Pequeña gran revolución

José Luis Masegosa
00:58 • 07 may. 2018

Además de florido, hermoso y mariano, mayo  es un mes revolucionario, aunque octubre y abril no se quedan atrás. La Historia ofrece un variado abanico de pequeñas y grandes revoluciones de toda índole, si bien casi todas han supuesto transformaciones que han cambiado a mejor la vida de las personas, aunque también es cierto que en otros casos ha sucedido todo lo contrario. La Historia cuenta con revoluciones necesarias e inevitables,  fracasadas, escritas con letra mayúscula y minúscula, revoluciones obreras y burguesas, sexuales y tecnológicas, liberales, industriales, improvisadas, perdídas y silenciadas, entre otras muchas. En ocasiones, las pretensiones iniciales de cualquier revolución no tienen nada que ver con el resultado final. Es el caso de una de las míticas revoluciones del pasado siglo, la del Mayo del 68, de la que se cumplen ahora cincuenta años. Nacida entre los jóvenes universitarios de Nanterre, en Francia, para reivindicar el libre tránsito en las habitaciones de las residencias y colegios mayores de ambos sexos, además de expresar la protesta por algunas reformas educativas, el movimiento concluyó con la implantación de relevantes transformaciones sociales, culturales y económicas, mucho más allá de los parcos objetivos iniciales.  


Ernesto Che Guevara decía que la revolución no es una manzana que cae cuando está podrida, sino que la tienes que hacer caer. No obstante, los grandes acontecimientos llegan con pretextos, como sucedió en el mayo francés, que en nuestro país, dicen las crónicas, fue minoritario y duro, pero aquí se crearon modelos y expresiones revolucionarios, como “La capuchinada” : el encierro de estudiantes e intelectuales de renombre en el monasterio capuchino de Sarriá, en Barcelona.En Mayo se escribió también el 15-M, cuyas consecuencias  han supuesto un revulsivo social y político de gran calado en nuestro país. Los dos movimientos, el francés y el español, tuvieron algo peculiar y diferenciador con respecto a otras actuaciones revolucionarias: la diversión. Tal vez por ello, las pequeñas, cercanas, minúsculas e inadvertidas revoluciones tengan su merecido reconocimiento, como la emprendida por algunos alcaldes que ante las carencias sanitarias en sus pueblos dicten llamativos y curiosos bandos en los que prohíben enfermar a sus vecinos. 


O el caso de mi pueblo, donde hace algunas décadas los vecinos se hartaron de los prolongados, continuos e injustificados cortes de fluido eléctrico, que por aquel entonces suministraba a una sociedad local la compañía El Chorro, de Málaga, y no esperaron a que la “manzana podrida” cayera. Eran tiempos complejos y difíciles, pero una de las muchas noches de tinieblas, la oscuridad duraba semanas, al toque de cuernas, disparos de escopeta, cohetes y fuegos de artificio, la mitad del vecindario se alzó divertidamente en protesta y con la primera autoridad al frente recorrió las calles de la localidad hasta el domicilio del entonces responsable de la suministradora. En días sucesivos, cuando el crepúsculo llegaba a su zenit, el estampido de los cohetes o los disparos concentraba al vecindario, que con los más diversos y rudimentarios instrumentos organizaba tal  algarabía y desafinada música que impedía conciliar el  sueño a Juan Felipe, el desaparecido encargado de la luz. Tras jornadas de divertida “revolución” el fluido fue restablecido y poco después se hizo cargo del suministro Sevillana. Con Endesa al mando, las tinieblas han retornado recientemente a las calles del pueblo durante varias noches y algunos vecinos añoran su pequeña gran revolución.






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