Rodrigo Valero, el hombre que aprendió a multiplicarse en Retamar

El fotógrafo almeriense presenta una exposición única ungida en la soledad de la cuarentena

El fotógrafo Rodrigo Valero, ayer en la sala superior del Centro Andaluz de la Fotografía, junto a una de sus originales composiciones.
El fotógrafo Rodrigo Valero, ayer en la sala superior del Centro Andaluz de la Fotografía, junto a una de sus originales composiciones.
Manuel León
09:38 • 28 dic. 2021

Nunca un hombre solo (o un solo hombre) estuvo tan acompañado como Rodrigo Valero González (Grenoble, 1964); nunca  antes tuvo nadie en el mundo la ocurrencia de llenar sus días de anacoreta tan de sí mismo; nunca antes un artista hizo, con su propio cuero, el milagro bíblico de los panes y los peces, no en un monte de Galilea, sino en la planicie de Retamar.



En ese tiempo apocalíptico del confinamiento, tan lejano y tan cercano, Rodrigo -un creador como del Cinquecento capaz de domar todos los caballos del arte- recurrió a su mejor arma -la fantasía- para aliviar la angustia de su encierro en Retamar con un paisaje desolador por todo horizonte.



Se armó de la paciencia de un relojero y empezó a urdir autorretratos en cualquier posición, en cualquier esquina de esa casa solo habitada por él donde sobresalen, sobre todo, sus ojos oscuros de turrero morisco.






Así nació, así ha nacido, este ensayo fotográfico en torno a una cuarentena titulado ‘Múltiplos del YO’, que ayer fue presentado por el propio autor solo ante el peligro, a capela, sin mesa y sin micrófono, rodeado de sus propios yos que lo observaban desde las paredes, en ese santuario de la imagen que es el CAF, ante un público sobrecogido de ver a  tanto Rodrigo junto.



“Tengo que reconocer que  llegué a cansarme de mi mismo”, musitó ayer Rodrigo, tras componer, encerrado en su redil, cuarenta fotografías llenas de creatividad, ingenio y humor, en las que, en cada imagen, va sumando un yo, por cada día que pasaba encerrado. “El primer día aparecía un Yo en total soledad, el día dos aparecían dos Yos, al tercer día tres Yos y así sucesivamente hasta el día 40”, explicó ayer Rodrigo en la sala del antiguo Liceo llena de público. Y añadió el autor “me dio por coger la cámara y ponerme a tirarme retratos para tener la mente ocupada y expresar de forma gráfica los acontecimientos y las sensaciones del día”.



De esta manera, vemos, por ejemplo, a seis Rodrigos jugando al ajedrez; a otro grupo observando como dos de los Rodrigos duermen bajo un edredón de plumas;  o con cirios de Semana Santa en la mano; o sacando músculo el actor principal, mientras el resto de Rodrigos, con rostros dispares, de complicidad, asombro, ingenuidad, lo observan; hay otros Rodrigos viendo la tele, cada uno a su bola, otros afeitándose, reflejando las caras en el espejo; o en la cocina; o adorando a una especie de vellocino de oro.



Hay Rodrigos, colgados en el CAF, en camiseta blanca, como la de James Dean, o de color rojo y azul eléctrico; hay Rodrigos bajo la penumbra o bajo la luz de una bombilla; hay Rodrigos sonrientes, tiritando de frío ¿o de miedo? apenados, hay rodrigos con ojos soñadores, con el rostro envejecido o con la piel tersa de un bebé; hay rodrigos acostados o saltando, de rodillas o inclinados como si estuvieran jugando al chinchimonete; hay Rodrigos, en esta muestra navideña, para dar y tomar: todos son el mismo, pero todos son diferentes, como dos gotas de agua, que nunca son idénticas del todo. 


Son enormes las composiciones sobre las que se asientan las imágenes, como esos cuadros legendarios del Bosco o del Greco que cuelgan de algunas paredes del Museo del Prado. Tiene algo del manierismo de Doménikos Theotokópoulos, este artista turrero, sobre todo en ese talle leptosomático,  como de fideo de cazuela, que reflejan las fotografías, como si quisiera llegar al cielo desde la tierra, desde su chalé retamero.


Uno no puede dejar de abrumarse, dentro de este ingente ejercicio narcisista, de la cantidad de horas que habrá invertido el autor en la composición, en el montaje, en los brillos y contrastes, en el ajuste fino del photoshop, para que no se advierta ninguna cesura, ninguna frontera entre unos y otros Rodrigos, para que prenda como real esa fantasía emocionante que nos ha traído ahora al Centro ungido por Manolo Falces, este milagro visual estofado en aquellos días de clausura, en los que todos fuimos como una monja de Las Puras, en aquellos días en lo que el autor, rodeado de las muertes del Telediario, quiso hacerse inmortal como Aquiles, con el solo arte de su propio ojo y de su propio brazo. 


Un libro y citas del Reader's Digest
La exposición de Valero en el CAF, viene acompañada de un catálogo como ‘algo ego’. Un libro -”divertido, terapéutico y agotador”, según el autor- donde aparecen todas esas imágenes, que cuenta con firmas como las de dos frondosos escritores locales como Juan Manuel Gil (Trigo Limpio) y Fernando Martínez (Tu nombre con tinta de café). Y se hace acompañar cada fotografía con una frase deliciosa de alguna celebridad, a la manera de las Citas citables de Selecciones del Reader’s Digest: “Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla en seguida” (Picasso). 


Temas relacionados

para ti

en destaque