¿Otoño o primavera loca?

Fausto Romero-Miura Giménez
01:00 • 17 sept. 2017

El jueves podré decir, feliz y al fin, “¡bienvenido, otoño!” Oficialmente, la tercera y más plácida de las estaciones oficiales del año antes de que fueran sustituidas por Navidad –la más larga, desde octubre a febrero; y aún antes: ¿ha comprado ya su décimo para el Gordo?-, Rebajas, Carnaval, Semana Santa, Feria y Navidad. Sí, repetida, porque es muy larga.
Tengo, pues, la duda de si lo que entra el jueves es el Otoño, ya que me invade la sensación de que en España estamos viviendo en primavera, por lo de la sangre alterada y revoltosa y, este año, también revolucionaria, y porque haciendo bueno a Serrat, la razón se ha indisciplinado y, como una serpentina, anda enmarañada por ahí. ¡Ay, lo que ha dado de sí el “Pasqual, aprobaremos el Estatuto que apruebe el Parlamento catalán sin quitarle una coma” que Zapatero le dijo a Maragall! Y la no suspensión por Rajoy del 9-N. 
Y también mi razón va por libre: encendí el ordenador dispuesto a escribir sobre lo   de Cataluña y, en cambio, voy por aquí: el cerebro manda, no obedece: obliga a pensar en lo que él quiere, y cuando quiere. 
El otoño es mi época preferida: externamente todo es más tibio, sosegado, dorado incluso; e internamente, por reacción, todo más intenso. Y es que soy triplemente otoñal: nací en otoño, soy escorpión y vivo, ya, el otoño de mi vida. El otoño, pues, es mi ambiente sensible.
Pero, como Unanumo, soy un hombre con su contradicción, porque aunque hago mía la frase del Apocalipsis “te maldigo porque no eres ni frío ni caliente”, y vivo la vida con esa pasión interior, me gusta el sosiego del otoño, la idea de que, pronto, empezará a apetecer quedarse al calorcillo del brasero.
Me gustaría, este año más que otros, vivir un otoño otoñal pero, sin embargo, con certeza y por desgracia, sé  que no será así porque, como viene sucediendo, campará a sus anchas la razón bruta, esa de la que Oscar Wilde decía se puede admitir la fuerza bruta, pero la razón bruta es insoportable. Y pienso en quienes la están liando parda en Cataluña... y, claro, en España. Es imposible que el otoño imponga sosiego a la razón de quienes han demostrado no tenerla. 
Tal vez por tanto disparate obsceno –manca finezza: ¡el ex alcalde de Marinaleda, la Colau y la Carmena, en el ajo!-   muchos deseamos –varios meses a dieta, aburren- que se reinstaure la Ley en Cataluña; muchos no entendemos cómo se ha llegado a la situación actual, en la que mandan a su antojo unos locos insurrectos enfebrecidos, rebelados contra toda legalidad, de la que gustan hacer burla. Y, yo en concreto, me pregunto qué ha hecho en estos años la burguesía catalana, tradicionalmente ilustrada; la intelectualidad; la Universidad; el mundo de la cultura y de la empresa; los sindicatos; la mayoría, no obligada a ser silenciosa… Y, no escurramos el bulto, el resto de la sociedad española.
Y me pregunto, también, cómo es posible que el ¿Gobierno? catalán –además de arruinar a su Comunidad, cuyas cuentas han tenido que ser intervenida por el gobierno español- despreciase las instrucciones del Ministerio del Interior la colocación de obstáculos en las zonas peatonales; de desoír los informes de la Inteligencia norteamericana sobre un atentado previsto en Las Ramblas;  que durante meses doce o quince terroristas hayan campado a sus anchas sin que los servicios de la inteligencia catalana  los hayan advertido, a pesar de ser extranjeros en una Urbanización de españoles, Alcanar, y de almacenar en su casa más de cien bombonas de butano –la propia Jueza advirtió a los Mossos de que no podía tratarse de una mera explosión de gas- y de almacenar otros tantos kilos del explosivo conocido como “la madre de Satán”, cantidad que ningún grupo terrorista había logrado acopiar...
Con todo, la guerra entre las instituciones y los Gobiernos regional y central es, de momento, dialéctica. Quieran Dios y la Virgen de Montserrat que siga así: me da miedo que al frenesí de la tribu antisistema le venga bien que el 1 de octubre haya algún mártir muerto de la frustrada independencia. Entonces, la dinámica sería muy distinta. Y no estaríamos en otoño, sino en un inverno desolado.
...Como el de mi alma desde ayer: Alejandro, mi nieto, se volvió Madrid, su casa. Hemos pasado juntos, este verano, más de sus dos meses y medio de vida: ha crecido muchísimo,  y hablado –hablado, sí- y reído horas y horas. ¡Dios mío, cómo puede un renacuajo, risotón y felizote, llenar, hasta desbordarla de amor y felicidad, la vida de un viejo! Me siento vacío… y feliz de lo felices que somos cuando estamos juntos. ¿Me reconocerá cuando, en otoño, vuelva a verme, se reirá, me hablará, me querrá…?
Otoño, ¡llega ya!







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