El humor y sus límites

Kayros
01:00 • 28 feb. 2017

Este fue aproximadamente  el título de la conferencia  pronunciada por nuestro dibujante, Miguel Arranz, en la Asociación de la Prensa de Almería. En realidad siempre  es bueno que los distintos géneros periodísticos compulsen sus posibilidades analíticas frente a los otros medios. El humor, como todo, cambia en la medida en que se multiplican las presiones a la libertad de prensa y nada tiene de particular que aparezcan cada año modalidades nuevas. El humor, digamoslo claro, es una mezcla de ironía y sabiduría humana, y como decía aquel gruñón, más moscas se cazan con unas gotitas de miel que con bidones de vinagre. El humor es un gran domeñador de la cólera, de las malas maneras, y se sabe que con un chiste se resuelven a veces largas discusiones fronterizas mantenidas durante siglos. Leyendo ahora la polémica almeriense del AVE y viendo lo que dicen unos y otros, en el supuesto de que digan algo distinto uno de otros, echamos de menos al dibujante audaz que coloque a cada cual en el sitio que merece. Precisamente aquí es donde vemos los límites del humor. La prensa crítica está también sometida a la presión institucional. Dígase lo que se quiera no existe una empresa limpia en este aspecto y hablar de prensa de izquierdas es más o menos preguntarse por la nota que tocará la trompeta en el día del juicio. Así que paso al humor de tantos maravillosos guasones como ha tenido la historia política y literaria  de la humanidad. Arranz habla aquí de censura como el límite más viejo y conocido a disposición de los poderes. La censura contradice el principio general de que “el único límite del humorista gráfico debe ser el margen de la viñeta”. Más o menos lo que suele  decirse del migrante que vaya donde vaya,  esté donde esté, nunca será ilegal. Recordando ahora como fueron cayendo, uno a uno, los primeros sombrajes del franquismo, veo desfilar por nuestra memoria los   agrandes autores que pusieron diariamente el país del revés. Decía Chesterton que para    notar la debilidad de las grandes construcciones, basta mirarlas del revés. Eso hicieron con el franquismo en los días en que éste se ablandó y fue posible la sonrisa estereotipada. En cualquier caso, vaya en buena hora el  poderío de los humoristas frente la amargura demasiado ácida del periodismo a punto de rabia.







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