Rebuscando duelos y quebrantos

Una de las principales ventajas de ir avanzando los años y acumular experiencias es la creciente capacidad de escoger lo que nos place y rechazar lo que nos atribula. Y aunque en la vida hay ámbitos en donde esta libertad de elección resulta más complicada, hay otros en donde resulta especialmente fácil evitarse disgustos, acumular soponcios o pasar malos ratos. Y quizás de todos esos territorios por los que resulta más cómodo transitar, sea el de la línea editorial o la opinión publicada el más asequible de ellos. Basta con saber elegir. Y así, la experiencia nos prescribe la evitación de espacios, medios y firmas que tan sólo nos suministran enojos y fastidios que podremos poner fácilmente en fuga seleccionando qué cosas leer, ver y escuchar, y qué otras no. Por eso no deja de provocarme un cierto nivel de conmiseración constatar que hay quienes viven empeñados en fijarse en lo que saben que no les va a gustar, y buscan allí motivos para el duelo y el quebranto. Pobre gente, pues, la que vive en el sostenido afán de la dolencia y en el rastreo de las posibles impurezas para la consiguiente denuncia por presuntas malas prácticas. Créanme que si yo pasara el día escrutando determinadas firmas, contemplando según qué programas o leyendo determinadas cabeceras, mi vida oscilaría entre la depresión y el desplome, y andaría todos los días enojado, molesto y, en definitiva, infeliz. Y aunque no soy amigo de dar consejos, me permito el atrevimiento de sugerir que hagan como yo y se propongan el autoalejamiento de aquello que les sienta mal, por la razón que sea, y gocen de otros ámbitos más proclives o de aquello que a ustedes le parezca más razonable. Eso sí: si por el motivo que sea y a pesar de lo que les indica el sentido común, ustedes son de los que prefieren ir olfateando las cosas hasta localizar la trufa que les hace mover el rabo con alegría, creo que es bueno que sepan que se desgasta antes un hocico que un terreno que usa el griterío como fertilizante.