Almería muestra su otra cara en Jaén

La sombra del victimismo es tan grande en Almería que, durante años, nos ha servido de coartada para no aspirar a grandes metas. Por ello es necesario un despertar, dejando el lament

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 24 sept. 2017

Me ocurre siempre. Cuando voy a un acto fuera de la provincia en el que participa algún almeriense- del mundo de la economía, la política, la cultura o el deporte- siento una confortable sensación de satisfacción. Me gusta oír hablar de Almería a los almerienses fuera de nuestras fronteras domésticas.
Hace unos días asistí como invitado al encuentro celebrado en Jaén entre el alcalde de esta ciudad y los de Almería y Granada. No voy a insistir en los argumentos defendidos por Ramón Fernández-Pacheco (este periódico lo publicó al día siguiente), pero de su intervención hubo un detalle que me sorprendió felizmente. Hablaba el alcalde almeriense del presente y, en su relato, insistió varias veces en las oportunidades de futuro para la ciudad.
 Alejado del determinismo histórico en el que tantas veces nos refugiamos para lamer las heridas que, muchas veces, nosotros mismos nos hemos hecho, el alcalde mostraba una visión esperanzada y optimista ante el futuro. El lamento es un desahogo emocional, pero, por muy desgarrador que sea en su expresión, no cura el desgarro real que lo provoca. 
Durante demasiado tiempo los almerienses sólo han proyectado una imagen de la ciudad que solo transitaba entre el duelo y el quebranto (y no en el sentido cervantino). Por eso me gustó ese relato confiado en que lo andado no es nada en comparación con lo que queda por recorrer. Decía Heródoto que “tu estado de ánimo es tu destino”. Es verdad. Nadie conquista la cima de una montaña si, cuando inicia la escalada, no confía en llegar a la cumbre. Los almerienses hemos sido (¿somos?) así. Aquí, antes de comenzar una andadura, hemos valorado más la comodidad de quedarse parados que los beneficios de emprender la marcha. 
Tal vez sea la herencia de tantos siglos de influencia árabe, pero la filosofía de tener aspiraciones pequeñas para no tener que esforzarse mucho en alcanzarlas ha sido una coartada que nos ha facilitado una permanente absolución. La condena nos la imponían otros desde fuera, nosotros éramos siempre inocentes.
La sombra del victimismo ha sido y es tan grande que nadie duda que si se encuentra con una conversación en la que tres personas hablan de su ciudad, quien habla bien de Sevilla será un sevillano; quien hable mal de Sevilla será un malagueño; y quien hable mal de Almería será un almeriense.
El alcalde en Jaén se alejó tanto de esta filosofía que no parecía almeriense; o, quizá, era la versión de los “nuevos almerienses” que, cada vez y afortunadamente, abundan más.
En mi intervención de esa mañana aludí a ese cambio del tiempo político que cada vez se percibe más, sobre todo en los escenarios de la política municipal que es donde se cruzan los caminos vitales más inmediatos de los ciudadanos.
En el patio del antiguo Banco de España diseñado por Moneo había tres alcaldes hablando de su ciudad -dos del PP y uno del PSOE- y lo hacían sobre agricultura, turismo y comunicaciones; de movilidad, de ciudades inteligentes, de optimización y de la imprescindible preservación de recursos como el agua o el aire; en fin, de lo que al ciudadano de a pie le interesa. Hablaron de Política con mayúscula y ninguno se dejó arrastrar por la tentación de hacer política con minúscula partidista. Esa música me gustó.
Hay que cambiar de partitura. Las marchas fúnebres provocan melancolía y conmueven el alma pero no son un arma para construir una realidad. El optimismo inteligente y razonado sí es un arma para hacer progresar una ciudad.
Como escribió Manuel Rivas en su excelente “La lengua de las mariposas” somos lo que soñamos ser y ese sueño no es tanto una meta como una energía para convertir el sueño en realidad.
A ver si los almerienses nos vamos despertando, que el lamento y el pesimismo sólo han servido para impedir que los sueños se conviertan en realidad. Almería es una ciudad con futuro. Solo hace falta que empecemos, como el alcalde, a creerlo.







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