El vuelo de las mariposas de Almería

La historia de este faro de Almería es la de una joya codiciada, un objeto de deseo

La Casa de los Campos Rapallo en una imagen de mediados del pasado siglo XX.
La Casa de los Campos Rapallo en una imagen de mediados del pasado siglo XX. La Voz
Manuel León
19:52 • 23 mar. 2024

El edificio privado más emblemático del centro de la ciudad languidecía como un faro  que se iba ajando con el tiempo. A finales de los 80 y principios de los 90, las huellas del tiempo, empezaban a hacer mella en su epidermis. La Casa de las Mariposas, o de Campos, o de Rapallo, la Giralda de Almería, una Torre Eiffel de cantería, había dejado atrás décadas de esplendor burgués en el que sus ricos propietarios la contemplaban resplandeciente desde su coche de caballos de la Puerta de Purchena. Del tronco de las familia Campos Rapallo habían ido brotando ramas que iban fraccionando la propiedad y el uso del edificio, ungido por Trinidad Cuartara hace ahora más de un siglo; el arquitecto almeriense que más supo amoldarse a los gustos burgueses de la época y que se fue al otro mundo al año de estrenarse el singular edificio. Como si estratégicamente hubiera planificado: “Ahora que está todo hecho, me puedo morir en paz”; como le ocurriera a aquel  viejo maestro de obras semita tras la construcción de la gran pirámide en Sinuhé el egipcio. Entre días de vino y rosas, habían pasado los años por el edificio donde estuvo antes la pendenciera posada de Los Álamos, donde llegaban los carruajes y se hospedaban los viajeros procedentes de los pueblos, lindando con la casa de Dolores Marco. 



 Los patriarcas iniciales habían ido falleciendo y sus herederos habían ido tomando distintos rumbos de vida. En el edificio convivían ya desde comercios tradicionales del ramo de la zapatería, curtidos, botillerías a oficinas de seguros, agencia de aguas, despachos de abogados, academias de taquigrafía hasta consulado sudamericano y cotizados laboratorios como el del doctor Vega Barranco. Una mezcolanza con la que la Casa perdió el aire familiar que la embriagó al principio, dando paso a un soplo más funcionarial, aunque manteniendo su armazón, como un galeón varado en la esquina más noble de la capital con sus lepidópteros danzando sobre la quilla.



Sin embargo, ese evidente deterioro de las últimas décadas no ha restado protagonismo a este palacete burgués de principios de siglo, más si cabe cuando la Junta de Andalucía declaró el espacio de la Puerta Purchena como Conjunto Histórico en 1991. Durante ochenta años, la Casa de las Mariposas permaneció en manos familiares, repartida su escritura de propiedad entre los diferentes legatarios de Bernardo Campos, el tronco primigenio. 



Fue a partir de mediados de los ochenta, cuando se había consolidado una sólida actividad inmobiliaria, cuando empezaron las sociedades promotoras a fijarse en la perita en dulce de la Puerta Purchena. Empresarios de distinto pelaje y entidades financieras de lustre se acercaban a los diferentes propietarios y pedían precio por el inmueble, aunque los diversos descendientes y arrendatarios en ese momento hacían muy compleja una negociación que requería más cintura que dinero. Fue la sociedad catalana Turbón  la que consiguió ir haciendo cristalizar en pasos sólidos las primeras negociaciones de compraventa que se iniciaron con algunos propietarios a partir del año 1987.



José Vela, administrador único de la sociedad, almeriense y con residencia en Barcelona, fue realizando sucesivas compras a diversos propietarios, como Araceli Rapallo Campos (vecina de Valencia), José Campos Peral (vecino de Grenoble, en Francia), a Rafael Lucas Murriana, a los hermanos Rapallo Llopis , a los hermanos Picazo Campos y a los hermanos Gallego Almansa, de Almería . Otros socios de Turbón eran Ángel Carrero Martín, industrial y vecino de Barcelona, Fernando Figueroa Esteban, director de hoteles y vecino de Madrid y José Vela Martín, comerciante y hermano del administrador que lideró la negociación de compraventa. La siguiente tarea a realizar por la sociedad compradora era conseguir que algunos inquilinos (Bar Los Claveles, Confecciones Hermanos Molina, Curtidos Ruiz, y parte del Restaurante Imperial) que habitaban el edificio lo fueran abandonando para dar paso a un proyecto de rehabilitación. Pero Turbón se cansó y ofreció el codiciado edificio de la Puerta de Purchena a Caja Madrid, que estudió la operación sin que cuajara. Irco, una promotora gallega presidida por el millonario Ángel Jove, se quedó con la obra emblemática de Cuartara.  Después pasó por la sociedad  local Malabouch, que se la ofreció al Ayuntamiento, pero sin llegar a un acuerdo. Metrovacesa adquirió en 2008 el edificio por 10 millones de euros y el viejo cuartel general de los Campos Rapallo cayó de nuevo en manos de capital catalán. Hasta que apurada por falta de liquidez, se la vendió a Cajamar ese mismo año por menos dinero del que pagó. La entidad financiera realizó una restauración modélica bajo la dirección de Luis Pastor y  la ha convertido en centro cultural y desde esta semana en su nueva sede social. 



Desde las fechas en que los cuñados Rapallo y Campos iniciaron los trabajos del edificio en 1909 y su finalización en 1911 hasta el presente, el edificio de las Mariposas fue notario histórico de los vaivenes de una monarquía tambaleante, de un directorio militar, de la llegada de la II República, sobrevivió los bombardeos de la Guerra Civil, aguantó cuarenta años de Dictadura y contempló a los almerienses brindar por la llegada de la democracia con el vaso de su bautizo en la cúpula. 



Desde su atalaya de buhardillas y terraos, ha sido testigo de cómo ha cambiado la trama de la ciudad, de cómo desapareció el edificio Vulcano y otros de sus hermanos de leche; de cómo nacieron y desaparecieron comercios como Plata Meneses o Pastelería La Sevillana; de cómo han cambiado los almerienses a lo largo de un siglo. Ha sido centinela de sus costumbres, sus atuendos, sus medios de transporte, del tiro de mulas a los vehículos a motor; ha sentido charlatanear a León Salvador ofreciendo sus medias de seda de París, y ha visto beber agua del cañillo a nativos y extraños. Ha aguantado en su castillete calores africanos y temporales de lluvia y nieve. Es memoria viva en el corazón de la ciudad, una seña de identidad que irradia el valor de lo que permanece y lo que nos une a los almerienses desde hace más de un siglo.




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