Almería, paraíso perdido

Almería, paraíso perdido

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01:00 • 06 feb. 2012
Esta semana se cumple el setenta y cinco aniversario de la “Desbandada”, uno de los episodios más dramáticos de la Guerra Civil que no es demasiado conocido. La “Desbandá”, como popularmente se ha llamado el crimen, mejor genocidio, de la carretera de Málaga-Almería ocupa cada mes de febrero, desde hace varios años, el recuerdo, la memoria y la reivindicación de justicia para con las miles de víctimas civiles que cayeron masacradas en el trayecto de la antigua carretera que une las dos capitales hermanas. Pero también se reivindica justicia para con los responsables de aquel crimen de lesa humanidad. Más de una veintena de organizaciones de todo tipo y distintos foros llevan años pidiendo un mínimo reconocimiento para con las inocentes víctimas de aquella matanza ocasionado por un ataque premeditado contra la población civil indefensa, integrada en su mayoría por mujeres, ancianos y niños. Uno de aquellos niños que logró salir ileso es Juan Conejero Peláez, un octogenario de Vélez-Málaga que vive su jubilación forzosa porque lo echaron de la fábrica barcelonesa de cosméticos en la que trabajó durante casi cuarenta años. Él, sus cuatro hermanos, sus padres y su abuela, emprendieron el incierto camino de la libertad y seguridad que en aquel mes de febrero ofrecía la, entonces, republicana Almería. Tras soportar el asedio y hostigamiento de las tropas franquistas y de sus aliados durante el trayecto hacia Almería, el padre de Juan quiso salvar el paso del río Guadalfeo, en las proximidades de Motril, con la abuela a cuestas. Cayó al agua y tuvieron que buscar refugio en un cortijo de los alrededores, en donde secaron la ropa. Al día siguiente, cuando la familia decidió reiniciar la marcha hacia Almería se encontró con la ocupación de la Costa granadina por las tropas sublevadas a la República. Sus mandos convencieron a la familia velezana para que no continuara, ya que aseguraron al cabeza de familia que no le ocurría nada. Así lo hicieron. Al día siguiente de llegar a su domicilio malagueño el padre de Juan fue detenido y fusilado. Con voz clara y rotunda, este niño de “La Desbandada” recuerda con dolor las vivencias del frustrado exilio: “Comíamos caña de azúcar y las frutas que encontrábamos. Al borde de la cuneta vimos un cesto de tomates que se había derramado junto a su dueña que yacía muerta. Uno de mis hermanos me animó a recoger los tomates, pero cuando me acerqué al cesto quedé sobrecogido y me tuve que retirar. La pobre mujer tenía asido a los pechos a su pequeño hijo que mamaba de sus mamas inertes.”. Juan no olvidará jamás ésta y otras duras experiencias que le hacen reclamar, hoy más que nunca, justicia y dignidad. La misma dignidad que él ha tenido cuando ha podido visitar en tres ocasiones la capital almeriense, la ciudad que para su familia y otras miles de personas fue el paraíso perdido en aquel aciago mes de febrero de 1937.






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