La Almadraba de Monteleva y el encanto de sus casas y gentes

El barrio de Las Salinas mantiene el sabor de lo de siempre

El mar un vecino más del barrio
El mar un vecino más del barrio
Carmen López
18:47 • 30 ago. 2015

Hay lugares que han resistido al paso del tiempo, que mantienen el encanto e, incluso el olor, de años pasados. La Almadrava de Monteleva, es uno de esos espacios. Es el barrio de Las Salinas de Cabo de Gata que se extiende en la  zona de litoral  al pie de las estribaciones de la Sierra de Gata y que  fue ocupada desde la antigüedad como demuestra restos arqueológicos de prospecciones recientes. 




Según la Milagros Soler Cervantes, en su artículo Las Salinas de Cabo de Gata, “se tienen noticias de un almacén de sal en la zona que se remonta al siglo XVIII, si bien ya los fenicios y los romanos explotaban sus recursos marineros, tanto del pescado como de la sal”.




El actual barrio conocido  como "Las Salinas" de Cabo de Gata surge de la necesidad de proporcionar viviendas para alojar a los trabajadores y a sus familias, empleados con carácter permanente en la recolección de la sal. 




Los pescadores  
En un principio se contrataban a pescadores y habitantes de la zona, que alternaban y complementaban estas actividades con las tareas de la pesca, que era su principal fuente de ingresos. 
Cuando se intensificó la producción de la sal a finales del siglo XIX y principios del XX, se hizo necesaria la contratación de gentes que procedían incluso de fuera de la provincia. 




Fue con su llegada cuando se plantearon diversos problemas estructurales, sobre todo en lo relacionado con los medios de transporte, donde pernoctar y alimentar a estos trabajadores, que se encargaban además de contruir las barcas para transportar la sal en el astillero.   




El mantenimiento y vigilancia de las instalaciones requería de una dedicación prácticamente absoluta, por lo que se decidió iniciar la construcción de un grupo de viviendas sociales con capacidad para albergar hasta un número de 100 personas.




Escuela e iglesia Explica Soler que, “aunque en la parte industrial ya existían locales dedicados al almacenamiento, las oficinas, varaderos y astilleros, la ampliación de las infraestructuras no podía limitarse sólo a las casas de los obreros, ya que con ellos se incorporaría, por lo menos, la población familiar infantil”. Ello conllevaba cumplir una serie de obligaciones legales en lo tocante a escolarización y atención sanitaria de los más pequeños. Por ello se habilitó una escuela  una escuela y casi, de forma inmediata, se inició la construcción de la hoy emblemática iglesia de Las Salinas, inaugurada en 1907. 




En las imagenes se pueden ven algunas familias salineras en la puerta del poblado y  niños con sus maestros. Por desgracia, las niñas apenas se escolarizaban entonces. 
Siguiendo a Milagros Soler, dentro del recinto del edificio de la iglesia, bajo la nave del templo, se construyeron distintas habitaciones cuya utilidad no quedó bien determinada y una de ellas acogió un columbario que nunca llegó a usarse. 


Declive salinero
Tras la Guerra Civil española (1936), tanto la producción salinera como la población dedicada a su explotación sufrió un fuerte declive del que no volvió a recuperarse. Algunos trabajadores se marcharon a la guerra y no regresaron. Los hijos de los empleados que permanecieron en las salinas emigraron y dejaron las casas como segunda vivienda a las que volvían durante los meses de vacaciones. Otras siguen ocupadas por los salineros jubilados, a los que les fue cedido el derecho de usufructo durante toda su vida.


Las casas se construyeron junto a las salinas, orientadas hacia las instalaciones de la empresa. Siguen el esquema implantado por el arquitecto Trinidad Cuartara en la capital (finales del siglo XIX,)  para empresas como La Unión Almeriense o las que existieron en la Plaza de Pavía de la capital, según explica la experta. Se edificaron cuando la  afluencia de mano de obra para la industria uvera hizo necesario que se dotara la ciudad de un número considerable de viviendas para los trabajadores que venían de otras latitudes. “Tienen planta rectangular de cubierta plana, con la única iluminación exterior que proviene de la puerta de acceso, con ventana junto a ella y ambas situadas en la fachada principal.  Algunas tenían dos ventanas y patio posterior, lo que permitía otra ventana pequeña en el lado opuesto a la vivienda. Las habitaciones se distribuían a través de un pasillo longitudinal, único conducto de luz y ventilación”, explica. El conjunto de las viviendas se rodeó de un pequeño muro de menos de un metro de altura para evitar la invasión de la arena. 


Tal y como recoge la web culturandalucia.com, “la desaforada explosión turística potenciada por la dictadura de Francisco Franco apenas repercutió en el lugar, ya que era zona de paso para otros puntos de mayor promoción en la comarca. Sin embargo, la declaración de Parque Natural puso este rincón de la costa en el punto de mira de los especuladores urbanísticos”. A pesar de la protección para levantar nuevas construcciones en un lugar en el que la riqueza de flora y fauna es incuestionable, “se  encontraron recursos legales para seguir levantando casas de nueva planta con la consiguiente destrucción del patrimonio natural, cultural y etnológico, con el evidente deterioro de su paisaje”, denuncia Soler, quien califica de “irritante” la “pasividad de las distintas Administraciones ante esta degradación manifiesta”. Pese a todo, el de las Salinas sigue siendo un barrio con el encanto de la Almería más profunda.



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