¿Y para qué sirven los políticos?

Jose Fernández
13:47 • 22 jun. 2017

Gobernar es decidir. Y decidir es incomodar. Esto viene siendo así desde los tiempos en que la política se centraba en las ágoras atenienses, y supongo que antes también, pero quiero partir de esa imagen como testimonio de aprovechamiento de mis años de flequillo y pupitre. Lo que nos diferencia hoy de los tiempos de Demóstenes es el miedo cerval que ha desarrollado parte de la clase política al desagrado. A ningún burgomaestre le gusta fastidiar al gentío, pero también desde los tiempos de Maricastaña cualquier persona sensata sabe que el ejercicio de intentar gustar siempre a todo el mundo tan sólo conduce a prolongados episodios de melancolía y, eventualmente, a la aparición de síntomas depresivos. Mal asunto en cualquier caso.
No perdamos de vista que los políticos son personas que se postulan voluntariamente al desempeño de la tarea de gobierno y gestión de los recursos públicos y que son elegidos libremente por los ciudadanos para gobernar. Es decir, para asumir el riesgo de que sus decisiones resulten acertadas o erróneas. Pero las nuevas generaciones de políticos no parecen proclives a la desafección del personal y, después de haber explotado hasta el umbral de la impudicia un discurso ideológico adaptado a la medida del auditorio concreto (decir en cada sitio lo que esa gente espera oír) se ha llegado a la sofisticación de recurrir a la “consulta popular” para blindarse ante la adopción de medidas impopulares o alejadas de la unanimidad, que es el único contexto en el que quieren moverse algunos. “Democracia participativa”, dicen ahora. “Falta de coraje”, lo llamarán otros. “Fiesta de la Transparencia Asertiva”, dirán los pluscuamperfectos. Pero uno lo ve como una enorme falta de perspectiva. Si los políticos no deciden y al final tienen que decidir los ciudadanos ¿de qué nos sirve entonces tener políticos? No necesito hacer una encuesta para conocer la respuesta.







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