Los equipos que salían del Seminario

Tenían fama de buenos futbolistas. Contaban con un campo para poder entrenarse todos los días

Eduardo D. Vicente
15:00 • 19 jun. 2017

El Seminario también era una cantera inagotable de  buenos futbolistas. Sus alumnos tenían la ventaja de disponer de un campo reglamentario que formaba parte de las instalaciones del centro, como si fuera el patio del colegio. Era el viejo campo que levantó la empresa Motoaznar  en los años cuarenta y que una década después, con la construcción del nuevo Seminario, quedó integrado dentro de las posesiones de la Iglesia.


Mientras que el resto de los equipos de la ciudad tenían que entrenarse en la playa y en los solares abandonados, los jugadores del Seminario tenían un campo para ellos solos y el salvoconducto de los curas que veían en el fútbol la mejor válvula de escape para que aquellos adolescentes se mantuvieran al margen de las tentaciones que amenazaban a la juventud. 


El profesor Francisco Galera, que a finales de los años cincuenta  estudiaba en el Seminario de Almería, recuerda que había que tener una gran afición al fútbol para levantarse a las seis de la mañana y poder entrenar. Se tiraban de la cama antes de que sonara la campana oficial, jugaban media hora al fútbol, a la carrera se metían en las duchas de agua fría y se iban al comedor a desayunar. El sacrificio merecía la pena. El fútbol les ayudaba a salir de ese círculo cerrado que en aquellos años estaba formado por los estudios, los rezos y la disciplina. 




El juego les devolvía a ese mundo de niños y adolescentes que habían dejado atrás cuando abandonaron sus lugares de procedencia persiguiendo, en muchos casos, una vocación que a veces no llegaba a cuajar. 


Muchos de aquellos seminaristas venían de los pueblos en una época en la que abundaban las vocaciones. El sacerdocio era una buena salida, una profesión de futuro y sobre todo, en las zonas rurales, las familias lo consideraban un prestigio, y se sentían orgullosas de que un hijo decidiera estudiar para ser cura.  Eran tantas las demandas de ingreso en el Seminario de Almería que el obispo don Alfonso Ródenas decidió abrir un Seminario  menor en Cuevas de Almanzorapara poder atender las vocaciones de los niños de la comarca. Se inauguró en 1958, en el edificio del  viejo convento de San Francisco.Allí entraban los niños con diez años para hacer  el curso de Ingreso y allí estudiaban los dos primeros años, antes de dar el salto al Seminario de la capital. 




En aquel tiempo se había puesto en marcha lo que entonces llamaban el Seminario de verano, que para muchos de aquellos noveles  que se iniciaban en Cuevas representaba la última prueba antes de seguir adelante con su vocación. Cuando terminaban los cursos de Ingreso y de  Primero, venían durante quince días a la casa de retiro espiritual que la Iglesia tenía en Aguadulce. Aquella experiencia fue, para muchos de aquellos muchachos, la primera gran aventura de sus vidas. La mayoría llegaban de pueblos de interior donde  nunca habían visto el mar. El contacto con la playa y el descubrimiento de la convivencia se convirtió en una pequeña revolución en sus vidas. 


El Seminario de la playa no era un lugar de ocio donde llegaban los jóvenes para tomar el sol y a llenarse de yodo. Era un lugar estratégico donde los superiores valoraban si los alumnos estaban preparados para dar el salto hacia la vocación definitiva. Durante dos semanas, observaban la conducta de cada uno, individual y en grupo, y los examinaban para valorar su nivel cultural. Antes de llegar al retiro de la playa, aquellos jóvenes ya habían tenido que pasar una primera criba, la de los curas de sus pueblos  que ya sabían de antemano los que iban a llegar lejos y los que tenían todas las papeletas para quedarse en el camino.




Tras superar los dos primeros cursos en Cuevas y la prueba del Seminario de verano en Aguadulce, los niños llegaban por fin al Seminario de Almería. Venir a la ciudad no significaba entonces gran cosa para aquellos chavales que ronda ban los trece años; no era  una experiencia extraordinaria porque ellos, donde realmente iban destinados, era al Seminario, un mundo aparte donde el contacto con el mundo exterior estaba restringido. Salían los jueves cuando iban a dar catequesis a las parroquias de Regiones y de Los Molinos; salían los domingos a ayudar a los curas en las misas y a ver las películas toleradas  que proyectaban en los cine clubes de las Jesuitinas y el colegio de la Salle; salían con frecuencia en marzo para promocionar la campaña ‘Pro-Seminario’ y los privilegiados, los que formaban del equipo de fútbol, salían los sábados para evadirse del mundo corriendo detrás de una pelota.
 



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