Hermana

Hermana

Juan José Ceba
23:27 • 21 abr. 2012
Llevo tiempo deseando que afloren estas luces íntimas que guardamos al fondo y que nunca salen en la escritura. Y ahora más que nunca, en tiempo de emociones. Mi madre dio a la vida a cuatro varones. Mi gemelo se fue a los pocos días. Compartimos la infancia con dos primos cercanos, Ángel y Lola. Ella y yo, que somos de la misma edad (y que de pequeños hacíamos diabluras, teatrillos de Lope de Rueda, nos asustábamos juntos de los truenos y nos peleábamos cada dos por tres) nos consideramos como hermanos. Cada vez nos lo decimos más y nos sentimos más hermanados. Lola, que es listísima, siendo joven ayudó a mi madre en la Papelería. Era genial verla hablar con la gente, con una simpatía asombrosa. Tenía la escuela de mi padre, con quien comparte un enorme parecido. Su hermano le espantaba los novios, pues quería que su inteligencia se proyectara en los estudios. Se casó con Pablo García, excelente trabajador del mármol, una persona noble, que veía las cosas cotidianas con una sabia ironía. Para sacar adelante a su familia, mi hermana instaló en Olula un establecimiento fotográfico. Su hijo menor, Pablo, se especializó en imagen –es un fotógrafo impactante- quien trabaja con ella en los encargos que llegan a la tienda. El segundo, José, es profesor de filosofía y paisajista de sentimientos hondos; quien tiene publicado un libro de poemas. El hijo mayor, arquitecto, es el más esforzado trabajador por la cultura, pintor con una exigencia casi mortificante y soñador de un patrimonio artístico que asombra al mundo. Para ello ha creado una obra personal sobrecogedora, un Museo y aspira al nacimiento de la Ciudad de la Cultura. Se trata de Andrés García Ibáñez. Muchas veces ha pintado a su madre, desde sus balbuceos hasta ahora. Hay en la Sala Beethoven del Centro de arte, un lienzo de aire romántico y tonos oscuros, ‘La vida’ –inspirado en el tercer movimiento de la intensa sonata para piano número 17, La tempestad. Allí aparece su madre vestida de lutos, con un recogimiento y un dolor profundo, mientras la tierra y el cielo, oscuros de borrasca, participan de una congoja que es premonitoria. Sopla un viento delirante que dobla las ramas y se lleva las hojas. En 1997, cuando el pintor plasmó la tormenta, aún estaba por venir lo que llegó después. Lola perdió a su esposo, luego a su tía María y a su madre –de quienes cuidaba con un amor extremo. En el cuadro hay una desgarrada soledad. Miro el lienzo y el alma se me llena de lágrimas. Pero también de ese amor que nos hace más fuertes en la espera. Ella es una mujer luchadora. Hermana mía, las ramas de esta primavera tienen sus botones de azahar, a punto de estallar de alegría. Qué poco falta, si, qué poco.






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