El paisaje cultural en Fuente Victoria y Benecid: La acequia Tejera

Entrega número 31 del Ciclo de artículos ‘Desde mi ventana’, de Amigos de la Alcazaba

Terrera de Fuente Victoria.
Terrera de Fuente Victoria.
Agustín Sánchez Hita
07:00 • 03 jun. 2020

En estos días extraños acuden a mi memoria los paisajes de las espléndidas vegas del Alto Andarax que he disfrutado desde la niñez. En este ejercicio imaginario sigo el camino histórico que acompaña a la acequia Tejera, uniendo fraternalmente a Fuente Victoria y Benecid. Una acequia que expresa una parte importante del patrimonio y de la historia de las gentes que han poblado este territorio.




Nace este cauce en una pequeña presa del río Andarax, en un entorno que el rey Boabdil, vecino que fue del lugar, debió recorrer (como ahora lo hacemos nosotros), antes de cruzar definitivamente el Mediterráneo. Al poco de echar a andar dejo atrás la Fuente de la Reina, un nacimiento histórico que llegó a merecer el honor de dar nombre de nuestro pueblo y que se cita en 1922 como “fuente de agua abundante y cristalina…célebre en toda la comarca y la más apreciada del poético valle del Andarax”. Paso, igualmente, cerca del pozo (antigua noria) en la que tantas borriquillas dejaron su vida de forma inmisericorde, al dar vueltas incesantemente para aliviar la sed de los bancales de su entorno.




En mi camino atravieso los todavía apreciables vestigios del “inmenso bosque de olmos, álamos, sauces y fresnos” a los que la Tejera da vida, y con ellos al enorme coro de jilgueros, ruiseñores, lavanderas, oropéndolas, gorriones, etc., a los que estas arboledas dan refugio. En el borde de este espacio aluvial, las terreras muestran los restos de las escondidas cuevas-silo que los agricultores excavaban para esconder sus cosechas, a fin de alejarlas de los innumerables conflictos vividos en los últimos mil años.




En la llegada a la rambla Requena, me llama la atención la capacidad de adaptación de aquellos constructores medievales que se vieron obligados a pasar el barranco sobre la acequia, embovedando esta con una apreciable mina de piedra seca y mampostería. Continuando el camino, observo también la curiosa solución en que un tramo del cauce es sustituido por un acueducto de gruesos tubos de hierro, remachados, cuyas piezas fueron traídas con enorme esfuerzo desde la mina “La Granaína”, al poco de terminar la Guerra.




A medida que la acequia se aleja de la llanura de inundación para ganar altura relativa con respecto al río, se hacen más perceptibles lo espacios abancalados. Como acequia “madre” que es, la Tejera da lugar a grandes y pequeños brazales que como fina red de vasos sanguíneos llega a cada uno de los miles de bancales, hazas y paratas a las que da vida. Los muros de piedra seca (que conocemos como balates) sustentan todos estos espacios. Una titánica obra iniciada por los antiguos pobladores musulmanes y continuada por los repobladores cristianos que, desgraciadamente, el abandono rural y el pastoreo sin control está destruyendo progresivamente.




Igualmente, mi mirada se entristece cuando contemplo la apreciable cantidad de bancales abandonados hoy en día por falta de rentabilidad y envejecimiento de la población. Un sabor agridulce me provoca, por otro lado, la progresiva sustitución de muchos cultivos de hortalizas y frutales por olivos y almendros que requieren una gestión menos intensiva.




Con la llegada al barranco de Benecid, el paisaje humanizado me ofrece nuevamente el regalo de poder apreciar las densas arboledas en las riberas y ribazos, a las que solícitamente la acequia entrega sus aguas. Plantas que se esfuerzan por aspirar con sus raíces el líquido vital para liberarlo después a la atmósfera, humedeciendo y refrescando el entorno. Es esta una de las aportaciones menos conocidas y valoradas de las acequias en la lucha contra la desertización de la comarca. Igualmente, como hija del río que es, la Tejera va alimentando sus propias arboledas a modo de bosques de galería, que mantiene con la infiltración desde su fondo desnudo.




Atravesar el cauce del barranco puede conllevar el descubrimiento de un secreto guardado durante décadas: el semienterrado pequeño acueducto de mampostería, posiblemente de época medieval, que utiliza para cruzarlo. Este sencillo bien patrimonial se complementa, solo unas decenas de metros más abajo, con un aterrador túnel, excavado para salvar a la acequia de las crecidas del barranco.   


Más adelante, la Tejera recobra la amplitud paisajística para adentrarse en el territorio de los cortijos de Ajenjos y finalizar, ya cansada, su recorrido.


Llegado este momento, no puedo por menos que intentar acercar a las administraciones la idea de que la restauración de las acequias y balates tradicionales constituye hoy en día una prioridad de primer orden, si se pretende favorecer una evolución sostenible de nuestro entorno.


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