Rafa Nadal y la pedagogía del esfuerzo

Para mí, Rafa es antes que nada una excelente persona

Pedro Mena Enciso
07:00 • 08 feb. 2022

El mejor deportista español de todos los tiempos y uno de los mejores del mundo tiene nombre propio: Rafa Nadal, ese muchacho de Manacor que  no presume ni se engríe sino todo lo contrario. Cuando la prensa mundial le agasaja hasta la saciedad,  reacciona con tal humildad y respeto a las personas que le convierten en un modelo para nuestros adolescentes. Nadal nos puede servir de ejemplo a los profesores para intentar cultivar en nuestros alumnos esos valores humanos tan necesarios en nuestra vida diaria. Es verdad que quiere ganar, pero sin humillar ni pasar por encima de nadie, es decir, reconociendo siempre el valor de sus rivales deportivos a los que incluso engrandece.



 Rafa ha aprendido desde niño que en la vida nada se consigue sin disciplina, sin esfuerzo, sin trabajo constante y esto es lo que debemos enseñar a nuestros jóvenes para que vivan más por dentro que por fuera y edifiquen un mundo mejor. Si somos capaces de transmitir a los chavales ese espíritu de superación abriremos la puerta al progreso de nuestro país. Para mí, Rafa es antes que nada una excelente persona porque no todos los deportistas de alto rendimiento son tan humanos, modestos y amables como lo es Nadal.



Lo mejor del deporte es su utilidad como pedagogía del esfuerzo porque detrás de cada medalla, de cada título, de cada trofeo, hay años de entrega y entrenamiento, una larga lucha en soledad contra el tiempo, la rutina y el desánimo. Rafael Nadal cae bien porque representa ese espíritu de superación, entereza y compromiso. Sin la arrogancia malhumorada y excéntrica de otros triunfadores, es un campeón humilde y generoso que se ha ganado el respeto de sus rivales y la admiración de un público para el que nunca tiene el mal gesto de los divos caprichosos.



En el imaginario popular Nadal se ha convertido en una figura sin rechazo, capaz de un logro tan difícil como hacerse perdonar el éxito en un país donde la envidia es el pecado capital de más arraigo. Nadal es un campeón hecho a sí mismo, a base de sudor y dolores, sin favoritismo ni ayudas, sin escaqueos ni excusas. Nadal es una obsesión de progreso dominada por el impulso unívoco de ser el mejor, ajena al desistimiento y al conformismo, a la uniformidad mediocre que caracteriza nuestro sistema educativo, nuestra escena pública y nuestro paisaje social. Con su cuerpo destrozado por las lesiones, Nadal se ha convertido en un ejemplo de vida, en un referente educativo. Rafa tiene la capacidad de sacar lo mejor de todos nosotros. 







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