Los tíos más chulos de la piscina

En 1969 se inauguró la piscina sindical, los atrevidos se lanzaban desde el ‘tercer trampolín’

La piscina sindical y al fondo el puente de piedra que comunicaba la estación con el cargadero Inglés. Lujo con vestuarios y tres trampolines.
La piscina sindical y al fondo el puente de piedra que comunicaba la estación con el cargadero Inglés. Lujo con vestuarios y tres trampolines.
Eduardo de Vicente
20:24 • 02 sept. 2021 / actualizado a las 07:00 • 03 sept. 2021

No era lo mismo tirarse al puerto desde una grúa y salir del agua embadurnado de aceite y oliendo a alquitrán que lanzarse desde las alturas del tercer trampolín de la piscina sindical y emerger limpio y brillante como uno de aquellos nadadores que veíamos por televisión.



De las aguas del puerto salías reforzado en tu condición de héroe arrabalero, mientras que la piscina te daba una aureola de atleta y un glamour de cine que era aprovechado por los exhibicionistas de turno para alcanzar el grado de chulos de piscina. 



Los más chulos de la piscina caminaban por el borde como si estuvieran atravesando una pasarela y cuando pasaban a la altura de un grupo de muchachas miraban al tendido, metían la barriga para adentro y sacaban el pecho hacia fuera como si estuvieran jurando bandera.



Los más chulos presumían de sus músculos marcados cuando los demás éramos auténticos canijos y se compraban en Marín Rosa y en la Sirena el último grito de bañador que casi siempre llegaba al mercado de la mano de la marca Meyba



Los más chulos llegaban a la piscina a la hora punta, entre las doce y la una de la tarde, cuando más público había en el recinto y así tener la posibilidad de contar con más admiradores. Dominaban casi todos los estilos de la natación y se bronceaban con clase, siempre con un botellín de cerveza en la mano y el paquete de tabaco rubio colocado en el bañador. Usaban bronceador cuando los demás solo conocíamos la crema Nivea y llevaban una bolsa de deporte donde no podía faltar el peine y el desodorante. 



Así, entre baños, duchas, cigarrillos y cerveza, se pasaban las horas aguardando a que llegara su minuto de gloria, el momento en el que con la piscina a rebosar subían los peldaños de la escaleras del trampolín sin mirar a los aprendices que intentaban hacer sus pinitos desde la primera altura.



Los más chulos pasaban de largo por el primer trampolín, que era cosa de niños, y se iban directamente a la cumbre, a ese altar sagrado que era el tercer trampolín de la piscina sindical. Allí iniciaban una ceremonia pausada como si fueran dioses a las puertas del Olimpo. Si llegabas y te lanzabas al agua inmediatamente no se producía el hechizo. Lo importante era la preparación, el ritual de colocarse en el extremo, de cerrar los ojos buscando la máxima concentración, de persignarse como Dios manda, de tocarse el pelo, de mirar al público para disfrutar de ese instante de gloria absoluta en la que todas las miradas se centraban en aquel valiente que se jugaba el tipo lanzándose de púa y marcando los tiempos como mandaban los canones piscineros. 



Los chulos de piscina aparecieron a finales de los años sesenta, cuando en Almería tuvimos el privilegio de tener nuestra primera piscina pública, abierta a todas las clases sociales. Fue un viejo proyecto que empezó a hacerse realidad el 12 de agosto de 1965, cuando en el despacho del entonces alcalde, don Guillermo Verdejo, fue firmada la escritura de cesión de los terrenos de la antigua fábrica de gas a la organización sindical para que construyera un Parque Deportivo.


El lugar elegido era el escenario perfecto, unos terrenos con más de diez mil metros cuatros de superficie entre la Avenida de Vivar Téllez (hoy Cabo de Gata) y la playa, en cuyo solar había estado funcionando un campo de fútbol de posguerra que fue conocido en la ciudad como ‘el campo del gas’.


Como suele ocurrir en Almería, el proyecto se alargó más de lo previsto y las instalaciones tardaron cuatro años en estar terminadas. La obra estrella fue una pista polideportiva y sobre todo, la piscina olímpica de cincuenta metros de longitud, provista de cabinas para vestuarios y de duchas. 


Cuando ibas a bañarte a la playa o te dabas un chapuzón en el puerto, tardabas un día en quitarte la sal y la pringue del cuerpo. Sin embargo, la piscina sindical nos regaló el privilegio de bañarnos, ducharnos y salir del recinto como si fuéramos a una boda, impecables como aquellos chulos de piscina que muchos quisimos ser sin tener ni planta ni valor para conseguirlo.


Temas relacionados

para ti

en destaque