El temido poste de Sierra Alhamilla

El 26 de abril de 1963 los 200 almerienses que tenían televisor vieron la corrida de Sevilla

Lola Hernández, más conocida como Lola de Almería, anunció los aparatos Telefunken en los años sesenta.
Lola Hernández, más conocida como Lola de Almería, anunció los aparatos Telefunken en los años sesenta.
Eduardo D. Vicente
20:46 • 08 feb. 2016

La primera revolución que conocimos en nuestras casas la protagonizó el televisor. Aquellos aparatos gigantescos que pesaban como una roca y que eran tan sensibles que había que transportar como si fueran niños recién nacidos, nos cambiaron la forma de vivir y la manera de mirar la vida. En los primeros años, tener una tele era un signo de distinción y en nuestros barrios sólo podían comprarla los comerciantes de renombre o aquellas familias que tenían varios miembros trabajando. 




En la primavera de 1963 entre los que ya estaban instalados y los que estaban en montaje, se superaba la cifra de doscientas televisiones y las ventas iban en aumento empujadas por la instalación de un poste retransmisor en Sierra Alhamilla que prometía dar una señal de calidad y sin interrupciones. 




El 27 de abril de 1963 no se hablaba de otra cosa en los bares y en las reuniones de vecinos que de la corrida de la Feria de Sevilla que la tarde anterior se había podido ver en Almería a través de la tele con Paco Camino y el Viti como principales estrellas. Lo más sorprendente era que se pudo ver el festejo íntegro, sin apenas interferencias, lo que constituía un paso adelante de este nuevo sistema de comunicación. 




El poste de Sierra Alhamilla empezaba a dar sus resultados gracias a la iniciativa de dos casas comerciales: Cabas OTON y Casa Cristobal Peregrín, que alentados por le negocio de la venta de televisores subieron a la sierra para colocar una gigantesca antena que diera señal a Almería. El repetidor se levantó a mil cuatrocientos metros de altura, en un lugar sin camino, sin electricidad y sin teléfono, y teniendo como única vía de comunicación un sendero que había que recorrer andando o a lomos de caballerías. Los promotores del poste contrataron cerca del lugar a un encargado del repetidor para que subiera en el menor tiempo posible si se producía alguna avería. Cuántas veces nos acordamos sin conocerlo del encargado del repetidor que imaginábamos siempre durmiendo o recostado en la barra de una taberna, sin enterarse de que la señal se había vuelto a perder.




Sólo el que lo ha vivido puede entender cuántas emociones se derramaban en aquellas primeras noches de tele, cuando la familia y medio barrio se unían en torno al comedor donde estaba el aparato para ver el Telediario, y sólo el que lo ha vivido puede comprender cuántas decepciones se llevaban un día sí y otro también, por culpa de la maldita señal del poste que cuando no se cortaba le salían interferencias, siempre en el instante más importante, cuando iba a salir el hombre del tiempo repartiendo paraguas por el mapa o cuando el detective estaba a punto de detener al malhechor.




En los primeros tiempos la programación era escasa: los tres telediarios reglamentarios, el telefilm ‘Los defensores’ y el cierre de las emociones que llegaba a las doce y media de la noche con un espacio de meditación religiosa. Pero aquella litúrgica de sentarse alrededor de la mesa de camilla y enchufar el aparato era tan intensa, tan arrebatadora, que valía la pena iniciarla aunque sólo fuera para ver la Carta de Ajuste con la que cada tarde comenzaban las emociones. 






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