La importancia de lo pequeño

Una cita singular en Las Mariposas

Votación de los delegados para la renovación del Consejo Rector y Comité de Recursos.
Votación de los delegados para la renovación del Consejo Rector y Comité de Recursos.
Manuel León
07:00 • 26 jun. 2020

Parecía Eurovisión, pero era la asamblea anual de Cajamar: “Damos la bienvenida a Murcia, en la Plaza de Julián Romea, desde aquí, la Casa de las Mariposas de Almería". "Aquí Murcia, buen día les deseamos Almería"; “también saludamos a la delegación de Mallorca, en la calle Antonio Gaudí”. “Todo Ok Almería, todo Ok, desde Mallorca”, contestaban desde la isla con tono de árbitro de VAR. Es lo que tiene -lo que está teniendo- de efectos marginales este coronavirus, que todo lo trastoca (lo está trastocando). Entre otras cosas, esa gran cita anual de Almería con las finanzas, con la rural nacida en esta tierra, que ha ido brincando como un canguro por todo el país. Esa gran reunión de socios compromisarios -180- que han tenido que cambiar los amplios salones de La Envía, con vista al campo de golf, con botones en la puerta circular, por el mariposario de la Puerta Purchena, uno de los edificios más singulares de la ciudad que la cooperativa de crédito recuperó, apuntaló y hermoseó cuando estaba a punto de venirse abajo.



Allí, donde antes estuvo Calzados El Misterio o Curtidos Ruiz o la Sastrería Molina, se celebró ayer por primera vez asamblea de Cajamar, con sede en el patio de butacas blancas y con apéndices en nueve delegaciones repartidas por todas España que resplandecían en el plasma que presidía la sala: “Buenos días, Málaga”. “Buenos días, Almería, os escuchamos perfectamente”.



Allí estaban también Murcia, Valencia, Castellón Granada, Madrid, Mallorca, Barcelona, Valladolid, como en un concurso de Miss España, como invitados telemáticos, pero con voz y voto. 



Fue la primera asamblea bajo las alas lepidópteras, en el sótano de ese edificio que surgió del ingenio de Cuartara. Y fue la primera asamblea con delegados enmascarados y con una banca de separación de por medio, como se hace con los alumnos de selectividad para que no copien. 



Fue una asamblea distinta, en la que no hubo que subir por las empinadas calles de la urbanización vicaria, en la que el aire acondicionado a tope consiguió mitigar el calorín del junio almeriense. “Cómo va todo por Valladolid”, preguntaba Baamonde, con espíritu de comandante de vuelo. “Todo bien, por aquí”, respondían con recio acento castellano desde el Pisuerga. Y dio unos datos en su informe el director general, Francisco González, hijo de la caja desde que nació, que quedaron flotando en la sala: el 32% de las localidades donde está Cajamar tienen menos de 5.000 habitantes y hay 85 agentes repartidos  por pueblos de hasta 300 habitantes. Y seis furgonetas de banca móvil que van recorriendo la provincia, llevando las pagas de los jubilados, facilitando operaciones a pensionistas que no tienen Internet. Hay empresas de telecomunicaciones que no ponen una antena, si no hay población potencial; hay marcas que no abren en una ciudad o en un barrio si no hay  una clientela garantizada. Cajamar gana dinero, claro, pero parece que con el rabillo del ojo mira también a la gente como algo más que como una cifra redonda. 







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