En casa - Día 33

“¿Quién no tiene un momento o treinta de agotamiento mental en estas circunstancias?”

\"Es duro ser náufrago en una isla a la que ningún barco puede acercarse\".
\"Es duro ser náufrago en una isla a la que ningún barco puede acercarse\". Pixabay
Ricardo Alba
17:37 • 19 abr. 2020

“Voy a celebrar que esto no mejora claramente... Que todavía falta mucho para el final del confinamiento... Que no tengo ni pajolera idea de cuando volveré a sentir calor humano. Que ni siquiera sé cuándo volveré a mirar a los ojos a la gente que quiero... Que paso miedo cuando he de ir a la compra... Que no me fío de media humanidad... ¿Suficiente?”. Es la respuesta de una íntima amiga que vive sola, a mi pregunta de ¿cómo te encuentras? Percibo en sus palabras escritas, la punzada en el corazón de la hartura, de la desesperanza. Al rato, me envía otro mensaje: “Fue un momento de debilidad. Ya pasó”. Como la conozco bien sé que es una persona fuerte, con recursos suficientes para llevar este calvario. Y me pregunto: ¿Quién no tiene un momento o treinta de agotamiento mental en estas circunstancias? Que levante la mano.



Hoy, mi bandeja de entrada es un pozo revestido de gotelé, rugoso, áspero. He cogido la espátula, la de raspar asfixias, la de alisar soledades de personas muy cercanas y para mí muy queridas. Es duro ser náufrago en una isla a la que ningún barco puede acercarse. Así, de golpe, tomamos conciencia de la orfandad del ser humano ante la tragedia. Ya sé que es poner una tirita a la hemorragia estremecedora de quien recibe una esquela en su puerta, o de quien acusa recibo de un inquietante diagnóstico. Ya sé, ya sé, que “hacerse cargo” es un torniquete en la aorta de las emociones. Lo que no sé es a cuánto cotiza el consuelo si es que lo hay. Están bien les teleñecos de la tele, animan la cuarentena de un domingo que bien podría ser lunes; son un alivio, ligero, pero alivio para la soledad de tantos solos, de tantos agobiados por tantos motivos. Pedaleamos en la estática como si quisiéramos huir de lo que nos rodea por los cuatro puntos cardinales.



No podemos escapar del virus como tampoco muchos lo pueden de sus medios limones, antes medias naranjas. Un poquito de paciencia, que el bicho pasará y entonces, a lo mejor, los cuerpos se ven de otra manera, con otro chándal. Me cuentan el aumento de solicitudes de divorcio, con esto no contaba el Covid-19. ¿Dónde vais almas mías?, si no podéis mudaros o ¿es que no os habéis dado cuenta? Mucho estrés, mucho roce, veinticuatro horas entre cuatro paredes, sin jardín en el que puedan jugar los niños. Dejadlo para luego, para Navidad o para las vacaciones del verano, si es que podemos celebrar la Navidad y disfrutar vacaciones. Anda que no queda.



Leo lo anterior y me entran escalofríos. Me recuerdo a Elena Francis, hacía un programa de consultas en la radio que yo irremediablemente escuchaba mientras mi abuela pedaleaba en la máquina de coser Alfa, que la recuerdo como si la estuviera viendo, a mi abuela digo, y a la Alfa también. Luego supe que las respuestas aterciopeladas las escribía un hombre, aunque las leía una mujer. Eran cosas de hogar, como ahora que, yo, sin dudarlo, me quedo en casa.







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