“Nosotras no somos ni valientes ni guerreras, solo somos unas supervivientes”

Dos pacientes de cáncer ponen de manifiesto las desigualdades sociales que genera la enfermedad

De izquierda a derecha: Javier Casino, María José Sánchez, María Porras y Nereida Padilla.
De izquierda a derecha: Javier Casino, María José Sánchez, María Porras y Nereida Padilla. La Voz
Miguel Delgado Cerero
20:59 • 02 feb. 2022

El cáncer esconde detrás de su diagnóstico suficientes efectos colaterales como para relacionar a esta enfermedad con una importante brecha de desigualdad entre quienes la padecen. Al alto precio de los productos que necesitan los usuarios durante su tratamiento, hay que sumarle los costes de transporte o estancia que muchos almerienses deben realizar para poder recibir la atención que necesitan en las provincias andaluzas más cercanas como Granada o en las más lejanas como Málaga o Sevilla. Un desplazamiento que se produce por las propias desigualdades, relacionadas en este caso con el servicio sanitario de la provincia, que existen en el territorio andaluz.



A María José Sánchez, almeriense de 44 años, le diagnosticaron cáncer de mama el año pasado. A ella la enfermedad comenzó a generarle diferentes dificultades sociales, la primera decisión que tuvo que tomar fue dejar sus dos trabajos:  “por las mañanas me dedicaba a limpiar una casa de la ciudad y por las tardes cuidaba a unas niñas”. Ahora, su baja laboral no supera los 150 euros y con esa cantidad tiene que hacer frente a los pagos  diarios.



Ahora “estoy con una mano delante y otra detrás porque los tratamientos necesitan mucho dinero y no son cubiertos por la Seguridad Social. El pañuelo más barato que encontré me costó 45 euros. Gracias a que tengo a mi familia y me ayudan; mi tía me compró la peluca, de 920 euros, a lo que hay que sumarle las cremas que necesito para la radioterapia, sólo este producto me cuesta 100 euros”, señala.



La situación de María Porras, de 48 años, es diferente, ella padece cáncer de cuello de cuello de útero producido por el virus del papiloma humano. “Conocí que tenía cáncer en marzo de 2021. En Granada me derivaron a Las Palmas de Gran Canaria para hacer allí el tratamiento, sobre todo por la braquiterapia, un tipo de radioterapia que se realiza en el interior de la vagina”. A pesar de todos los obstáculos ella se considera una privilegiada “porque me lo pude permitir. Soy trabajadora en Salud Mental y la baja me proporciona el mismo sueldo”, explica.



Sin embargo, señala que le costó “muchísimo dinero los tres meses que he estado allí en Canarias, solo por el piso he pagado 1.500 euros, a lo que hay que añadirle el precio de los productos de alimentación para la estricta dieta que debemos seguir. Además de todo ello, yo seguía pagando mi piso aquí”, y reconoce que existe desigualdad en el acceso a los tratamientos del cáncer: “en ese aspecto he tenido la suerte y ahora estoy en Córdoba participando en un ensayo clínico de inmunoterapia específico para mi cáncer y me lo puedo seguir permitiendo a pesar de que la enfermedad me ha disparado los gastos”.



Para paliar muchas de las dificultades económicas de los pacientes, la Asociación Española contra el Cáncer ofrece a sus socios facilidades que trascienden el plano de la salud. Conscientes de las desigualdades que genera esta enfermedad, en algunas ciudades existen alojamientos para quienes presentan esa necesidad. Un servicio que en muchas circunstancias es inabarcable por las asociaciones a causa de la demanda que existe. Por eso, ambas vecinas coinciden cuando piden más recursos para que la lucha a la que obliga esta enfermedad sea más equitativa. “Hacen falta muchos más recursos económicos, porque de lo contrario es una doble condena: física y económica”.



María José, María y las innumerables personas de la provincia que hacen frente a esta enfermedad, superando obstáculos en un camino ya de por sí angosto, ponen en valor su lucha y su esfuerzo al mismo tiempo que desvelan las carencias en los servicios de los que dependen. Por eso a ellas no les gusta que nadie las confiera como guerreras y prefieren que sean identificadas como unas auténticas supervivientes en una pandemia que juega en contra de su salud.




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