Chamberí, la joya que dejó de brillar

De la calle Chamberí nació La Joya, un rincón privilegiado desde donde se disfruta del mar

La calle de Chamberí es otro mundo al otro lado de los muros de la Alcazaba.
La calle de Chamberí es otro mundo al otro lado de los muros de la Alcazaba.
Eduardo de Vicente
19:29 • 28 ene. 2023 / actualizado a las 19:32 • 28 ene. 2023

La gente le sigue llamando ‘la Joya’ al barrio que nace por el norte en el corazón de la Hoya, bajo la muralla más umbría de la Alcazaba y desemboca a los pies de la Rambla de la Chanca y del Reducto. 



Ocupa uno de los escenarios más hermosos que tiene la ciudad. Su inclinación lo convierte en un balcón natural que va ascendiendo la ladera del cerro de San Joaquín, un rincón privilegiado, abrigado de los vientos, desde donde se puede contemplar el mar desde cualquier calle: al sur el mar, a poniente el barrio de la Chanca, a levante el cerro de San Cristóbal, y siempre con las piedras de la Alcazaba como testigo. 



Sin embargo, esa belleza natural que tiene el barrio por su ubicación, queda completamente eclipsada por el estado de deterioro y miseria que presenta. Más que un barrio, parece un decorado antiguo de cine por el que haya pasado una posguerra. Si uno accede a su calle principal, la de Chamberí, a través del Reducto, su camino natural, lo primero que se encuentra en la esquina más visible, es un enjambre de cables de Internet colocados sin ningún pudor sobre una fachada. 



A medida que se va subiendo la avenida aparece la realidad del barrio: el caos urbanístico, el deterioro de sus viviendas, la suciedad de las calles y la presencia de solares convertidos en basureros públicos bajo los muros de la fortaleza. No es un barrio muerto porque se palpa la vida en la ropa tendida en las puertas de las casas, en los grupos de jóvenes que se pasan la vida al sol tejiendo sus negocios y en el canto de los gallos que abundan en los patios y en las azoteas. Es un barrio que tiene su propia vida, al margen de cualquier ordenanza municipal y completamente dejado de la mano de Dios, como si ya no tuviera remedio, como si nunca hubiera tenido historia. Pero sí la tuvo. 



La Joya se fue formando a partir de su calle principal, la de Chamberí. Esta calle tomó el nombre de una hermosa finca que ya existía en 1870, propiedad del rico terrateniente don Juan de Olmos. Él descubrió que aquella zona, ligeramente elevada y habitada sólo por algunas cuevas bajo los muros de La Alcazaba, era una de las más bellas, con las mejores vistas y abierta a los vientos frescos que entraban desde el sur por el mar. 



El único problema era la falta de agua, por lo que para mantener las tierras de cultivo había que estar mirando siempre al cielo esperando la lluvia. Para asegurarse el suministro, don Juan de Olmos consiguió que se construyera un importante entramado de acequias que cruzando cerros trajeran el agua de la fuente de Benahadux.



 



Las obras, que recorrieron diecisiete kilómetros de terreno accidentado, se prolongaron durante más de dos años y fueron dirigidas por el arquitecto Enrique López Rull. Por fin, en noviembre de 1878, el agua del cauce de San Indalecio llegó a la hacienda llamada Chamberí, que no tardó en convertirse en un vergel. Tenía tres norias, dos balsas, una era empedrada, una casa para el labrador y otra de recreo con postes a la entrada para emparrado, y una superficie de riego de casi treinta tahúllas. 


La finca fue a menos a raíz de la muerte de su propietario, en diciembre de 1882, y cuando pasó a manos de sus herederos al poco tiempo salió a subasta por el Juzgado de Almería en 15.800 pesetas. Todas aquellas tierras acabaron en manos del Estado, que cedió parte de los terrenos al Ayuntamiento para que iniciara el proceso de urbanización que tuvo su punto de partida cuando en 1892 se proyectó la calle principal  con el nombre de Chamberí. 


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