Diario de una cuarentena (XXVI): Infancias paralelas

Niño jugando en una imagen de la serie Memoria de un futuro incierto.
Niño jugando en una imagen de la serie Memoria de un futuro incierto. Carlos de Paz
Marta Rodríguez
07:00 • 22 abr. 2020

Hoy hace viento y me explota la cabeza. Es algo automático. Recuerdo el momento en que descubrí que existe una conexión entre viento y locura. Fue en una novela de Almudena Grandes; ‘Los aires difíciles’, creo recordar. De levante o de poniente, todos tienen una influencia en la conducta humana. Y en los lugares donde sopla bien hay más depresiones, suicidios y lunáticos. Obviamente es lo que menos necesitamos ahora. El otro día un colega de Madrid me contó que en su edificio un vecino había amenazado con abrir el gas. Desconozco si en su caso fue cosa de un vendaval, pero cuando todo se calmó, unos jóvenes del bajo salieron al patio interior y empezaron a tocar. La música aplaca los trastornos de estar encerrados.




Lo tengo claro: de este tedio de días iguales solo nos salvará la conversación. Lo preferible es que sea cara a cara, pero también vale con una pantalla de por medio o a través del boca a oreja. Hay una pasaje muy hermoso de ‘Novela familiar’ en el que el autor, John Lanchester, narra cómo surgió el amor entre sus padres. Dice así: “La atracción se basó, creo, en el hecho de que a Bill y Julia les resultaba más fácil hablar entre ellos que con nadie que hubieran conocido antes. Quizá es una de las razones más comunes para enamorarse de alguien; sin duda parece ser una de las mejores”.




En esta cuarentena me he propuesto cultivar el hábito español de mantener una buena conversación, y algunas me están trayendo maravillosos hallazgos. No lo vais a creer, pero he encontrado a una chica con la que compartí una infancia paralela. Es algo menor que yo, sin embargo, al contarnos anécdotas de cuando éramos pequeñas, hemos reparado en que protagonizamos mil historias parecidas; éramos igual de ‘teatreras’. Hasta el punto de que si yo siendo niña le mandé una carta ‘en verso’  al poeta Rafael Alberti, ella hizo lo propio con la Familia Real coincidiendo con el nacimiento de Froilán. La suya sería mucho mejor, porque recibió un telegrama de agradecimiento para pasmo de todo su pueblo. Vaya par de grupis.




Otra costumbre que he recuperado durante el confinamiento, en este caso de origen familiar, es la de tomar algo dulce después de comer. Viene, que sepamos, de dos generaciones atrás y en mi caso se ha revelado como un gran antídoto cuando las ideas flojean. Es inmediato, acabo de darle un pellizco al chocolate y ya se me ha ocurrido un final. Menos mal que no tengo hijos que llevar al súper, porque de verdad, ¿no había otro sitio menos contagioso o apocalíptico al que ir con niños? ¿O se me ha subido el azúcar?







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