El sanatorio del ‘Día de la Victoria’

La nueva Casa de Socorro sirvió para celebrar el XI aniversario del fin de la guerra

Autoridades militares y de Falange se mezclaron con los pobres de la beneficencia el día de la bendición de la nueva Casa de Socorro.
Autoridades militares y de Falange se mezclaron con los pobres de la beneficencia el día de la bendición de la nueva Casa de Socorro. La Voz
Eduardo de Vicente
20:04 • 10 mar. 2024

El edificio de la Casa de Socorro no parecía un sanatorio, sino un chalet. Lo decoraron con buen gusto, con cuadros y vegetación para darle un toque acogedor a un lugar destinado a centro sanitario. Destacaba en su interior, un hermoso jardín central que además de iluminar las dependencias interiores acentuaba ese aire de lugar de reposo donde la presencia de la naturaleza jugaba un papel fundamental. El jardín iluminaba, perfumaba y ventilaba la casa, tanto que en verano se dejaba la puerta abierta para que corriera el fresco por todas las dependencias.



La nueva Casa de Socorro Municipal que casi todos recordamos, la de la calle Alcalde Muñoz, fue inaugurada el uno de abril de 1950, siendo alcalde don Emilio Pérez Manzuco y teniente de alcalde y presidente de la Comisión de Beneficencia el doctor Palanca Lachica. En sus inicios, el centro con una sala para la asistencia de enfermos y heridos, un equipo de radioterapia profunda y rayos X, quirófano y sala de esterilización. 



Al frente del equipo quirúrgico estaba el doctor don Domingo Artés Guirado, que había conseguido la plaza por oposición. Tenía su consulta particular y además ostentaba el cargo de cirujano jefe de la Plaza de Toros. La vida profesional del doctor Artés fue intensa. Su jornada empezaba a las nueve de la mañana en el sanatorio particular que había abierto en 1949 en el Malecón de la Salle; también pasaba consulta en el ‘18 de julio’ como cirujano general y por las tardes hacía las guardias en la Casa de Socorro. Era un enamorado de la profesión, tanto que en una vitrina de su despacho guardaba en un frasco con alcohol trozos de colón, vesículas llenas de cálculos, apéndices extirpados en pleno ataque agudo y trozos de estómago. 



También formaron parte de la vida del sanatorio los médicos: Juan López Jiménez, Ángel Garrido, Antonio López Carretero, Antonio Langle Rubio, Modesto Pelayo Galindo, Antonio Martín Casas, Félix Sánchez Pérez y José García Capilla, entre otros. Por allí pasaron también practicantes relevantes de la ciudad como Gabriel Bonilla, Márquez, Pepe Flores, Pepe Gil, Enrique Asensi, Enrique Verdejo, José  Bretones, Jesús Montesinos, Guerrero y Pedro Caparrós. 



La Casa de Socorro de la calle Alcalde Muñoz se convirtió, junto al Hospital Provincial, en el lugar por donde pasaron todas las urgencias de la ciudad durante más de treinta años. Estaba abierto las veinticuatro horas, organizado en cuatro turnos, de tres horas durante el día, y uno de doce horas a lo largo de la noche. 



Una escena que se repitió durante décadas, fue la del equipo de guardia de la Casa de Socorro sentado en sillones de mimbre en la puerta, esperando a que acudiera un enfermo o a que llegara una urgencia, apurando la cena informal que le llevaban del bar el Disloque, un templo del tapeo que estaba situado en la calle González Garbín. 



Entre los turnos de facultativos hubo uno inseparable, el que formaban los doctores José Manuel Gómez Angulo y Modesto Pelayo y el practicante José Fernández Flores, tres nombres que forman parte de la historia de este centro sanitario y también de miles de almerienses que en aquellos tiempos pasaron por sus manos. José Manuel Gómez Angulo fue uno de los médicos más activos que han ejercido en esta ciudad. Omnipresente, trabajó en la medicina privada, en la seguridad social, en la mutua de trabajadores, colaboró con la Federación Española de Fútbol, fue médico del Almería y formó parte del equipo sanitario nacional en los Juegos del Mediterráneo de Argel de 1975 y un año después en las Olimpiadas de Montreal. Siempre estuvo ligado a Almería.  Media ciudad pasó por sus manos a lo largo de más de cuarenta años de profesión. Trabajó, además de en la Casa de Socorro, en la Bola Azul y compaginó la medicina pública con la privada, dirigiendo junto a su hermano Luis el sanatorio que habían heredado de su padre. 



Por la Casa de Socorro pasaron también varias generaciones de niños descalabrados en un tiempo, los años cincuenta y sesenta, en que se hacía la vida en la calle y eran frecuentes los percances. Cuando no aparecía un niño con una brecha en la cabeza porque le habían dado una pedrada, era otro con la rodilla destrozada o el brazo en cabestrillo. 


El sanatorio de la calle Alcalde Muñoz era el consuelo de todos aquellos callejeros que caían heridos y que después de pasar por las manos del practicante regresaban a su casa con la condecoración de varios puntos de sutura. Llevar en el cuerpo una cicatriz tras una reyerta o jugando era entonces un signo de distinción para los niños, que cuando se presentaban ante sus amigos exhibían la herida con gesto de héroes.  


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