Hacia los corazones profundos

Si hay una época en la que apetece ir al cine es en el mes de enero. El frío incita a arrebujarse en la oscuridad para ser succionados por una historia mágica

El Cineclub, en una imagen de archivo, cuenta con el favor del público semana tras semana.
El Cineclub, en una imagen de archivo, cuenta con el favor del público semana tras semana.
Mar de los Ríos
19:25 • 20 ene. 2017

Con ese propósito corro un jueves para llegar a tiempo a la primera proyección del Ciclo de invierno del CineClub del teatro Apolo. David del Pino, el gestor de esta actividad con alma, nos habla de la que vamos a disfrutar en unos momentos: Anomalisa (2015).  Le cede  la palabra a Jesús Almendros, y éste nos adelanta las peculiaridades de la última cinta de Charlie Kaufman, el padre del film, que constituyó su debut por la puerta grande: Cómo ser John Malkovich (1999). Con esta nueva entrega compagina sus dos facetas, la de guionista y la de director. Almendros lamenta que este llamado genio se prodigue tan poco en las pantallas, dejando demasiado tiempo entre sus trabajos, lo que señala quizás como la causa de erigirse como el eterno nominado. (En 2015 Anomalisa quedó a las puertas de todos los grandes galardones: Óscar, Globos de Oro, Independent Spirit, Satellite Awards…).
El caso es que esta película destaca por la elección de un formato de animación para adultos para contar historias aparentemente sencillas. 




Y comienza. Pantalla en negro con muchas conversaciones cruzadas nos transporta a un ambiente distendido donde ya se percibirse algo peculiar: las voces son todas emitidas por la misma persona.




Contexto
¿Cómo se llamaba el actor de Kojak? La frase rompe con el caos y nos sitúa en un contexto donde alguien está realizando un crucigrama. Es el interior de un avión comercial.  Acaban de aterrizar y por los micrófonos la tripulación advierte a los pasajeros que no olviden su equipaje de mano, mientras un desconocido se disculpa con nuestro protagonista por cogerle la mano en el aterrizaje. El humor negro sazona los diálogos con tino, cuando Stone le responde varias veces sin mirarle que todo está bien, hasta que le sugiere con lacónico gesto: pero por favor, devuélvame ya mi mano.




Un hombre de mediana edad, Michael Stone, viaja a Cincinnati para impartir una charla sobre su último libro, el cual ha obtenido un apreciable éxito de ventas. Es de autoayuda y trata sobre la atención al cliente, que parece haber suscitado una pequeña revolución en las empresas que lo han usado. Conforme se cruza con lectores en el hotel donde se hospeda, todos le devuelven la misma frase: después de aplicar sus métodos hemos mejorado en un 90%. 




Pero Michael arrastra una tristeza palpable. Parece estar pasando por una crisis personal que hace que todas las personas con las que se encuentra le parezcan una masa anodina que no tiene ninguna capacidad de sacarle de su ensimismamiento. Pide la cena al servicio de habitaciones, mientras se le ocurre llamar a una antigua novia que dejó en aquella ciudad hace diez años, para pedirle una cita esa misma noche. Ella accede y se presenta en el bar del hotel.




Allí se produce un choque entre ellos que les corrobora a ambos por qué lo suyo no funcionó. No hablan el mismo idioma y ella vuelve a obcecarse en idealizar a un hombre que, aunque pueda parecer el prototipo de triunfador, en el fondo es un ser oscuro. Lo deja plantado en la mesa sin probar la copa y se marcha. Entonces Michael, quien parece estar acostumbrado a beber más de la cuenta, decide salir  a dar una vuelta por la ciudad en un estado bastante lamentable. Tanto, que entra en un sex-shop por equivocación para comprarle un regalo a su hijo, pensando que es una tienda de juguetes. Y aunque se da cuenta de su error, se lleva una muñeca japonesa antigua. 




De vuelta al hotel decide ducharse. Reímos a carcajadas al identificarnos  con la sarta de tacos que salen de detrás de la mampara cuando intenta poner el agua a la temperatura adecuada. 




Los personajes de la cinta están diseñados con un aire robótico, con unas hendiduras manifiestas en la cara, que transmiten ese toque de títere manejado por la sociedad que nos uniforma. Entonces Michael comienza a tener una especie de alucinaciones. Se quita la mandíbula frente al espejo y tras escuchar en el pasillo una voz que se distingue de la masa, sale corriendo en su busca habitación por habitación. Encuentra a dos mujeres que han ido precisamente a escuchar su conferencia al día siguiente y las convence para tomar con él una copa. 


Ellas son Emily y Lisa. Lisa es una mujer todavía joven pero acomplejada por traumas anteriores, especialmente por una cicatriz que tiene en la cara y que cubre con su pelo. Pero su preciosa voz es lo que atrae poderosamente a Michael. Tanto que consigue convencerla para que tome con él la última copa en su cuarto. 


En su acercamiento mutuo, Lisa se descubre como una lectora curiosa que disfruta acometiendo los textos con su diccionario; que ama a Cyndi Lauper y a su himno Girls just want to have fun, el que entona en inglés y en italiano. 


Y ahí es donde surge el origen del nombre de la película, por qué Michael se empieza a enamorar de Lisa, cuando ella desvela su fascinación por el lenguaje. Le hace gracia decir mojito o le cuenta que anomalía es una de sus palabras favoritas. 


Por fin tienen una relación sexual, aparentemente anodina para el espectador, pero intensísima para ellos, especialmente para él. 


Lisa parece verse arrastrada por las sensaciones de euforia que Michael le transmite. Es una insegura que se siente fea e inculta. Que un hombre de éxito se haya fijado en ella y quiera besarla, ya le resultaba hace media hora una lotería. 


Alucinación y miedo
Una serie de escenas alucinatorias darán rienda suelta a los miedos del protagonista, que nos llevan a pensar que su cabeza anda algo más que hastiada. A la mañana siguiente se encuentra sumido en una intensa euforia, manifestándole a Lisa querer dejar a su mujer y  su hijo, incluso por teléfono, cuando ambos desayunan. Y allí, en la misma mesa donde le acaba de proponer una vida en común, comienza a escucharla con la voz monocorde de su mundo interior.
Vuelve a la realidad. Su esposa e hijo lo reciben en casa con una fiesta sorpresa que parece querer arreglar una vida conyugal bastante deteriorada. 


Michael queda desconcertado, abatido al pie de la escalera, al pie de su vida, mirando a la muñeca del sex-shop cantando en japonés, mientras los invitados de la fiesta pasan por su lado.


Es innegable que las cosas sencillas son las que más conmueven los corazones profundos y las altas inteligencias (Alejandro Dumas). 


Kaufman lo sabe desde hace tiempo y ha aprendido a envolverlo con estilo. 



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