¡Ni en el habla!

`La almeriense es la más fea de las hablas andaluzas`, oí en la Feria del Libro. Un taxista sevillano me tomó por cubano. ¿Tiene sentido la discu

Fausto Romero-Miura Giménez
01:00 • 07 may. 2017

La mañana, lluviosa, fría y ventosa, convirtió la Plaza de la Catedral, pese a la Feria del Libro, en un desierto humano, por lo que me resultó fácil oír parte de la conversación que mantenían dos señores, uno de los cuales, con acento finolis, le decía al otro que la almeriense es la más fea de las hablas andaluzas.
¿Andaluz el almeriense? 
Me acordé de algo que me sucedió en Sevilla hace muchos años ya: tomé un taxi y, como el termómetro marcaba 47 grados, le comenté al taxista que hacía mucho calor. Me respondió el hombre que yo debía estar más acostumbrado. Le pregunté por qué, y me respondió: “porque usted es cubano, ¿no?” Le dije que no, que era de Almería. Y me replicó: “¡qué lejos está Almería!”.  Ya hasta el indalo, le repliqué que la que estaba lejos era Sevilla. Y, al fin, tras más de un cuarto de hora de carrera, nos pusimos de acuerdo –con gran esfuerzo por su parte; yo diría, condescendencia- en que Sevilla está a la misma distancia de Almería que Almería de Sevilla.
No he estado nunca en Cuba y siempre he hablado con el acento de Almería, el que mamé. 
Cada pueblo habla distinto, por lo que pensar que existe el andaluz me parece... Es que no sé decir qué me parece sin que alguien se enfade mucho.
Tomaré como vocero a Antonio Gala, cuya auctoritas nadie discute: “No estoy seguro de que exista algo a lo que pueda llamarse “lo andaluz”, que sustente la variedad tan extremada de las Andalucías: desde su forma de pronunciación hasta sus formas de lidiar la vida”. 
Y, de verdad, ¿es fea el habla almeriense? 
Juan Goytisolo dice al respecto: “una de las causas de mi enamoramiento de esta provincia es el acento... Conocí a una familia en Garrucha, en la primera época de venir aquí, que me extasiaban como un poema, las frases y los acentos que usaban, cuando hablaban coloquialmente entre ellos, cuando estaban algo alterados, tenían una riqueza tímbrica inenarrable”.
En Almería hablamos español almeriense; en Cádiz, español gaditano; en Córdoba, español cordobés; en Granada, español granadino; en Huelva, español onubense; en Jaén, español jiennense; en Málaga, español malagueño; y en Sevilla, español sevillano. ¡Es así de simple: cada uno en su casa y Dios –el español, el castellano- en la de todos!
Aunque, claro, nunca falta un imbécil: tal vez recuerde Vd. el Partido político “Foro Andaluz”, que desapareció sin conocer el éxito que su fundador, Manuel Pimentel, como persona, se merecía.
Pues bien o, mejor, mal. Llegó al esperpento tragicómico, en el debate sobre la conveniencia de definirse como nacionalista de, en una de las Ponencias, apoyar el nacionalismo en cuestiones tan pintorescas como el hecho de que “los gibraltareños se expresan según la norma idiomática andaluza, propia del campo de Gibraltar, y hacen suyo también el gazpacho,” con lo que se correría el grave riesgo, por reducción al absurdo, de deber ser considerados marroquíes porque comer cus-cus o italianos por la pizza o norteamericanos por la hamburguesa. Claro que también se apoyaba el nacionalismo en que existe una lengua andaluza, pues suena mal, muy mal, a los oídos de los andaluces la expresión “la noche del pescadito” (se utiliza ampliamente en las ferias y festejos) por boca de un castellano hablante, procedente del norte de Despeñaperros. Desde el punto de vista de la norma andaluza “pescadito” es un barbarismo, por ser una expresión inadecuada. Para los andaluces la expresión correcta es pescaíto y, como tal, debe ser escrito sin comillas. 
Y, en fin, hacía esta propuesta nacionalista: “los restaurantes andaluces deberían ofrecer el menú a la carta, el menú del día, el menú recomendado y el menú tipo “tapeo andaluz”...  Los hoteles andaluces deberían ofrecer en los desayunos los productos locales, fruto de las artes culinarias de nuestros conventos y del pueblo llano. La imaginación y la variedad no tienen límites conocidos.”  ¡Y que lo diga!
¿Qué sentido tiene la discusión, tan eterna que es bizantina, sobre el andaluz como idioma, lenguaje, dialecto, habla…? Y, las mismas preguntas sobre el almeriense. 
Y el empeño en que todos quienes vivimos en Andalucía hablemos una cosa que no existe: el andaluz,  so pena de ser anatematizados como no adictos a Sevilla.
Cá uno es cá uno y habla a su manera. ¿Un ejemplo? Un célebre Abogado almeriense, de los años sesenta, conocido como “Cantinflas”, acabó así su informe en un juicio ante la Audiencia: “Señores de la Sala, acabo ya: mi defendido no es que sea malo, es que es cipote”. 
¿A que se entiende?
¿Almería andaluza? Ni en el habla.v


Francisco Góngora, inocente Al Alcalde de El Ejido lo acusa Fiscalía por un asunto fiscal particular. La oposición ha pedido su dimisión y el PSOE que pruebe su inocencia en el juicio. ¡Es una barbaridad marciana! Eso, le toca al Fiscal. La Constitución consagra la presunción de inocencia. Con la vida política de una persona sólo pueden acabar los ciudadanos, con su voto; la muerte; la dimisión o una sentencia penal firme condenatoria que lleve aparejada la inhabilitación. Por ello, dimitir sería aceptar una culpabilidad no probada.


Rien ne va plus Como en la ruleta, hoy la bolita, en forma de papeletas, se parará en Macron o en Marine Le Pen y, en parte, decidirá nuestro futuro. 
Macron debería ganar: su pase mágico de socialista a centrista-liberal le debe aportar todo el voto moderado, pues ni la derecha ni la izquierda clásicas se clasificaron para la final, y los derrotados han pedido el voto para él. ¡Hasta Obama y el griego Varoufakis!
 Pero el día 11 de junio, elecciones políticas. Macron, recordémoslo, no tiene un Partido consolidado.




Una perrica pá la maya Cuando va corrida una semana de mayo, aún no he visto ninguna maya. Como no tengo facebook, twitter, whatsapp... ignoro si estarán las mayas en las redes sociales...  o si han desaparecido definitivamente.
No desmayo en mi ilusión de ver, aún, esa típica seña de identidad almeriense: una niña vestida de gitana, sentada en una silla, pintada con muchos coloretes y cubierta con un mantón, a cuyo alrededor otros niños piden “una perrica pá la maya.”
Antes, las había en todos los barrios. ¿Las habrá matado el euro?


 






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