La verdad del bulo

Javier Adolfo Iglesias
00:08 • 23 abr. 2020 / actualizado a las 07:00 • 23 abr. 2020

¿Por qué la simpática palabra “bulo” ha tenido más protagonismo en las últimas semanas que el propio virus? No me interesa la política de partidos, la peor política, pero he leído que ha sido una estrategia de despiste del Gobierno para llamar la atención más sobre dimes y diretes, memes y memezes que sobre la falta de tests, mascarillas e ideas claras sobre cómo salir de ésta


Otra interpretación es más dura de admitir. Que el Gobierno quiere de verdad neutralizar las críticas de los partidos, y de esta manera se desliza hacia el autoritarismo. Me cuesta trabajo creerlo pero ahí está la “maldita hemeroteca” de youtube para oír y ver al hoy vicepresidente del Gobierno


Añado una tercera interpretación, la mía. El Gobierno ha querido darle protagonismo a VOX de cara a unas elecciones más tempranas que tardías. El asesor áurico de Sánchez busca volver a dividir el voto de la oposición. Para ello ha recobrado el enfoque que el propio VOX trajo al entrar en escena. Como hiciera con éxito Trump, fue el partido de Abascal el que saltó al circo político atacando a los medios de comunicación mayoritarios en contraposición a las más libres redes sociales. Hablaba de ‘fake news’ como  consigna y lema de ‘prietas filas’ a sus camaradas.  



Ahora giro a la verdad del bulo. 


El concepto bulo es el único y mayor bulo, un fino engaño de algún político urdidor. El bulo es un enemigo ficticio, falso como el Peropalo, lanzado a la plaza del pueblo para que los brutos paisanos se entretengan detrás de él apalaeandolo. El concepto bulo es al debate público lo que es el estraperlo al comercio en plena guerra, ya que el presidente Sánchez comenzó a usar el lenguaje bélico en esta crisis sanitaria.  



El bulo no es un delito, no existe ese tipo en ningún código. El televisivo magistrado Joaquín Bosch dice: “La Constitución no ampara la mentira”. Correcto, tampoco ampara la mala educación y ningún agente detiene a alguien por no saludar al camarero del bar. 


La mentira y la falsedad ya están implicadas en multitud de delitos del Código Penal y aparecen una veintena de ocasiones con el término “engaño”, en la calumnia, en la estafa, en la prevaricación o en el delito de odio. Pero no existe un delito de bulo ni de mentira en si, ni de error. 



No conozco estos días ningún bulo que haya motivado que mil personas se hayan bebido un litro de lejía para inmunizarse, ni algún otro que haya propagado que se ha levantado el estado de alarma. He visto ironía, interpretaciones interesadas o equivocadas, críticas duras, sarcasmo, fotomontajes burdos o de mal gusto.  


El Gobierno afrontaba ya un reto semejante con la “ley de libertad sexual’ para  traducir a objetividad el ‘solo si es si’ de la intimidad de la alcoba o probar objetivamente el acoso sexual de una tímida y machista mirada lasciva por la calle. Eso fue justo un día antes de que la pandemia cruzara la frontera, es decir, el 9 de marzo.  Poner el bulo en el centro del debate social no es rechazar la falsedad en favor de la verdad. Es todo lo contrario, es apartar la verdad y la falsedad como coordenadas de la discusión racional. 


Lo triste es que el Gobierno ha conseguido con ello poner en el centro del debate político a las redes sociales, las ha sacado de su confinamiento virtual. Como cuando en los inicios de esta red digital miles de usuarios de internet se presentaron en la fiesta de cumpleaños de una adolescente de Holanda. 


La esencia de fraudebook y de otras redes sociales es la falsedad, desde su propio término. Mr. Z engaña a sus usuarios, les roba sus datos para mercadear, les impone normas morales caprichosas,  los expulsa por mostrar un pezón pintado por Goya, les hace creer en cumpleaños, recuerdos, solidaridades y amistades ficticias.   


Darle relevancia al concepto de bulo es sustituir la razón por la emoción, el miedo, la sospecha. Todos ven bulos de reojo como antes se veían delatores y espías dobles. 


Lo más triste está siendo el ver cómo surge en internet una legión de informadores, oyentes de bar, como en Cuba, camaradas convencidos de que del líder no se duda. Así están las cainitas redes sociales, arrojándose bulos a la cabeza como las peleas de piedras entre barrios de mi infancia. El concepto bulo es de la familia del ‘zasca’,’ cuñado’, ‘machirulo’, ‘feminazi’, ‘trol’...el neolenguaje del mundo digital que prometió el paraíso y enterró el mundo antiguo. 


Yo no quiero que ningún niñato asocial millonario me imponga su paraíso digital con su verdad de ‘factchecks’ ni que ningún político me proteja  de la falsedad. Ya lo haré yo. Porque cuando históricamente la política se ha unido a la verdad pura, la libertad ha salido huyendo. 


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