes en Melilla. Pero la suerte de nuevo les fue esquiva y cuando la situación política empezó a complicarse por la guerra de la independencia contra Francia (1954), tuvieron que dejar Argelia, volver a hacer el equipaje y regresar a Melilla donde se asentaron de forma definitiva.


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