Tres días en San José

Por la noche caminé por el pueblo hasta que la voz de un cubano me dejó paralizada frente a él

Beatriz Torres
09:00 • 29 sept. 2022

Después de dos años he vuelto a San José. La primera vez que fui descubrí la Cala de los Amarillos y me quedé tan extasiada que para mí se convirtió en mi isla Robinson. Eso fue una tarde después de haberme bañado en los Genoveses y sentir la necesidad de conocer algo nuevo. Luego por la noche caminé por el pueblo hasta que la voz de un cubano me dejó paralizada frente a él en una calle. 



Cuando acabó el recital, junto con otro guitarrista, nos fuimos los tres al albergue donde el cubano, César Brown, se hospedaba, y allí pudimos cenar. Me preparó un mojito y probé por primera vez rodajas de plátano verde o macho fritas, como si fueran patatas muy finas, y qué ricas estaban. 



Recuerdo que otra noche hubo un concierto de los dos en los jardines del albergue, y las canciones del cantautor César Brown, junto con la guitarra flamenca de su compañero, nos cautivaron.



En este septiembre también he vivido experiencias inolvidables. Volví a los Amarillos y me encantó una sirena que iba de roca en roca posando desnuda. Qué placer si la hubiera seguido y descubierto con ella todos los recovecos que se esconden entre las rocas. Pero al menos me bañé con los pececillos grises y azules que pululan en esas aguas límpidas y cristalinas. 



Por la noche, después de cenar, quise darme una vuelta y qué maravillosa sorpresa cuando me encontré en la plaza del pueblo con el mismísimo César Brown dando un recital de canciones de su autoría. 



Fui a saludarlo y nos abrazamos, qué alegría, no recordaba mi nombre, pero no había olvidado mi cara y nada más verme me reconoció. Me dio su número y ahora ya estamos en contacto. 



A la mañana siguiente tomé el camino para Mónsul, pero antes me paré en la Cala del Barronal y la entrada es triunfal: una vereda de arena entre grandes pitas va flanqueando el camino. Una de las playas más bellas que he conocido. Al pie de la pared de un acantilado descubrí un hueco y ese fue mi hogar para refugiarme del sol del mediodía. 



Pero no todo es amor y belleza en este mundo. Cuando regresaba al coche pasó por mi lado un joven negro, pobre y triste, arrastrando su cuerpo con el alma destrozada y los ojos hinchados. Por favor, auxilio. ¡Socorro! 


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