Catalunya

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Diego Cervantes
01:00 • 15 sept. 2013

Una mayoría de catalanes ya no piden autonomía, sino independencia. Cataluña posee instituciones sólidas y expertas para organizarse y a la vez un sentimiento popular: “Som una nació, nosaltres decidim”. Y además una lengua y una cultura propia; una economía diversificada y suficiente para sostenerse; un producto interior bruto y una renta per cápita superior a la mayoría del Estado español y un sentido europeísta de modernidad que queda reflejada en su capital, Barcelona, ciudad referente de España en el mundo. Habría que preguntarse: ¿qué hemos hecho los que seguimos llamándonos españoles para que no nos quieran?
Podemos argumentarles que recurrir al pasado histórico de la Diada es obsoleto. Aquello fue producto de una guerra de Sucesión en el siglo XVIII entre Borbones y la Casa de los Austrias,  hoy, mitificado por los nacionalistas, pretenden transmitir un sentimiento de revancha contra los castellanos. Aquel martirio del pueblo catalán en 1714, lo produjo un conflicto entre dos casas reales, a cual más nefasta para Europa, una guerra de reyecitos que sufrieron ambos pueblos y que terminó con la revolución francesa. Excepto en España, donde la propia burguesia catalana siguió pactando con todos los borbones y con el franquismo que les negaba hasta su lengua. Nada de esto debería valer en un mundo actual globalizado, interdependiente y para una sociedad catalana abierta que piensa en futuro. Les podemos decir que ayer, esa derecha catalana nacionalista también demostró su egoísmo y su insolidaridad, destruyendo cajas de ahorro, liderando burbujas inmobiliarias, y corrompiéndose utilizando sus propios simbolos culturales. Podemos también insistir sobre lo que aportaron los trabajadores emigrantes que fueron obligados a salir de su tierra debido a una planificación económica de caciques y políticos de la sempiterna derecha españolista. Pero no es el momento.
El pueblo catalan está en la calle, se manifiesta y quiere decidir. Es hora de acuerdos con Catalunya. Ya lo intentó el gobierno de Zapatero que aprobó en las Cortes un nuevo estatuto que les satisfacía. Luego un Tribunal Constitucional indigno lo rechazó, mientras sigue permitiendo que otros derechos constitucionales se violen cada día. Es hora de entendernos. Para eso se requieren buenos políticos y no nacionalistas pacatos, tanto españolistas como catalanistas, que se refugian en los sentimientos del terruño. Yo deseo que Catalunya siga siendo España, pero … ¡porque quieran serlo los propios catalanes!







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