Puigdemont o el uso perverso del lenguaje

El autor, catedrático emérito de la UAL y especialista en análisis del discurso, explica los mecanismos lingüísticos con los que el presidente catal&aacu

Luis Cortés Rodríguez
01:00 • 19 oct. 2017

En la esencia del discurso político está el dar a conocer con objeto de hacer hacer; el político tendrá que hacer saber su mensaje si pretende que el destinatario ejerza su posibilidad de hacer (adherirse a su idea, votar a favor). Para ello, se habrá de intentar persuadir al interlocutor, lo que va a resultar más factible si se usan convenientemente mecanismos para enfatizar unas ideas, determinadas estrategias a la hora de enmascarar otras, precisos procedimientos para decir sin querer decir o una indispensable arquitectura en su presentación. Son los mismos recursos de los que ya se valieron los oradores griegos y que más tarde repetirán Castelar y Cánovas,  Gónzález y Fraga o Rajoy y Sánchez.


Enmascaramiento
En un ámbito como el político, en el que, como afirmaba Beaumarchais, sus actores se ven una y otra vez obligados a fingir ignorar lo que saben y a fingir que saben lo que ignoran o a fingir entender lo que no se comprende sin oír lo que se escucha,  parece lógico pensar que el enmascaramiento lingüístico ocupe un lugar importante. Para su consumación el dirigente de turno tendrá que hacer una selección, más o menos hábil y más o menos artera, de mecanismos lingüísticos con los que poder distorsionar determinada idea; esta manera de conducirse, obviamente, siempre estará al servicio de unos intereses, particulares o de partido. Si bien es cierto que tales maneras de proceder están también en el mundo de la publicidad, de la información o en el modo de negociar de nuestro vecino del quinto, la distorsión tiene su estancia en el enfrentamiento político.


Son muchas las estrategias para la manipulación: de acciones evasivas, que se revelan, por ejemplo, a través de respuestas parciales a ciertas preguntas, de contestaciones con cuestiones distintas a las solicitadas, etc., a acciones tendenciosas, que se presentan con juicios sin análisis, con la mezcla de razonamientos sólidos y laxos, con el manejo de falacias o cuando no con la invención de datos. Ahora bien, ninguna de ellas resulta tan escurridiza y sutil como la astucia que viene originada por acciones equívocas, exteriorizadas al menos mediante cuatro distintos tipos de lenguaje: partidista (atenuado y peyorativo), vago, redundante y ambiguo.




De todo lo aludido los españoles sabemos mucho; lo venimos sufriendo casi a diario, y de ahí nuestro adiestramiento. 
¿Quién no recuerda distorsiones partidistas como aquella del «saneamiento del sector bancario» con la que se nos estuvo  entreteniendo durante un tiempo para no admitir, como luego se demostró, que se trataba de un rescate de la banca?, ¿y ese «recargo temporal de solidaridad» con el que se quería evitar el término copago, tan mal visto por el Gobierno?, ¿y esas prestaciones sociales, que no se recortaban ni se eliminaban, sino que  «solo se racionalizaban, se ajustaban o se reestructuraban»? Tal sapiencia en estas cuestiones nos hacía pensar que difícilmente nuestra extrañeza se podría exaltar por embelecos de este tipo. Es más, todavía no hemos tenido tiempo de olvidar uno de los ejercicios de manipulación lingüística más creativo que cupiera imaginar: los conocidos catorce giros semánticos que emitió en un discurso parlamentario, en 2008, Rodríguez Zapatero con objeto de evitar la palabra crisis, cuya recta y franca expresión hubiera sido negativa para sus intereses; recordemos que tal término se sustituyó por «situación ciertamente difícil y complicada», «condiciones adversas», «una coyuntura económica claramente adversa», «brusca desaceleración», «deterioro del contexto económico», «ajuste», «empeoramiento», «escenario de crecimiento debilitado», «período de serias dificultades», «debilidad del crecimiento económico», «difícil momento coyuntural», «empobrecimiento del conjunto de la sociedad», «gravedad de la situación» y «las cosas van claramente menos bien».


Lenguaje vago
Somos especialistas también en la consumición y digestión de lenguaje vago, que encontramos en  expresiones como mejora relativa, mayor renta disponible o una cierta recuperación del consumo. Y aunque no podamos desentrañar qué tipo de mejora es una mejora relativa,  cuánto mayor es la renta  o cómo hemos de entender una cierta recuperación del consumo, nuestro organismo lo engulle sin más. En otras ocasiones, el enmascaramiento ha recurrido a la redundancia o, más frecuentemente, al lenguaje ambiguo a través del cual el político intenta la ocultación con enunciados que pueden entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones.




Todo lo oído hasta ahora parece haber quedado en agua de borrajas tras el discurso de Puigdemont, el diez de octubre, y su carta de respuesta al presidente Rajoy, seis días después. En el primer caso, no solamente la mayoría de mecanismos y acciones citados más arriba se manifestaron durante todo su desarrollo, retorcido y enmascarado,  sino que tuvo un final tan digno de tal ejercicio de manipulación que llevó a millones de españoles a no saber, días después, si cabía hablar de un nuevo Estado, aunque con sus efectos suspendidos, o si solo había asumido, sin ejecutar, el mandato (¿?) de que Cataluña se convirtiera en un Estado independiente, lo que llevaría a pensar que no hubiera existido, como así parece que fue, declaración de independencia.  


Deformación retórica  
Y es que una enunciación como la buscada por los autores del texto supone un caso de suprema ambigüedad, de deformación retórica, pero de esa Retórica que Platón definía como una práctica inmoral y perversa en el terreno político. En el segundo evento, en su carta, plagada también de todo tipo de mecanismos y acciones de enmascaramiento, el lenguaje ambiguo, si bien abundante, cedió su protagonismo a la acción evasiva, con una respuesta en la que el sí o el no requerido se dejó para otra ocasión y para otra pregunta.




Puigdemont llegó tan lejos en su afán de enmascaramiento como en su ataque a la inteligencia de los demás. Por eso, además de prácticas de perversión lingüística, en las dos ocasiones hubo un acto de desprecio a todos, incluida una buena parte de sus correligionarios. President, por favor, desdeñe de una vez el ocultamiento en su discurso y no olvide que «entre los extremos de cobarde y temerario está el medio de la valentía». Ya lo dijo Sancho, quien, a su vez, se lo había oído a su señor (Don Quijote, cap. IV, 2.ª parte).
 



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