Juntos, pero solos

Corre por Internet un video donde se ve a numerosos ciudadanos que tropiezan mientras usan dispositivos móviles. Teóricamente estamos más conectados que nunca gracias a la proliferación de medios. Sin embargo, esa comunicación es cada vez menos auténtica y más rutinaria. No hace mucho tiempo, el zapping me descubrió una campaña de televisión dirigida a concienciar a los ciudadanos de la necesidad de cuidar a sus vecinos. La campaña consistía en la emisión de una serie de mensajes y consejos, tales que si tenemos un vecino mayor que vive solo debemos estar atentos a si se acumulan durante varios días seguidos las bolsas de basura en la puerta de su casa, o si percibimos que el correo se amontona en el buzón y no sabemos nada de él durante más de dos o tres jornadas continuadas debemos visitarle a ver cómo se encuentra. Reflexioné entonces sobre la soledad. Poco años después constaté que en nuestro entorno urbano más cercano, en nuestros barrios, los ancianos mueren solos con frecuencia. Tuve conciencia de la paradoja de este mundo que habitamos. Las tecnologías han facilitado la comunicación y han disminuido el planeta, pero al mismo tiempo es muy posible que desconozcamos quién vive en el piso de la planta contigua al nuestro . Lo peor no es eso. Hace unos meses, en una de esas mastodónticas colmenas de habitáculos que envuelven todas las urbes, el propietario de un apartamento descubrió el cadáver de su inquilina cuando fue a reclamarle las dos mensualidades que le adeudaba. La fallecida no era una persona anciana y tenía familiares a escasos kilómetros. Ningún convecino se había percatado de la ausencia de la mujer durante dos meses, ni del sonido, día y noche, del receptor de televisión que se hallaba conectado. La mujer solo fue recordada por el dinero. Solo existía para alguien en tanto en cuanto debía algo. Recordé, entonces, la certeza de aquella frase: “estamos juntos, pero solos”.